El pasado 23 de febrero tuve el honor de participar en la inauguración de la exposición Un Cauduro es un Cauduro (es un Cauduro) en el histórico Museo de San Ildefonso. La muestra exhibe el inconfundible legado del maestro Rafael Cauduro, uno de los artistas plásticos más influyentes y trascendentales de nuestro país.
A lo largo de siete salas desfilan sus primeros dibujos, sus bocetos inéditos y sus murales de vidrio, lámina y tela, que disuelven la realidad con una creatividad desafiante. En San Ildefonso nos encontramos con su anhelo por conquistar nuevas formas de expresión artística, su multiplicidad de técnicas, su voluntad de romper fronteras mediante una imaginación y curiosidad inagotables.
La obra de Cauduro es importante por su belleza y profundidad. Con todo, también es significativa por lo que recuerda y lo que inspira todos los días en los pasillos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Al llegar a nuestras oficinas, las ministras y ministros nos encontramos con un mural majestuoso y desgarrador de Cauduro: La Historia de la Justicia en México. Siete Crímenes Mayores. A lo largo y lo ancho de tres pisos, los horrores de la represión, del secuestro, de la tortura, de los asesinatos, de las violaciones y de los expedientes hacinados por décadas nos envuelven intensamente y nos obligan a ver de frente una realidad tangible y dolorosa.
Cauduro retrata los rostros lacerados por la violencia y los fantasmas de los olvidados por la justicia y por el derecho. En su lienzo corren las lágrimas, la sangre, la desesperación, la tristeza y el abandono más desolador. Las miradas perdidas de quienes jamás alcanzaron la justicia. Las miradas rotas. La dura realidad de este mural se mimetiza con el entorno; se mezcla con los corredores, se impregna en el aire. Como una realidad aumentada que cuenta una historia desgarradora; desgastada por el tiempo, pero viva.
El mural de Cauduro es un recordatorio constante y potente del compromiso que tenemos quienes impartimos justicia con un México distinto. Todos los días, Cauduro revive las escenas más duras de nuestra sociedad y le da voz a quienes no la tienen. Todos los días, Cauduro derrumba la barrera entre nuestro mundo y su obra. Y aunque su trabajo juega con la realidad, no hay nada de ilusorio en esos muros.
Por ello, la obra de Rafael Cauduro es más importante que nunca. Su trabajo nos convoca a luchar todos los días para abatir la pobreza y disminuir la desigualdad que nos separa. Su legado nos inspira a convertirnos en un factor de cambio social, sobre todo para quienes menos tienen y permanecen en un olvido intolerable.
En cada sentencia y en cada expediente, Cauduro nos convoca a impartir una justicia humana, sensible y cercana a la gente. En cada caso que resolvemos, nos recuerda que debemos escuchar a las víctimas de la violencia en este país y a quienes enfrentan procesos penales sin merecerlo; que debemos escuchar a las niñas, niños y adolescentes cuando no son tomados en cuenta; que debemos escuchar a las mujeres, que todavía enfrentan siglos de discriminación estructural y confinamiento a ciertos roles; a las comunidades indígenas, cuya forma de vida no se respeta; a las personas con discapacidad frente a un mundo lleno de barreras. Que debemos escuchar a quienes no tienen acceso a los bienes y servicios básicos, necesarios para llevar una vida digna; a las futuras generaciones, a quienes debemos un medio ambiente sano.
Hoy celebro la obra de Rafael Cauduro porque, ante todo, es una fuente de aliento. Un recordatorio de que tenemos una historia de dolor y desolación compartida, que extiende sus raíces hasta nuestros días. Un instrumento para la indignación, pero particularmente un mensaje de esperanza. Un recordatorio de que juntos podemos hacer realidad nuestros anhelos más profundos de justicia. Juntos podemos dejar atrás el pasado y construir ese futuro de igualdad en el que nadie se quede atrás, en el que todas las voces se escuchan con fuerza y en el que todas las personas ejerzan sus derechos en libertad.
Arturo Zaldívar