¿Qué es lo que constituye el saber pedagógico de las maestras y los maestros? ¿Cómo comunican ese saber? Son preguntas que nos invitan a reflexionar sobre el valor de la docencia, sobre nuestro posicionamiento político-pedagógico-ético y sobre nuestra práctica cotidiana. En la actualidad, si uno revisa la diversidad y cantidad de conocimiento que debe poseer un maestro para desarrollar su labor se sorprendería. Un maestro de educación básica, por ejemplo, debe conocer los contenidos elementales de disciplinas como la historia, la geografía, la biología, las matemáticas, el civismo, el español, la física, entre otras. Además, tener habilidades y conocimiento para la enseñanza de la educación artística y educación física. De igual manera, como parte de su función pedagógico-didáctica debe tener conocimiento claro de las teorías de aprendizaje y enseñanza, de los procesos de planeación y evaluación, de modelos pedagógicos y didácticos, así como de cuestiones que tienen que ver con la gestión, la política, el humanismo, la filosofía, la ética y la normatividad. El saber pedagógico tiene que ser vasto para enfrentar con responsabilidad y claridad la tarea de enseñar.
El saber pedagógico representa la esencia de la función docente. El aula, la escuela y la comunidad son los espacios propicios para expresar este saber. Las maestras y los maestros nos vamos definiendo en nuestra identidad, nuestra práctica, nuestro estilo a partir de cómo manifestamos nuestro saber pedagógico en la relación con los otros: alumnos, maestros, madres y padres de familia y comunidad.
La docencia ha sido uno de los trabajos que permanentemente está bajo el escrutinio de la sociedad. En ocasiones es vanagloriado, particularmente como parte de las políticas educativas y fechas relevantes, y otras, es desprestigiado al culparlo de las crisis educativas, escolares y de aprendizaje de niñas, niños y adolescentes. Estas imágenes que se crean en la sociedad van “jugando” en el tiempo para configurar el lugar que le asignan a la docencia, generalmente un lugar poco reconocido y valorado socialmente.
En el sexenio anterior, el secretario de Educación en turno, manifestaba como parte de la política con que desarrolló su función, que “cualquiera puede ser maestro”. Entonces, replicamos que no era así, la docencia exige una formación específica, donde se va adquiriendo un saber pedagógico que se alimenta de la experiencia, la teoría y práctica constante. El saber pedagógico del maestro es un saber distinto a otras profesiones, no es comparable, es único y debemos tenerlo claro al momento de valorar nuestra función. La formación de seres humanos, de ciudadanía, requiere de maestras y maestros que valoren su saber pedagógico y lo desplieguen en todos los espacios donde interaccionen. Esto es una forma de revalorizar la tarea docente.
El avance desmesurado de las nuevas tecnologías, y ahora de la inteligencia artificial, colocan a la docencia en riesgo de estancar o disminuir el saber pedagógico. Los programas y las plataformas digitales, las fórmulas y los algoritmos, son elementos que pueden sustituir el pensamiento y creatividad de los docentes, con las consecuencias e implicaciones naturales: no planear, no crear, no evaluar, finalmente un programa digital lo puede hacer. Se pierde la esencia de la relación humana para dar paso a relaciones mediatizadas por la tecnología. Y tal vez la consecuencia más crítica: dejar de pensar.
Revalorar nuestro saber pedagógico significa colocarnos en una posición más clara para comprender las situaciones y problemáticas educativas. Tenemos que dialogar nuestro saber pedagógico entre maestros, con nuestros alumnos, con las madres y padres de familia, con la comunidad. Dialogar nuestro saber pedagógico es la posibilidad de expresar nuestro saber frente al saber del otro, de expresar nuestras propias construcciones sobre la realidad y de escuchar otras. Un saber pedagógico claro nos permite no inhibirnos frente a otras profesiones más valorizadas y reconocidas socialmente. La docencia constituye un eslabón insustituible en la formación de los seres humanos y de otras profesiones. Dialoguemos nuestro saber pedagógico como una forma de pensar en una sociedad diferente, pero sobre todo para colocar a la docencia en el lugar que socialmente le corresponde como dispositivo de transformación humana y social.