Sorprende que una película como *Triangel of Sadness que ha ganado la Palma de Oro en el festival de Cannes y está nominada al Oscar 2023 como mejor película y mejor director, no haya llegado a los circuitos comerciales de Guadalajara. Espero que en verdad sea por la sobreoferta de películas, como lo justifican los distribuidores, y no por censura. Una censura que podría resultar del humor negro y las escenas incómodas que han despertado polémica entre espectadores y críticos. No cabe duda que el realizador sueco Ruben Östlund realiza cine de alto impacto. Como vimos en **The Square (2017) no construye el impacto con actos de violencia sino con secuencias que provocan a los personajes - y a los espectadores – con situaciones que sacan al humano de su normalidad. La estrategia no es nueva. Luis Buñuel la utilizó, por ejemplo en **El ángel exterminador y **El discreto encanto de la burguesía. En los filmes de Östlund, sin embargo, las imágenes y escenas parecen crueles ya que el realizador no utiliza el surrealismo de Buñel que suaviza el discurso, sino la implacable corporeidad del ser humano.
La película empieza con un prólogo que observa a un grupo de modelos masculinos en la antesala de un casting. Los torsos desnudos de los jóvenes muestran una gran diversidad de etnias, colores de piel y portes. Un representante de la empresa de modelaje los invita a un ejercicio de calentamiento que consiste en expresar felicidad - distintivo de la marca H&M - o molestia – característica de Balenciaga. Juventud y un cuerpo que vende marcas son, entonces, los distintivos de un joven predestinado a tener éxito. Pero esto no basta, ya que, como vemos en la próxima secuencia, el hombre de hoy está en plena crisis de roles en la que el dinero juega un papel primordial. Carl (Harris Dickinson), el joven guapo del prólogo, y su pareja Yaya (Charlbi Dean), libran un duelo de palabras y gestos acerca de la igualdad de género.
El filme sigue a Carl y Yaya en un viaje en un lujoso yate. Los jóvenes se dedican a tomar el sol, hacer selfies, comer y conversar con los demás pasajeros, un ramillete de ricos y famosos que incluye a un oligarca ruso con esposa, un soltero millonario, una pareja de ingleses de edad avanzada y el capitán (Woody Harrelson), un borracho que defiende sus ideas socialistas. Las conversaciones giran alrededor de los estilos de vida y las estrategias para hacer dinero. La pareja de simpáticos ingleses, por ejemplo, hizo fortuna vendiendo “pequeñas granadas y minas terrestres”, como comentan con una sonrisa dulce. Los ricos y famosos de la cubierta son atendidos por un pequeño ejército de personal que les cumple todos los caprichos - por ejemplo traer en helicóptero unos frascos de Nutella -, mientras que en espacios del fondo vive y trabaja un grupo de filipinos. Una tormenta y el mar bravo durante una cena descompone el orden, saca el lado monstruoso de los viajeros y termina en naufragio que invierte los roles de poder.
Östlund construye su sátira social con maestría y a través de cambios en la estrategia narrativa. Con un pincel muy fino describe los problemas de los hombres con la igualdad y el cambio de roles. Con la brocha gorda y un tono altisonante revela el absurdo y la descomposición de las apariencias de la clase alta. No cabe duda que el realizador es un profundo moralista y crítico social que denuncia el capitalismo tardío. No lo hace sólo con su historia y estética sino con imágenes y escenas que provocan al espectador. “El cinismo disfrazado de optimismo” (Cynisism masquerading as Optimism), leemos en algún momento del filme.
Annemarie Meier