Cuando algún allegado al Presidente leyó y escuchó en los medios que la gente necesitaba claridad para entender eso del gasolinazo, de por qué es inevitable y, por tanto, no hay de otra, una vez que el discurso del secretario de Hacienda es insuficiente para quien no maneje esos conceptos propios de la macroeconomía y del mundo hasta hace unos meses “global”, tuvo una gran idea: poner de nuevo a Enrique Peña Nieto al micrófono, pero sin teleprompter.
Sin un documento con palabras grandilocuentes propias de los redactores asalariados del gobierno y los expertos en la materia a tratar, la estrategia no podía fallar. Porque en eso de cultivar el lugar común y los dichos nadie le gana al mandatario, acaso se empareje con Vicente Fox. Y se lanzó sin contemplaciones a hablar de que se acabó la gallina de los huevos de oro y de que, como un parto, el alza de tarifas duele, pero es buena.
Ya se verá a partir de hoy qué tan efectivo resultó el mensaje de que, caramba, qué se le va a hacer, si la gallina de los huevos de oro está muerta. Que duele pagar más por las gasolinas y sus efectos inmediatos en toda la cadena comercial, pues sí, ni modo, pero es en beneficio de todos, cómo no entenderlo con esas palabras tan llanas. ¿Quién se va a dar cuenta, después de tan explícitas expresiones a la mano de quien las escuche, de que el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, desmintió al Presidente al decir ayer mismo que el aumento a las tarifas sí es resultado de las reformas estructurales y no solo de los precios internacionales?
Pero es fácil prever la reacción de una ya de por sí agitada población, la mayoría indignada y activa en las protestas callejeras y cibernéticas con razón, más esa minoría que aprovecha la convulsión para acciones delincuenciales. Porque hay que apuntar que aún nada se sabe del origen de esas tropelías debidamente organizadas, los saqueos y el vandalismo, cuando han pasado ya dos semanas.
El único documento federal oficial al respecto se detiene en la politiquería de señalar a promotores de las protestas, que no de la rapiña y los robos. Por supuesto, no hay una sola prueba en el texto que vincule a Gerardo Fernández Noroña y a Andrés Manuel López Obrador con los hampones. Ni la habrá.