El problema está, creo, en la inversión de los roles: de defensores del sistema a criticones y viceversa. Ni unos ni otros saben bien qué hacer ahora que los papeles se han invertido, entonces lo único que hacen (y que creen inteligente y efectivo) es la manifestación superlativa de sus afectos.
Eso supone un peligro porque la crítica (objetiva y metódica) queda desarticulada: sí, los extremos son dogmáticos. Un mundo en el que, según nuestra perspectiva, sólo existe una visión para interpretar la realidad, es peligroso en cuanto promueve modos discursivos cada vez más violentos que paulatinamente cancelan el diálogo.
En la transformación de los otrora defensores del régimen a crítico(ne)s, no hay nada sorprendente.
Si su discurso (o su silencio) de adulación y aceptación de regímenes asesinos y depredadores se justificaba nomás en su privilegio y en su cercanía (real o ilusoria) con el poder, era de esperarse que, ahora que están del lado opuesto, sus argumentos (pobres) partan más de la rabia y la añoranza por lo perdido.
Pero la transformación de quienes antes se decían “críticos”, en defensores a ultranza de un régimen que sí, posiblemente sea “mejor” que el anterior, pero que está lejos de ser ideal, resulta, en todo caso, triste.
Supongo que se trata del deslumbramiento del triunfo y el afán desbocado por que las cosas de verdad cambien.
Yo sólo pienso que ahora hay que ser muy ingenuo para creer que no era necesario el cambio… pero igual creo que el rumbo de la transformación por la transformación misma nos puede llevar a lugares muy oscuros, no digamos ya a defender lo indefendible.
Alfonso Valencia
@eljalf