Tel Aviv. Ya como parte del desierto del Néguev (“seco” en árabe, “sur” en hebreo), Sederot es una ciudad de 32 mil habitantes, considerada cuna de músicos y cineastas, asentada a un kilómetro de la frontera con la Franja de Gaza.
Por eso la pregunta es obligada: ¿qué incentivo tiene la población para vivir en la zona más próxima a un territorio desde donde Hamás opera sobre los dictados de la Autoridad Nacional Palestina?
El Fondo Nacional de la Tierra, una institución que recibe financiamiento de Estados Unidos, asegura que antes de cualquier factor pesa la certeza de ser la primera línea contra los ataques con misiles de sus vecinos musulmanes, a 21 años del lanzamiento del proyectil inaugural. Entre los proyectos resalta un barrio estudiantil con 300 lugares ideado y levantado por los propios jóvenes.
La proximidad y el riesgo han obligado a la autoridad a construir 300 refugios y a contar con una unidad especial para la diversión de los niños en un espacio protegido, además de una granja con animales dedicada a la atención de personas con traumas on going, es decir, en curso, y no solo estrés postraumático, pues debe apuntarse que la alarma de ataque, consistente en una sirena con la expresión “color rojo, color rojo”, otorga a la población local apenas 15 segundos para esconderse.
Hagar Schnell dirige esta granja terapéutica desde su fundación, hace seis años, en la que hay pericos, peces, gallinas, cabras, conejos, tortugas y un área especial de reptiles entre los que figuran pitones y lagartos. Los refugios callejeros, en tanto, se convirtieron en arte intervenidos con los pinceles de artistas israelíes.
Saliendo de la ciudad, un letrero despide al visitante con un “bon voyage” y no es para menos, pues apenas tomar camino al sur, el lado de la carretera que da hacia Gaza está cubierto por cientos de árboles, a diferencia del costado contrario, para complicar la visibilidad de un eventual francotirador.
Alfredo Campos Villeda
@acvilleda