Pudiera fijar acaso el primer antecedente en aquellas lecturas adolescentes de Verne o Asimov, pero debió ser más bien por el lado visual que comenzó a modelarse mi afición por ciertos filones de la ciencia ficción, con series como El túnel del tiempo, Perdidos en el espacio y El planeta de los simios. Después vinieron ya los platos fuertes en la pantalla grande, es decir, Robocop, Blade Runner, Terminator, Alien, Depredador, Jurassic Park y Matrix.
Durante los cincuenta años que han pasado muchos son los avances hechos realidad, pero me quiero referir ahora a algunos de ellos, como el caso de Robocop, esa historia dirigida por Paul Verhoeven y estrenada en 1987 basada en el asesinato de un policía que es traído de vuelta en forma de cíborg por una corporación para combatir el crimen en Detroit, firma que pronto descubre su rostro codicioso mientras que el experimento exhibe, a su vez, el problema de que puede resultar peligroso con cierta autonomía.
Ese pequeño detalle ya había sido detectado tres años antes con la aparición de Terminator, obra maestra de James Cameron en la que un robot asesino y un soldado del futuro vuelven a 1984, el primero con la encomienda de asesinar a la madre del próximo salvador de la humanidad en la guerra contra las máquinas, el segundo a salvar a la mujer que entonces es apenas una camarera ingenua y delicada. Acá el cíborg ya es parte de una “raza” que ha desplazado a la humana, su creadora, en 2029.
Aunque la tecnología militar avanza a niveles insospechables para el ciudadano promedio, hoy en día la mayor conectividad hace posible saber más. Y hay novedades que no dejan de llamar la atención. Apenas en diciembre pasado, por ejemplo, conocí a los famosos meseros robotizados en un lounge del aeropuerto de Riad, en Arabia Saudita, y no pude dejar de imaginar qué haría si me lanzaran el vaso que acababa de depositar en su bandeja.
En una época en la que la inteligencia artificial se impone con una multitud de aplicaciones e interfaces, sorprende sin embargo que haya una capaz de aprobar un examen para obtener la licenciatura de abogado y es natural pensar, en consecuencia, que la ministra Yasmín Esquivel, quien se tituló por los años de Robocop, habría hecho maravillas con ChatGPT, como dice mi amigo Javier Uribe.