La manifestación, la protesta, y marchar por las calles, son sin duda un derecho consagrado en la Constitución que busca darle voz a las inconformidades sociales.
Ocurren en todos los países de cualquier continente, en una gran ciudad o incluso un pequeño poblado.
Es una forma de confrontar al poder; pero la historia demuestra que los tomadores de decisiones suelen resistirse al ruido de la calle. A veces con oídos sordos, otras con la fuerza pública. Y en Puebla, como en tantas partes, el cierre de vialidades se ha convertido en una estrategia recurrente. El problema es que siempre hay daños colaterales y estos son los ciudadanos que no tienen vela en el entierro y terminan atrapados en la confrontación.
La protesta no es mala. Lo peligroso es cuando la exigencia se vuelve chantaje y las demandas rayan en el absurdo. A los gobiernos del pasado reciente les pasó de todo menos inadvertido: atendieron solo cuando el conflicto explotó en la calle. Y con eso, enseñaron que la única manera de obtener respuestas es bloquear, colapsar, presionar.
Ahí están los ejemplos:
1. Pobladores cierran la autopista Puebla-Atlixco tras la desaparición de dos personas. Caos total. Horas después, se descubre que no fueron secuestradas y simplemente decidieron irse por voluntad propia.
2. Estudiantes de la BUAP toman la universidad. Entre sus exigencias, un paso peatonal sobre la Vía Atlixcáyotl. Se los conceden, aunque ya había alternativas y aunque con ello revientan un proyecto de movilidad que empezaba a funcionar.
3. Miembros de la 28 de Octubre se manifiestan contra los operativos contra taxis piratas. Lo hacen con encapuchados y palos. Un mensaje claro: el que grita más fuerte, gana.
4. En la CdMx, la CNTE bloquea los accesos al Aeropuerto Internacional. Miles pierden su vuelo. Afectar a terceros como método de negociación.
El reto de la autoridad es evitar la represión, sí, pero también evitar el chantaje. Urge un nuevo modelo de diálogo que funcione antes del bloqueo, no después. Porque si no, el mensaje sigue siendo el mismo: en México, solo el que cierra calles es escuchado.