Cultura

Califas, yihadistas y asesinos

Acaso haya sido el papa Francisco el primero en hablar de una Tercera Guerra Mundial, pero es la definición de este concepto la que impide aplicárselo al cruce de ataques derivados en fechas recientes por las acciones del grupo Estado Islámico, que no es un Estado, sino un bloque armado con bases en varios países: un califato del siglo XXI.

No siendo ISIS (por las siglas en inglés) un Estado reconocido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la declaratoria de guerra de Francia, apoyada por Estados Unidos, Alemania y Rusia, entre otros, es insuficiente para que se convierta en un escenario oficial de tercera conflagración, que por lo demás contiene elementos que el mundo ha visto desde 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial y se fundó la ONU: atentados, invasiones, toma de rehenes, aerosecuestros y kamikazes.

Decía el fusilero ayer en este espacio que por eso, por la alianza de un grupo de países de Occidente contra este bando islámico, la situación apunta hacia lo que Samuel P. Huntington llamó choque de civilizaciones. Ya Václav Havel, el dramaturgo que llegó a ser presidente checo, sentenciaba que los conflictos culturales van en aumento y son más peligrosos hoy que en cualquier otro momento de la historia.

El objetivo de crear un califato es de larga data, tan larga como a partir de la muerte de Mahoma, en 632 después de Cristo, episodio que no estuvo desprovisto de conspiraciones, matanzas, sectarismo, ofensas y rebeliones, detonado todo a partir de que los partidarios del profeta se apresuraron a designar a Abu Bakr, suegro del difunto, como primer sucesor o califa.

El califa, dice John L. Esposito en su ensayo indispensable Guerras profanas: terror en nombre del islam (Paidós, 2003), era el máximo representante político de la comunidad. Aunque no era un profeta, disfrutaba de un cierto prestigio religioso y de autoridad. Como protector de ese culto, dirigía el yihad (esfuerzo, lucha) y gobernaba a la comunidad a través de la sharia (jurisprudencia islámica). Los seguidores del nuevo califa se llamaban suníes.

Sin embargo, la guerra por el poder a la muerte de Mahoma tenía otro bando: los chiíes, una minoría que se sintió traicionada porque creía que Alí, primo y cuñado del profeta, había sido el elegido con antelación. Alí llegó a ser el cuarto califa, pero fue asesinado, igual que su hijo Husein, que luchaba por la recuperación del poder.

Hoy en día, pese a sus diferencias históricas, ambos grupos poseen la misma concepción global del yihad como un esfuerzo en el camino hacia Dios, y ambos distinguen entre el yihad mayor (esfuerzo personal y espiritual) y el menor (la forma bélica). Es un deber religioso para defender la vida, la tierra y la fe, y para impedir la invasión o garantizar la libertad para difundir su fe.

Si hoy parecen extremos los recursos de los yihadistas, como tomar un teatro y ejecutar al público en París o hacerse explotar en medio de una multitud, Esposito nos recuerda que en sus primeros tiempos, el islam experimentó la violencia de los movimientos religiosos extremistas, de los que se originaron los jariyíes (seguidores de Alí, a quien después mataron), radicales que veían el mundo en blanco y negro, fieles e idólatras, guerra y paz (antecedentes de Osama bin Laden), y los asesinos, una rama chií inspirada por una visión mesiánica.

"Los asesinos infundieron tal terror en los corazones de sus enemigos musulmanes y de los cruzados que sus hazañas en Persia y Siria hicieron que fueran famosos y recordados en la historia mucho después de haber sido invadidos y su último gran maestro ejecutado por los mongoles en 1256", escribe este profesor de la Universidad de Georgetown.

Sus historias perviven. Hoy cualquier joven occidental puede revivir las glorias de esos oscuros, dogmáticos y sanguinarios personajes en videojuegos de realidad virtual, sin el discurso religioso por delante, matanza y adrenalina pura, o en algunos programas televisivos, como una serie de Warner titulada Witchblade (2000-2001), arma con poderes sobrenaturales en manos de una policía de Nueva York (Yancy Butler), chica siempre custodiada, precisamente, por un asesino de corte chií.

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Alfredo Campos Villeda
  • Alfredo Campos Villeda
  • Director de @Notivox Diario. Autor de #Fusilerías y de los libros #SeptiembreLetal y #VariantesdelCrepúsculo. Lector en cuatro lenguas. / Escribe todos los viernes su columna Fusilerías
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