La relación del ser humano con la naturaleza ha sido sustento e impulso al conocimiento científico, a la calidad de vida, al uso del recurso natural para nuestra sobrevivencia de manera más indiscriminada, que racional.
Ésta histórica explotación ha tenido efecto en la destrucción y poca posibilidad de rehabilitación de las cadenas tróficas, incidiendo en la ruptura del orden natural, la pérdida del equilibrio ecológico y de complejas redes de interacción entre los seres vivos construidas en un largo periodo de tiempo.
Enfrentamos ya diversas problemáticas que se analizan con mayor énfasis desde escenarios políticos, académicos y de su impacto en la vida cotidiana.
El secretario ejecutivo de la Convención para la Diversidad Biológica de la ONU refiere que “no hay duda de que el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad son dos caras de la misma moneda”
En este proceso de permanente deterioro sustentado en la visión antropocéntrica de la naturaleza, encontramos referencias preocupantes. El Living Planet Index 2016 registra que entre los años 1970 y 2012 la población de especies terrestres ha disminuido en un 38% sin dejar de mencionar las aves, reptiles, anfibios y peces donde la población ha disminuido en un 58%.
El gran desconocimiento sobre los seres vivos y la falta de ética ambiental lleva a preocupantes manifestaciones de nuestra relación con los seres vivos y en particular con los animales. ¿Qué podemos hacer ante esta problemática que nos enfrenta como mencionan algunos científicos a la sexta extinción?
Una alternativa es promover la cultura ambiental desde todos los espacios. En días pasados nos enteramos de un acto que además de político, podríamos de buena fe pensar en la intención de propiciar la repoblación de una valiosa especie en peligro de extinción y emblema nacional, el Ajolote, anfibio con una historia y representación en las culturas prehispánicas y privilegio de nuestro país. De acuerdo con la investigadora Grague de 6000 ajolotes por km cuadrado en 1998 para el año 2013 solo había 36.
Con pena los ajolotes se manejaron de manera inadecuada y con absoluta ignorancia por los alcaldes protagonistas de esta historia que no hace más que confirmar todo lo que falta por conocer y comprender el recurso natural y que la visión antropocéntrica sigue presente. Urge la cultura ambiental a la brevedad pues ya no tenemos mucho tiempo.
Arlette López Trujillo*
*Facultad de Estudios Superiores Iztacala UNAM