Hilda llegó del trabajo con un fuerte dolor de cabeza. Sin pensarlo mucho se cambió de ropa por algo más cómodo, cerró las cortinas y encendió un par de lámparas de luz tenue. Al entrar a la cocina puso un poco de agua a calentar y contempló en la vitrina dos frascos transparentes. En ambos casos las etiquetas pegadas tiempo atrás delataban su contenido, café y té. Según su médico, el café le ayudaría a aminorar las molestias de alguna migraña o dolor intenso, mientras la otra serviría para relajarse. De manera instintiva se preparó un café, aunque se quedó con el antojo de prepararse ambos, lo cual, en contrasentido, la hubiera mantenido despierta toda la noche.
Cuando nos hablan de tomar té, casi siempre caemos en la idea de utilizarlo como remedio para alguna dolencia, malestar o tratamiento. Sin embargo, más allá de la alquimia nativa, el placer de comer o beber un alimento afín a nuestro gusto, puede representar un sentimiento de alivio. Para las sociedades orientales el té era más que un remedio, se veneraba, pero también se disfrutaba. En China nace esta ceremonia por la entremezcla de las tradiciones budistas y taoístas, ellos descubren que por medio de la contemplación de lo simple pueden alcanzar la salvación. Por otra parte, los japoneses encontraron en dicha ceremonia, y el consumo de esta bebida, un espacio para la paz, la tranquilidad y, en ocasiones, el intercambio filosófico; quedando fuera la política, los negocios y el dinero.
Pero, a esta sociedad estructurada y fundamentada en sus tradiciones como lo es el té, la apertura al resto del mundo los condujo una bebida que “dominaba” al planeta, el café. Como lo explica Bennet Weinberg y Bonnie Bealer, en su obra El mundo de la cafeína, explican como fue el paso de esta bebida en el mundo nipón. Según crónicas de comerciantes holandeses, en 1724 hace su arribo a este territorio. Sin embargo, los orientales se mostraron indiferentes y hasta reacios para consumirlo. En 1888 se abre en Tokio el Kahisakan, que se traduce como Casa de té y café, lugar que prometía combinar la atmósfera de un café europeo exótico con el salón de té, de corte familiar. Para 1920 la popularidad de este tipo de establecimientos incrementó, dando paso a cafés inspirados en las cafeterías parisinas. Lamentablemente con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, todo aquello que evocara las costumbres del mundo occidental fue clausurado por el gobierno japonés.
Entre las décadas de los 50’s y 60’s volvieron a aparecer pequeños establecimientos con el modelo de venta de las cafeterías, ofertando bebidas con cafeína y pequeños refrigerios. Entre sus principales asistentes se encontraban hombres de negocios y jóvenes. Para la segunda mitad del siglo XX la evolución de estos espacios vino a través de la música, por medio de grupos de jazz, música de cámara, grupos folclóricos, entre otros.