Colocarnos en el desafío de la transformación social y educativa, implica una serie de ajustes que tendríamos que realizar en las formas de pensar y hacer nuestra práctica. El proyecto político-pedagógico de la Nueva Escuela Mexicana exige movilización del pensamiento, conciencia histórica, distanciamiento del conformismo pedagógico y tránsito hacia lo crítico. Es pensar y repensar la escuela desde otros ángulos y referentes. Tener la capacidad de cuestionar la realidad y el conocimiento pedagógico asimilado. Nuestra mirada debe advertir las anomalías en la práctica para plantearnos nuevas interrogantes. Identificar posibilidades y alternativas, que finalmente se constituyen en el acicate para una acción pedagógica diferente.
La búsqueda de alternativas pedagógicas tiene su origen en la incomodidad que produce el hartazgo por lo instituido, por la imposición y por el desapego de la realidad. Un docente que cuestiona el currículum prescrito, que problematiza el entorno social de su práctica y su práctica misma, es un docente que encontrará alternativas y nuevos sentidos a su función social. Su docencia se constituye entonces, en un espacio para la formación de conciencia histórica, de ciudadanía, de justicia, de democracia y de pensamiento crítico, más allá de ser un espacio escolarizado para la transmisión de contenidos. Es un docente que ha decidido “colocarse” frente a su responsabilidad social de construir escuela y Estado, retomando a Rockwell (2007). Un docente que ha decido colocarse en este sentido, es un docente que tiene claro su posicionamiento político, pedagógico y ético. Es un docente crítico.
La docencia desde una perspectiva crítica implica reconocer el espacio escolar como un espacio de reproducción social donde existe relaciones de dominación y subordinación, como reflejo del mundo social. Reconoce a la práctica educativa como una cuestión compleja y multirreferencial, que es determinada por las condicionantes sociales, políticas, económicas, ideológicas y culturales de su entorno. Reconoce la importancia de generar rupturas paradigmáticas para desanclarnos de las tradiciones pedagógicas, de la racionalidad instrumental y de los ambientes complacientes y conformistas que hemos creado en la cultura escolar.
Henry Giroux (2017) en sus aportaciones educativas para constituir sociedades más democráticas, reflexiona sobre la pedagogía y la educación, y nos dice “La pedagogía, tal y como está planteada en muchas escuelas actuales, ataca en vez de educar y no logra que los alumnos se reconozcan en lo que hacen. La multitud de pruebas y exámenes, modelos de aprendizaje que apagan la chispa crítica y crean espacios sin ningún tipo de imaginación, los sistemas de organización represivos y basados en el castigo, la memorización y el conformismo crean un ambiente donde los alumnos comprenden rápidamente que la escuela es un lugar desagradable y que no existe nada parecido a la satisfacción de aprender. La educación debe ser comprometida, crítica y revolucionaria. Hay que ver la educación como algo más que un diploma o un instrumento para conseguir trabajo al servicio de la cultura de la empresa. Debemos recuperar el papel que la enseñanza ha tenido históricamente como herramienta para desarrollar la capacidad crítica, utilizarla para que los alumnos sean agentes comprometidos con el mundo, preocupados por afrontar asuntos sociales esenciales y dispuestos a profundizar y extender el significado y la práctica de una democracia radical y revolucionaria.”
Transitar hacia un pensamiento y docencia crítica, como lo apunte, implica colocarnos ante el desafío de la complejidad que representan los cambios educativos y curriculares. Fortalecer nuestras colectividades, en la reflexión dialógica permanente nos ofrece la posibilidad de una mayor claridad de pensamiento, además de movilizarnos en nuestra acción social con mayor sentido. Los tiempos que vive México, ante los embates del imperialismo yanqui, son un buen pretexto para replantear el sentido de nuestra educación, de nuestra escuela y de nuestra docencia.