Una gran planicie abarca el horizonte y al fondo una muralla rocosa, con una diversidad de capas, ilustra las edades del planeta. Esa amplia superficie, hoy un desierto típico del norte de México, antes fue el límite del mar con tierra firme, las Playas del Cretácico. Ahí llegaban las olas del superocéano habitado por los más grandes depredadores agrupados en la familia de los mosasáuridos, los reptiles marinos que gobernaban las aguas prehistóricas, entonces 170 metros más altas que ahora.
Es un domingo por la tarde, cuando el ardiente sol de 40 grados centígrados a lo largo del día comienza a declinar en Rincón Colorado, la zona paleontológica de Coahuila. El viento es ligero y solo se escucha el paso de los visitantes. No hay aves. Tampoco insectos. Se sabe de avistamientos de víboras de cascabel. Pero en esta región ignota, con el crepúsculo cayendo a cuentagotas, incrustando sus rayos en el cuerpo de un hadrosaurio levantado con alambre a escala natural, van apareciendo en el camino hallazgos extraordinarios.
Los sonidos del silencio. Es imposible no evocar y canturrear aquella cancioncilla de Simon and Garfunkel. Así suena el silencio mientras van asomándose al lado del camino las reproducciones de los fósiles aquí recogidos, pero exhibidos a unos kilómetros de distancia, los que separan a General Cepeda del Museo del Desierto en Saltillo. Aquí habitaba Velafrons coahuilensis, especie endémica de lo que entonces era una península de clima tropical y que alcanzaba los 15 metros de largo.
En la cantera séptima de Rincón Colorado, además del cráneo de este dinosaurio pico de pato, los forenses del pasado desenterraron dos tibias, dos fémures, dos fíbulas, seis metatarsos, 18 falanges, dos isquiones, un pubis, una escápula, dos radios, un húmero, cinco cuerpos de vértebras cervicales y cuatro dorsales, incluyendo la espina dorsal. La vela en la cabeza de este herbívoro, creen los expertos, tenía funciones reproductivas o de emisión de ruidos.
Por las pesquisas en esta tierra, un auténtico viaje en el tiempo, un salto de 65 millones atrás, se sabe que a diferencia de la aparente ausencia de insectos, en las Playas del Cretácico sí había algunas especies que convivían con los grandes saurios: atrapadas en piedra quedaron fosilizadas cucarachas, arañas y libélulas, con tallas similares a las actuales, porque los bichos gigantes del Carbonífero ya se habían extinguido cuando descendieron las altas concentraciones de oxígeno en la atmósfera.
Una buena dosis de paleontología sale de la charla con el ingeniero Francisco Aguilar, entusiasta director del Centro INAH de Coahuila, a quien debe nuestro país la conservación de Rincón Colorado y los trabajos en curso para que se convierta en el gran atractivo turístico que debe ser, ya con elementos interactivos para los pequeños visitantes y con planes para crecer. Eso sí, no quiere que se transforme en un Cretacic Park.
@acvilleda