Si en México el apellido Goebbels se convierte en tendencia de redes sociales porque la parte más tonta de ambos lados del río decide usarlo para tildar a un adversario o a un enemigo imaginario, despropósito de los bandos más sectarios y ultras de cada grupo, en el mundo no dejan de aparecer novedades y documentación sobre el jefe de la propaganda nazi.
Por eso también, por fortuna, los historiadores tienen a la mano cada vez material más extenso que muta en libros, sea como Diario de 1945: los últimos escritos del jerarca nazi que permaneció junto a Hitler hasta el final (La esfera de los libros, 2007), traducido por Beatriz de la Fuente, sea como los dos tomos titulados Goebbels, de Peter Longerich (Tempus, 2013), que conseguí en traducción francesa por mi nulo alemán.
Goebbels: una biografía (La esfera de los libros, 2009), de Ralf Georg Reuth, es otro volumen que reúne una gran documentación sobre ese personaje al que sus distintos estudiosos han llamado “el creyente que apasiona por apasionado”, “el maquiavelista hasta las últimas consecuencias”, “el demonio de una dictadura” y “el propagandista más bien racional”.
Bajo el asedio británico por un flanco y soviético por el otro, con la salud del Führer en estado deplorable, en el último capítulo Reuth exhibe a un Goebbels que se sujeta a expresiones de fe, conspira sin cesar sobre sus propios compañeros de armas y recurre a modelos de la historia para levantar la moral de su jefe y, así, de la nación.
De La batalla de Alejandro, de Zdenko von Kraft, toma un pasaje en el que el macedonio se recupera de un trance no a partir del medicamento que le da el doctor Filipo, sino de sus palabras, que lo salvan de milagro de una intriga, con el evidente objetivo, el de Goebbels, de comparar a Hitler con Magno y a él con ese médico casi prodigioso y fiel.
Nada en México en toda su historia se asemeja al nazismo ni a sus protagonistas, nada ni nadie. Hay que conocer más aquel episodio antes de hacer comparaciones tontas. De ambos lados.
@acvilleda