Oscar Wilde sentenció: Los viejos lo saben todo, menos cómo ser jóvenes; y en esa aparente paradoja se esconde una de las grandes verdades de nuestro tiempo: la riqueza invaluable de la experiencia.
Hoy, en medio de una vorágine en la que gran parte de los problemas se resuelven con la tecnología y que todo se requiere de manera urgente, dejamos de lado a quienes más tienen para enseñarnos: nuestros adultos mayores.
De acuerdo con el Inegi, en el estado de Puebla residen más un millón personas de 60 años o más. Este número no representa solo un dato demográfico; es un mar de historias, sabiduría acumulada y lecciones de vida que están esperando ser compartidas. Lamentablemente, esa prisa de la vida cotidiana y la omnipresencia de las pantallas, usadas por ellos y nosotros, nos alejan.
Precisamente por eso, la reciente reunión de la presidenta del Patronato del DIF estatal, Ceci Arellano, con las señoras y señores de la Casa del Abue, cobra una especial relevancia. Más allá de los festejos, los regalos y el baile, el mensaje de este encuentro fue claro y poderoso: la importancia de escuchar y reconocer a este sector social.
Como bien se destacó en la reunión, cuidar de nuestros adultos mayores no es solo un acto de cariño, sino un privilegio. Sus vivencias forjan el futuro y sus consejos son un faro en la oscuridad. Y es que, como lo dijo el director general del SEDIF, Juan Carlos Valdez, el valor de una buena plática, un abrazo, o un simple “te quiero” es un tesoro.
Es fundamental que, como sociedad, honremos nuestra historia a través del cuidado y la atención a quienes nos anteceden.
Este año, el gobierno del estado tiene destinada una inversión de 22 millones de pesos que se aplicará para equipar 96 Estancias de día, a lo largo y ancho del territorio. Lo mínimo que nosotros podemos hacer: es invertir tiempo, y de calidad, para escucharlos.
¿Ha platicado recientemente con papá y mamá, o los abuelos?
El estado ya se comprometió a construir otra Casa del Abue en Mayorazgo; falta que quienes la usaremos el día de mañana, nos comprometamos con los viejos de hoy; porque como bien dijo mi tía bisabuela cuando notó que yo, con entonces ocho años, miraba horrorizado sus arrugas: “como te ves, me vi; como me ves: te verás”. No hay que olvidarlo.