La portada de un disco icónico de la prehistoria, titulado Paranoid, disparó la nostalgia junto con las falsas noticias que ponían al gran Ozzy Osbourne al borde de la tumba, como si no supieran los incautos que el rapsoda del metal es inmortal. Y entonces, a ritmo de “Crazy Train” bailoteando en la cabeza (de otro álbum), entre los vericuetos de una memoria cincelada a golpe de rock desde los nueve años, emergieron imágenes de los antiguos casetes y sus cubiertas.
La galería monumental que representa una colección de discos de larga duración, esos que llamábanse elepé, LP o long play, con sus grandes portadas, era un exceso frente a esas pequeñas cajas de plástico transparente que servían para resguardar un producto que contenía una cinta magnética dedicada al registro y reproducción de sonido, voces o música, mejor conocidos como casetes.
Cuando el rico de la clase llegaba a la secundaria presumiendo su recién comprado elepé, había entre sus compañeros peleas por ser el primero en tener la fortuna de llevarse prestado ese tesoro a casa, grabarlo en un casete virgen y después fotocopiar en reducción la portada, en estricto blanco y negro, a fin de pegarla en el cartón que portaba la marca de la cinta.
En el mejor de los casos, alguna de las pocas revistas sobre rock reproducía la portada y entonces se procedía a recortarla y pegarla en el casete, cuya cubierta solía llevar otras veces imágenes de las bandas sin que necesariamente correspondieran al álbum. Como el segundo en la discografía de Black Sabbath, Paranoid, que acabó en la colección casetera con una foto del Ozzy mariguano tomada de la revista Conecte, la biblia del roquero chilango.
Paranoid (1970) es un gran disco, fundacional junto a Machine Head (1972) de Deep Purple y Led Zeppelin de la banda homónima (1969) como los de mayor influencia en el posterior desarrollo del rock pesado, el metal y el hard, y acaso el mejor de Ozzy con los Sabbath, por donde también desfilaron en el micrófono Ian Gillan, a quien llamaban “Rugido” en ese tiempo, y el ya desaparecido Ronnie James Dio, la voz más poderosa del rock que, sin embargo, no tuvo sus mejores días con los Black ni con Elf ni con Rainbow, sino en solitario con álbumes extraordinarios como Holy Diver, The Last in Line y Sacred Heart ya en los ochenta, tres discos que fue genial recuperar en iTunes antes de la explosión de Spotify.
Ozzy tuvo también una fructífera carrera solista que desembocó ya entrado en el nuevo siglo en la industria televisiva como coanfitrión de un reality show de MTV en el que su esposa era la verdadera estrella sin olvidar a su hija, que no dejó pasar el momento de éxito familiar y lanzó también alguna rolita en cuyo video se mofaba de su papá y de la tontería aquella del murciélago decapitado y la rabia.
A ritmo de Shot in the Dark, la evocación de Ozzy lleva entonces a un casete con portada fotocopiada en reducción y el rostro enloquecido de un inmortal del rock.
@acvilleda