Mientras caminas hacia el Zócalo capitalino y miras a toda esa gente apretándose como lentejas, sientes esa presencia invisible del fundador de todo este movimiento que hoy, 29 de mayo de 2024, ha venido numerosamente a refrendarle su apoyo a Claudia Sheinbaum y a Clara Brugada, dos candidatas de izquierda que están a punto de ganar la presidencia y la jefatura capitalina.
Pero te decía: apenas pisas la plaza, te das cuenta de que López Obrador está en la teoría, pero no está en el mitin ni está en los planes futuros. Es decir: el todavía presidente está en la merchandise, aunque cada día se vende más parafernalia de Sheinbaum (eso te dijo un vendedor). Están sus apellidos en las polémicas playeras con el estampado de la Santa Muerte que Luis ha venido a vender, aprovechando la controversia, pero AMLO no está en las playeras ni en los carteles que dicen: ‘Con Claudia llegamos todas’, ‘Claudia, honestidad, resultados, amor al pueblo’, ‘Tiempo de mujeres’.
AMLO está a espaldas del escenario, en Palacio Nacional, pero no está porque anda de gira. Está en uno de los jingles que anteceden al mitin, pero no está en la garganta del cantante que le canta a Sheinbaum, mientras ella camina al templete y va saludando y fotografiándose. AMLO está en tu memoria, está en las fotos que ha traído la gente, está en las máscaras y está en las loas más fuertes que escucharás durante la tarde, pero no está en los vítores más recurrentes y más emotivos del evento: ¡Presidenta!, ¡presidenta!, ¡presidenta!
“Ahora hay que empezar a caminar sin Obrador”, te dice una señora mientras Brugada le llama al Zócalo “el corazón del obradorismo” y recuerda que en esta plaza nació la esperanza. Y si bien Brugada se compromete a seguir el legado de López Obrador, también pone propio sello: será un gobierno feminista, un movimiento que el presidente nunca supo cómo abordarlo. Brugada, además, habla de las Utopías, un programa integral que ha dignificado a Iztapalapa, la alcaldía clave de la elección.
Mientras Brugada nombra a cada candidata y candidato a las gubernaturas que las acompañan, te preguntas si Alejandro Armenta, Eduardo Ramírez o Claudia Delgadillo, por ejemplo, son el neo-obradorismo o son el cluaudismo que a Omar García Harfuch, siempre en el templete, se le nota a leguas, al igual que a Ernestina Godoy o a Alfonso Ramírez Cuéllar, el operador de la estructura que habrá que moverse el domingo, y que escucha los discursos desde la zona de invitados.
En esa zona alcanzas a ver de todo: desde los que acompañan a AMLO y a Sheinbaum desde 2000, como César Yáñez o Alejandro Encinas, hoy coordinador del consejo asesor de Brugada; pasando por quienes le siguen la pisada a partir del desafuero de 2005; y terminando con Alejandro Murat, Pepe Chedraui, Víctor Hugo Lobo, el famoso Lord Molécula, un tal Mauricio Cantú (que si no trajera su nombre en la playera nunca habrías sabido quién es) y a decenas de ‘fifis’ que sabe de qué familias y partidos los sacaron y los hicieron candidatos, en búsqueda del Plan C.
Tu atención regresa al escenario: ahora es Sheinbaum quien ofrece el discurso triunfador. Evoca a AMLO, enumera algunas victorias de la ‘Transformación’ (aumento de salarios, disminución de desempleo, crecimiento económico, los programas sociales, obras, etcétera). “López Obrador ha hecho hazaña en nuestro país”, dice Sheinbaum. “Guardaré su legado”. Luego, al igual que Brugada, habla de lo que difícilmente un hombre hablaría: de la igualdad sustantiva.
“Compañeras, amigas, hermanas, hijas, abuelas: no están solas”, dice y desata el tercer ¡Presidenta!, ¡presidenta! Marcelo Ebrard, Fernández Noroña, Adán Augusto y Ricardo Monreal, los que Sheinbaum barrió en la elección interna, le aplauden y la vitorean y tú te preguntas quiénes de ellos hubiesen querido ser esta tarde los protagonistas.
Te vas convencido de que los triunfos de Sheinbaum y Brugada el próximo domingo harían que el retiro de AMLO sea más llevadero.
