Vivimos en un tiempo lleno de contradicciones. La tecnología nos regala comodidades y nos conecta intensamente, pero nos expone a peligros que nunca imaginamos y nos obliga a consumir más energía.
Tengo algunos amigos, pocos en realidad, que no usan redes sociales. “¿Como para qué necesito saber a dónde y con quién fuiste a cenar?”, me dice uno de ellos, “no me pierdo de nada importante y me puedo concentrar en las cosas que valen la pena”, agrega.
Se supone que el internet, amigo lector, facilita el intercambio de información porque nos evita tiempo y traslados. Podemos enviar cien fotografías al otro lado del mundo sin necesidad de usar un avión. Pero con el tiempo hemos abusado de esta tecnología, y ahora resulta que el gasto y el consumo son altísimos.
De acuerdo con la página especializada en estadística Stadista, en 2017, Facebook generó 979 mil toneladas métricas de dióxido de carbono.
En mayo pasado, la revista Rolling Stone publicó un reporte del impacto ecológico que tienen los servicios de música en streaming, como el que ofrece Spotify, que es sin duda el líder en este negocio.
El artículo está basado en un reporte de la Universidad de Glasgow en Escocia y asegura que el daño que provoca la transmisión de música produce entre 200 y 350 mil toneladas de carbono.
Para tener una idea, físicamente una tonelada de gas ocupa un cubo de 8.1 metros por lado, algo así como el espacio de cuatro autobuses de pasajeros juntos.
La actividad vinculada con correos electrónicos en todo el mundo equivale a la huella de carbono que producen 890 millones de autos, según el reporte de la consultora Two Sides.
Lo que sucede es una contradicción: se supone que al no necesitar el papel y los traslados físicos de las cosas deberíamos gastar menos energía y por lo tanto contaminar menos el planeta. Pero no es así.
Este fenómeno, estimado lector, aunque usted no lo crea, se descubrió en 1865 y tiene nombre: La Paradoja de Jevons. El progreso y la eficiencia no garantizan la reducción en el consumo de recursos.
En aquellos años, el economista William Stanley Jevon hizo un análisis sobre lo que sucedió cuando se pensaba que el mundo estaba llegando al límite en sus reservas de carbón. En respuesta surgieron grandes inventos que hacían más eficiente su uso, tal como sucedió con la máquina de vapor de James Watt.
La eficiencia de la máquina la hizo muy popular, pero al distribuirse en masa disparó el consumo de carbón aún más que cuando no existía.
En nuestro moderno caso digital sucede lo mismo. El abuso de las transmisiones y los intercambios han aumentado el consumo de energía.
Y usted, amigo lector, bien podría decir que son las compañías de servicios quienes deben ser más eficientes, más verdes. Sí, pero el verdadero camino está en los consumos, en la responsabilidad de los usuarios.
Es difícil decir cuánto tiempo se debe invertir en redes sociales o cuántos correos debemos enviar, recibir o almacenar (el almacenamiento en la nube deja mucha huella ecológica), pero en un simple ejercicio de sentido común debemos utilizar estos recursos en lo necesario y ya.
Realmente creo que a usted o casi nadie le importa a dónde y con quién fui a cenar ayer, por lo tanto no tiene ningún caso que gaste tiempo y recursos en compartirlo, de hecho a las personas que seguro sí les interesa ya les platicaré personalmente cuando los vea.
Estamos haciendo un uso absurdo de una tecnología maravillosa y con eso impactamos fuertemente al planeta en tiempos muy sensibles, en pleno calentamiento global, no la echemos a perder, no la arruinemos, es tiempo de ser moderados y parar el despilfarro… o usted, ¿qué opina?