La debacle del PRI se cocinó a fuego tan lento que duró más que la dictadura de Porfirio Díaz, de cuyo fin tanto se vanaglorió el tricolor en cualquiera de sus identidades, siempre con la bandera de “la revolución” por delante. Amasijo de aristócratas, caciques, líderes obreros, militares y políticos profesionales, pasando por diversas generaciones de intelectuales, ese partido nunca estuvo exento de cismas de variado sesgo, pero acaso la primera gran piedra suelta que comenzó el desmoronamiento sea la represión de estudiantes de 1968, seguida por la matanza del Jueves de Corpus de 1971 y la guerra sucia de aquella década: Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo.
El primero se fue como embajador en España y quien fue su sucesor no tuvo empacho en repetir el numerito contra los estudiantes, pero siempre cuidándose la espalda con una cauda de intelectuales a los que paseaba más que a su esposa y con la política de refugio que distaba de la represión aquí a toda disidencia.
López Portillo acabó con la economía y fomentó una descomposición imparable del aparato gubernamental, Miguel de la Madrid le metió la semilla del neoliberalismo como eventual remedio y Carlos Salinas, presidente gracias a un fraude, institucionalizó esa forma de gobierno con medidas ficticias como “pactos de solidaridad” y quitas de ceros al dinero, mientras su familia se devoraba el erario, se multiplicaban asesinatos (Posadas, Colosio, Ruiz Massieu) e irrumpía la rebelión zapatista.
Apenas unos días fuera del poder Salinas, la economía colapsó con “el error de diciembre”, Zedillo armó el rescate de bancos a cuenta de la población y metió a la cárcel al hermano de su antecesor, lo que derivó en un espectáculo de carpa en el que había desde videntes hasta cráneos.
Francisco Labastida ayudó a derribar lo que quedaba del PRI, quizá con un momento estelar bailando al lado de Alfredo Adame en un programa matutino, y consumados sin pena ni gloria los dos gobiernos panistas, Enrique Peña y su gavilla de gobernadores ladrones terminaron por echar abajo los últimos tabiques priistas. Cuando parecía que no podía ir peor, ha llegado Alejandro Moreno para demostrar que siempre hay modo. RIP.
@acvilleda