Imaginemos el contexto del siglo XIX en la Gran Bretaña, una época con gran movilización intelectual y social y además la presencia de la contundente revolución industrial.
En este contexto, las nuevas ideas y avances científicos tenían una buena recepción social, en particular, si no cambiaban radicalmente la percepción del mundo en el que se vivía y menos la posición del ser humano en la vida, la cultura y en la sociedad en general
Pues resulta que el 12 de febrero de 1809 nació a inicios de ese intenso siglo uno de los científicos naturalistas más importantes que cambiaron la visión que se tenía del mundo hasta ese momento y en particular, la del propio origen y evolución de los humanos; su propuesta trasciende el tiempo para continuar como referencia y punto de análisis de los muchos planteamientos que a lo largo los años se han presentado.
Este destacado estudioso, observador incansable de la naturaleza, curioso e inquisitivo científico, fue Charles Darwin quien, según sus maestros, era “un chico que se encuentra por debajo de los estándares comunes de la inteligencia. Es una desgracia para su familia” (M. Sandri 2015).
Desgracia o no, Darwin publica después de 20 años de trabajo su trascendente obra “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural, o la conservación de las de las razas en la lucha por la existencia” el 24 de noviembre de 1859. Hace 164 años.
Las críticas no se hicieron esperar, confrontándose quienes querían continuar con las interpretaciones antiguas de la naturaleza y quienes buscaban una nueva visión del mundo.
Darwin conjuntó su conocimiento sobre diversas materias como la botánica, zoología, embriología taxonomía, filosofía, etc. sustentando con una sólida base teórica y metodológica la teoría de la evolución biológica.
La obra de Darwin es una muestra de los alcances que se pueden lograr cuando se logra integrar el conocimiento para estar en condición de navegar en un “océano de incertidumbres”, como refiere E. Morin.
Este proceso mucho tiene que ver con la educación y la divulgación de la ciencia, es necesario fortalecer las competencias de integración del conocimiento en nuestros estudiantes, trascender la enseñanza puntual y descontextualizada del objeto de estudio, para comprender mejor que produce el fenómeno que observamos más que explicar lo que creemos. Darwin es una muestra de estos alcances.
Arlette López Trujillo
FES Iztacala, UNAM