Atender la demanda de que en la educación básica las niñas, niños y adolescentes desarrollen su pensamiento crítico y en las escuelas se generen ambientes democráticos, no es una tarea fácil, implica el cumplimiento de varias condiciones para alcanzar su logro.
En primer lugar, es importante tener presente que el pensamiento crítico desarrolla la creatividad, el juicio crítico y mejora la razonabilidad. Entonces, es necesario que estas intenciones se articulen con la tarea pedagógica-didáctica que hacen los docentes.
El plan y programas de estudio deben ser lo suficientemente comprendidos en su lógica de racionalidad por parte de los maestros, porque constituyen el punto de partida para pensar su planificación de actividades y en la cual se supone expresa en gran parte su concepción de educación, enseñanza y aprendizaje.
Si los docentes no asumen un papel mediador-reflexivo en este proceso, seguro es que su posicionamiento pedagógico será anclado a prácticas de reproducción del currículum. La creación de ambientes democráticos en el trabajo áulico es una responsabilidad docente que tenemos e implica un giro hacia prácticas pedagógicas diferentes, una relación educativa que tenga presente que nuestros alumnos son seres sociales, personas y sujetos pensantes; que tienen una voz y un sentir respecto al acontecer cotidiano y su entorno social; que los contenidos escolares deben articularse a ello para encontrar sentido, pertinencia y significado.
Desarrollar el pensamiento crítico desde las aulas, es pensar también en la sociedad. La formación ciudadana empieza desde la edad temprana y si queremos una mejor sociedad, más justa, democrática y razonable, el aula y el trabajo pedagógico reflexivo, es el espacio propicio para ello.
En segundo lugar, para que la práctica pedagógica sea pertinente a la construcción de ambientes democráticos y teniendo como base un marco de reflexión-acción-reflexión permanente, la formación de las maestras y maestros debe ir en la misma dirección. La formación inicial de los docentes debe ser replanteada desde su esencia, es decir, desde el proyecto curricular vigente en las escuelas normales. Los espacios formativos requieren de la incorporación de nuevos sentidos y de nuevos contenidos que se articulen a un modelo de pensamiento crítico a saber.
La filosofía, la pedagogía crítica, la dialéctica, la investigación-acción, la política, la territorialidad, lo planetario, el humanismo, entre otros, son algunos saberes necesarios para articular la formación docente con el contexto sociohistórico actual.
Por otra parte, la formación permanente requiere de programas que se distancien del cumplimiento burocrático y modelos estandarizados que han dominado estos espacios por treinta años. Se requiere de un modelo formativo que ponga en el centro el desarrollo del pensamiento, la teoría pedagógica y la perspectiva humanista de educación.
Una formación en ese sentido permite que el horizonte de comprensión de la práctica sea más amplio y se vea complementada por las cuestiones metodológicas y didácticas con una orientación de equidad y participación en las estrategias y actividades que se implementen. Cambiar la lógica de racionalidad es imprescindible, distanciarse de lo técnico y acercarse a lo comprensivo posibilita un pensamiento más abierto y democrático en nuestras prácticas pedagógicas.
En tercer lugar, el currículum debe ser replanteado. A propósito de la discusión actual sobre el Marco curricular 2022 y los libros de texto, el análisis merecer mayor seriedad y dedicación de tiempo. No se puede agotar la participación de las maestras y maestros en “asambleas” realizadas con premura, limitadas en la participación y bajo un esquema cerrado de “pregunta-respuesta”.
El análisis curricular implica una mayor participación de los docentes: para que compartan sus reflexiones y sus saberes; expresen sus preocupaciones, dificultades y sus dudas; comuniquen sus propuestas e ideas; y por supuesto, que conozcamos sus aspiraciones en la formación de sus alumnos y de ellos mismos. El currículum debe estar abierto a la incorporación de nuevos contenidos y de la eliminación de otros.
Si la aspiración es desarrollar pensamiento crítico en las niñas, niños y adolescentes, incluyamos en la educación básica la filosofía, la política y el humanismo, tanto en sentido transversal como directo (como asignaturas especificas), además de fortalecer el conocimiento histórico y los temas emergentes de los últimos veinte años (género, sexualidad, diversidad, educación ambiental, interculturalidad, inclusión). Quizá con ello, sea posible articular la educación y democracia con mayor sentido, y si, para sentar las bases de esta última, como una forma de vida.
Alfonso Torres Hernández