¿En dónde radica la dignidad y la inteligencia? En el hotel Fontainebleau and Casino de Las Vegas, sucede el espectáculo “Slap Fight” que ellos llaman un “deporte peligroso”. Es un concurso, no es un deporte, consiste en que un “peleador”, en este caso Vasily Kamotsky, un hombre ruso de 160 kilos de peso, y dueño de un criadero de cerdos. El gigante ruso se apoda “Dumpling”, y la diversión está en que su pesada mano, conectada a un brazo de unos 50 kilos golpee en el rostro al contrincante, si este no cae desmayado y resiste de pie, le toca su turno de regresar el golpe. Se considera ganador al que resista sin caer al suelo, mi pregunta es: ¿qué gana? El público es impresionante, gente gritando histérica y los concursantes con la cara partida o tirados en el piso. En el New York Times publicaron un reportaje advirtiendo que estos golpes pueden causar daño cerebral, ahora mi pregunta es: ¿en qué cerebro? La realidad es que una persona que se somete a ese concurso no necesita su cerebro y dudo que el daño haga gran diferencia en su coeficiente intelectual.
Los programas y eventos de concurso son un sistema colectivo de humillación pública. Es un misterio cómo el sentido del humor se dirige a la autodegradación. Desde los reality shows hasta el exhibicionismo que invade las redes, en las que compiten por los seguidores, la capacidad humana de mutilar la dignidad es ilimitada. Es obvio que hay una relación directa entre el nivel de inteligencia, cultura y la voluntad de humillarse. Tal vez se inicie en el nulo conocimiento del significado del valor del individuo. El beneficio económico o “premio” se supone que es la motivación, entonces nos damos cuenta qué barato es un ser humano.
En este concurso les llaman “peleadores” y ya es una tradición, existen varios que son famosos por sus formidables golpes y que nunca han sido derribados. La bofetada es una forma de insulto, culturalmente es un reto y una afrenta. El acto de poner el rostro para que alguien lo golpee es casi una violación. Sus promotores insisten en compararse con los deportes, y lo sustentan porque los videos de los shows tienen billones de vistas en YouTube. Eso significa que disfrutamos de la bajeza como espectáculo. Los espectadores pagan por ver esto, es decir, que, si hay placer, hay complicidad, aprobación, y comparten el daño cerebral que puede ser consecuencia de esos golpes, no son más brillantes que el tipo que se para en el escenario a recibir el golpe, son iguales o peores.
La gente tiene derecho a divertirse y a ser famosa, la vida nos da golpes peores y sin recibir nada a cambio. Lo que nos diferencia no es la meta, son los caminos para llegar a ella. Están esas bofetadas de concurso, y las otras, lo vemos con los políticos, que de la misma forma aguantan la bofetada del poder, sonríen, reciben al aplauso y el premio por eso. El triunfo es del que se mantiene de pie y levanta el brazo, orgulloso de su capacidad de humillarse.