El problema del juicio a los expresidentes no es el juicio a los expresidentes sino que las mexicanos y los mexicanos tengamos la necesidad de enjuiciar a nuestros expresidentes.
¿Qué tan mala no será la percepción de las administraciones de estos personajes que hemos tenido que llegar a esto?
¿Qué tanto odio no habrán dejado estas personas como para que un sector de la población sueñe con verlas tras las rejas?
¿Qué tan espantosa no será la vida de miles de mujeres y de miles hombres en este país que sólo así van a sentir algo parecido a la justicia, a la paz?
¿Qué tan enfermo no será esto que el mismísimo INE está pidiendo “no confundir” a la sociedad cambiando el concepto de “juicio a expresidentes” por el de “consulta popular”?
A mí me hubiera encantado que la realidad fuera otra, que nuestros expresidentes, después de habernos gobernado, fueran recordados como héroes, que nos lo dieran ganas de levantarles monumentos, de ponerles sus nombres a nuestras calles, a ciudades enteras.
Pero no. Aquí pasó algo. Aquí está pasando algo. Y contrariamente a lo que se está manejando en muchos medios y en las redes sociales, no es una estrategia con la que Andrés Manuel López Obrador se pudiera sentir contento.
¿Por qué? Porque hoy le podría tocar a Carlos Salinas de Gortari, pero mañana a él.
¿Sí entiende lo peligroso de lo que va a suceder el 1 de agosto? Es el peor de los remates para la cultura política en México y en el mundo.
Le explico: desde el momento en que la política se comenzó a ver como un producto de consumo, esto dejó de tener sentido.
A las pruebas me remito: de un tiempo a la fecha, cuando hablamos de campañas, hablamos más de las canciones, de los bailes y de los asuntos de color que se les propuestas, de las estrategias y de las posibilidades de cada una de las candidatas, de cada uno de los candidatos.
El resultado son gobiernos de una mediocridad alarmante, administraciones carentes de la más elemental congruencia ideológica, posiciones donde son más importantes las marcas de los relojes, qué tan boleados se traen los zapatos y las frases ocurrentes, que el verdadero ejercicio de la administración pública.
¿Qué ocurre cuando estos personajes llegan al final de su administración?
La ciudadanía, instalada en una multitud de consumidores insatisfechos, los castigan votando no por otros partidos políticos sino por sus enemigos más feroces.
Contrariamente a lo que muchos dicen, el tema de la alternancia en México no ha obedecido a una cuestión política o ideológica sino al berrinche de un cliente mal atendido.
Por eso regresan partidos que muchos daban por muertos. Por eso ganan candidatos insólitos. Por eso pasa lo que pasa.
El punto es que ahora, con esta histórica consulta, el juego va a cambiar. La venganza va a ser directa: “Me trataste mal, te va a ir peor. Te voy a meter a la cárcel. Te voy a dejar en la calle. Acabaré contigo”.
¿Cuál es la nota? Que si gana el sí, los mecanismos para castigar políticos ya no van a ser electorales, van a ser "judiciales".
¿Y? ¿Qué tiene de malo? ¿Por qué digo que es el peor de los remates para la cultura política en México y en el mundo?
Porque como ahora todos estamos viendo a la política como un producto de consumo cuando en realidad es otra cosa mucho más profunda, mucho más compleja, aquí no hay manera de que los “clientes” queden satisfechos como cuando compran pan, como cuando van al cine o como cuando le ponen estrellitas al chofer del Uber.
En el juego de la política, al final, haya pasado lo que haya pasado, siempre se va a esperar un cambio. Por eso hay elecciones.
A partir del 1 de agosto, las multitudes ya no van a castigar a los políticos votando por sus enemigos más feroces, los van a enjuiciar (o a querer enjuiciar) haya gobernado quien haya gobernado.
Y sí, así como ahora se habla de enjuiciar a Enrique Peña Nieto, en seis años de hablará de enjuiciar a Andrés Manuel López Obrador y en 12, de enjuiciar a su sucesor o a su sucesora.
Bienvenido a una nueva era de juicios sexenales o de intento de juicios sexenales.
Bienvenido a una nueva época donde llegar a la presidencia dejará de ser un honor para convertirse en una vergüenza, en garantía de deshonra, en la certeza de que al final todo acabará mal. ¡Qué desgracia! ¿O usted qué opina?
Álvaro Cueva