Con no pocos ecos de Guillermo Cabrera Infante, el también cubano Leonardo Padura ha recuperado una historia de juventud en su relato “Nueve noches con Violeta del Río”, que ha publicado este año el Fondo de Cultura Económica en su colección Vientos del Pueblo, ilustrado por Edu Molina.
La trama parece simple: un joven de provincia va a estudiar con una beca a La Habana y queda embelesado por el retrato de una cantante de boleros que da función por las noches en el bar La Gruta. El chico se prenda de la diva y después de múltiples visitas, con recesos de por medio por vacaciones escolares, logra hacer contacto y vive un romance de vértigo.
Los dictados de la revolución castrista, que empieza a acomodarse en aquel 1968, como la Gran Zafra, motiva el fin de la vida nocturna habanera y el envío de “los artistas” a los campos de cultivo, donde el joven pierde el rastro de su estrella, con la que ha pasado ocho noches de erotismo a niveles insólitos para su edad, él una década menor.
El desenlace de la trama, que no contaré por supuesto, trajo a la arena aquella novela Tres tristes tigres, de Cabrera Infante, que recupera entre capítulos esa vida nocturna habanera anterior a la Gran Zafra con el subtítulo “Ella cantaba boleros”, recreada en el bar del sótano del hotel Capri, a dos calles del malecón en la zona del Vedado.
Grande fue mi sorpresa cuando cayó a mis manos esa novela, pues en el lejano 1993 yo había estado hospedado en aquel hotel por razones fortuitas y estuve un par de noches en la barra de ese piano bar del sótano disfrutando boleros como lo hacían los personajes de Cabrera Infante y también el joven aquel del cuento de Padura, cogido de un ala por una rubia nocturna, misteriosa y trepidante.
Moviéndose entre la novela negra y la novela histórica, Padura logró el reconocimiento internacional definitivo con su libro El hombre que amaba a los perros (2009), a propósito de la vida de Ramón Mercader, el verdugo de Trotski. Si no lo ha leído, ahora es cuando.
Alfredo C. Villeda@acvilleda