Después de la tormenta llega la calma. Cada uno leerá los resultados como más convenga a su ideología: que si algo se consolidó, que si algo se detuvo, que si la suerte ya está echada, que si aún hay chance para los de siempre, un puestito, lo que sea.
Pero, al final, hay una vuelta a la rutina: trabajar, buscar el modo de salir adelante haciendo lo que nos gusta (o lo que hay, ni modo).
Luego de tantos análisis tan pertinentes, tan sesudos, tan engañosos y catastróficos, luego del lugar común en el que se ha convertido aludir al “privilegio” o a la “empatía” para pasar por alguien medianamente inteligente, las cosas vuelven a su sitio: los problemas y los aciertos vuelven a habitarnos en su justa medida.
La basura sigue ahí afuera, el transporte público sigue siendo un desastre, el narco sigue creciendo, los salarios siguen sin alcanzar para mucho… el sentimiento de triunfo se diluye poco a poco en la cotidianidad en la que las cosas inmediatas siguen más o menos igual.
Al final, estemos del lado que sea, el mundo seguirá prácticamente siendo el mismo. Nadie va a venir a quitarle su casa ni la cuenta del banco ni el apoyo. Tal vez haya un par de cosas que sean más complicadas, otras serán más fáciles, pero no es como que de un día para otro vaya a brillar más el sol de su lado y otro vaya a quedarse en sombras. Ojalá, y por un tiempo razonable, dejemos de expresarnos en esa abstracción dicotómica e inútil en la que se dirigieron las estrategias de los partidos en las últimas semanas.
Ojalá quienes gobiernen y legislen lo hagan a la altura de quienes los han empleado ahí y no desde el rencor o el servilismo. Ojalá hagan tan bien su trabajo que ni notemos que están ahí, por piedad.
Alfonso Valencia
@eljalf