El Síndrome de Hubris o adicción al poder es un trastorno que padecen generalmente los líderes: se sienten capaces de realizar grandes tareas, creen saberlo todo y que de ellos se esperan grandes cosas, por lo que actúan yendo un poco más allá de la moral ordinaria. No es un padecimiento como tal, “se trata de una manifestación de personalidad que se deriva del momento y la situación social que una persona vive; es decir, cuando ejercen del poder y esto los hace adictos a él”. Decía Confucio: “si quieres conocer a alguien dale poder”.
Este síndrome no se encuadra de manera exclusiva en los presidentes de nuestro país. El libro de Peter Beinart, publicado en 2010, “El Síndrome de Ícaro: Una historia del Hubris Americano”, traza los fundamentos ideológicos e intelectuales de la política exterior estadounidense desde Teddy Roosevelt hasta Barack Obama. Beinart argumenta que ha sido la tendencia cíclica de los responsables de la política exterior estadounidense volar como Ícaro hacia el sol, intoxicarse con el éxito y cegarse ante los límites reales del poder. Beinart argumenta claramente que cada vez que Estados Unidos se ha vuelto ciego ante las limitaciones de su poder, el fracaso lo ha devuelto a la realidad.
En México, se calcula que se han dicho más de 94 mil mentiras en mil sesiones de las “conferencias mañaneras”, la exposición del primer mandatario es diaria y sin guion alguno. Ahora que ha sufrido de problemas de salud, esto ha tenido consecuencias.
En el último viaje a Mérida, Yucatán, el presidente López Obrador vivió una crisis de salud y no sabíamos qué tan grave. Su salud preocupa a todos los mexicanos y también causaba escalofrío la complicidad con la que se desenvolvieron los miembros de su gabinete y los de su partido. Como en muchos otros momentos de crisis, la comunicación del gobierno ha sido mal llevada, dijeron que se encontraba bien, que no se había desmayado y que seguiría con su gira. Después, se manifestó que el presidente tenía “infección leve por covid-19” y que se encontraba simplemente descansando y tomando paracetamol.
Ante la legítima exigencia de conocer el estado real de salud del jefe de Estado, la maquinaria de propaganda del gobierno salió a las redes sociales a culpar a los medios y a los ciudadanos por exigir rendición de cuentas. Se apuesta a la distracción para que la sociedad no se enfoque en los hechos. Al negar, minimizar y eludir esta situación, el gobierno apuesta una vez más a que los hechos terminen pareciéndose a su narrativa.
Este difícil momento alimenta la opacidad que ha provocado este gobierno al atacar frontalmente al Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) que tiene como objetivo obligar a los gobiernos a rendir cuentas.
La salud del presidente es un caso que ejemplifica este momento, y como sociedad no nos podemos conformar con el “confía en mí”, no nos podemos conformar con que “somos diferentes”, no es defender a los gobiernos anteriores, ni es ponerse del lado de los malos de esta historia, es defender la transparencia, la verdad y la rendición de cuentas, y es nuestra responsabilidad porque el gobierno no nos la va a regalar, hay que exigirlas y las sociedades democráticas hacen justo eso, exigen.
Al final, el presidente y sus seguidores podrían estar muy cerca de sufrir el “Síndrome de Ícaro”: han volado demasiado cerca del sol, la cera ya se empezó a derretir y los está devolviendo a la realidad.