El 5 de octubre de 1960 Nueva York asistió al nacimiento de una figura que será capital en la historia del cine, un director que debutará con un filme por encargo del propio protagonista que es, a un tiempo, también productor. Stanley Kubrick viene del mundo de la fotografía, sustancialmente de moda en la revista Vogue, por lo que conoce ya los secretos del encuadre y la iluminación, puestos al servicio de su ópera prima, Spartacus, con Kirk Douglas como el gladiador enamorado que luchará además contra la opresión romana y por la liberación de los esclavos.
Espartaco es uno de los personajes que marcan la larga carrera de Douglas, el legendario actor muerto esta semana a los 103 años y con 80 películas en su filmografía, tres nominaciones al Oscar y una estatuilla por trayectoria. Es el cautivo rebelde que se enamora de una esclava mientras es entrenado para ser gladiador y desata una revuelta que triunfa en primera instancia y acaba, empero, con la captura y crucifixión de los alzados a manos de las fuerzas romanas.
Pero hay otro Espartaco. Uno que es una figura legendaria datada en los años 70 antes de Cristo: gladiador, comandante, rebelde y profeta, y su biógrafo Aldo Schiavone así lo relata en su libro Spartaco: le armi e l’uomo (ET Storia, 2011): “Espartaco no era el comandante de un pueblo en armas contra Roma, pues estos conflictos eran parte de la normalidad bélica de los conquistadores. En el ascenso y la consolidación de una potencia mundial, la guerra y el sometimiento físico del adversario eran considerados situaciones inevitables y los romanos lo habían hecho un hábito, una rutina. Espartaco, sin embargo, era otra cosa, una radicalmente distinta, diríase inusitada para la cultura dominante: el símbolo de una insurrección extrema, un giro dramático del orden natural. Un esclavo rebelde a la cabeza de un ejército formado a lo largo de mucho tiempo con hombres de modesta condición que logró amenazar el propio corazón del sistema imperial”. Se hablaba de 70 mil soldados. La esclavitud en aquel tiempo, en aquellas latitudes, era la institución total, cuenta el autor. Era esencial para la productividad, la economía, la moral, la vida civil.
En realidad se sabe poco de Espartaco. Las narraciones sobre sus andanzas contra el poder, como en el caso de Aníbal, se le deben a lo que recordaban de él sus enemigos mortales, los vencedores, con algunos apuntes de los dos historiadores más importantes sobre la época, Salustio y Livio, aunque prácticamente nada relevante acerca del gladiador. Aporta más Plutarco, quien habla de un desertor sumamente robusto.
Se sabe que puso ser macedonio, como Alejandro, aunque otros aseguran que fue de origen tracio y era un gigante que pudo hacer cargado en un brazo a Kirk Douglas. Nadie vio su cuerpo y, a diferencia del filme de Kubrick, basado en la novela de Howard Fast, nunca estuvo crucificado, como sí los seis mil sobrevivientes de la batalla final.
Este fue el otro Espartaco.
@acvilleda