A los perros no les va muy bien en la Biblia. Reyes y Patriarcas se comparan con ellos cuando creen recibir tratos injustos, y es común que se maldigan comparándose con canes. Los perros le sirven a Salomón para hablar de la necedad en los Proverbios: “Como perro que vuelve a su vómito, así es el necio que vuelve a su insensatez”, y según Mateo, Jesús dijo que no diéramos lo santo a los perros, por miedo a que se vuelvan contra nosotros y nos despedacen. El Apocalipsis los deja fuera de la ciudad que simboliza la salvación, junto a “hechiceros, los que cometen inmoralidades sexuales, los homicidas, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira”.
En la Edad Media, el perro recobró su significado mítico relacionado con la fidelidad. En la heráldica expresa vasallaje y lealtad, obediencia y gratitud: el perro negro sobre campo de oro es el caballero de luto por su Señor, el perro de oro sobre campo rojo es el caballero dispuesto a morir por su Rey. En Brujas, Carlos el Audaz yace con los ojos abiertos, custodiado por un león y un perro: la fuerza y la fidelidad.
Afirma Chevalier que la primera función mítica del perro es la de “guía del hombre en la noche de la muerte, tras haber sido su compañero en el día de la vida”, y recuerda que todavía los lacandones colocan en sus tumbas 4 figurillas de perro.
Existen detractores de infografía (como el Papa) que subestiman el amor que se le puede profesar a los perros por una condición desigual de poder. En realidad, el amor a los animales es una expresión de bondad radical: el amor más allá del entendimiento y, muchas veces, el enfrentamiento con la pérdida anticipada del depositario de nuestro amor.
Amen a sus mascotas por el solo acto de amar: es hermoso.
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