El reporte del jueves 11 de julio, que cada mañana presenta el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública al presidente López Obrador en Palacio Nacional, informó que Puebla fue la entidad más violenta durante la jornada previa, con un récord de 9 personas asesinadas de forma violenta. Es decir: fueron homicidios dolosos, apenas por arriba de Chihuahua con 7 y después de Guanajuato con 11.
Fue un día para olvidar, sobre todo porque en Puebla esos escenarios de inseguridad y violencia desmedida no son —ni deben ser— parte de la cotidianidad.
La Secretaría de Gobernación estatal desmintió la cifra y dijo que no habían sido 9, sino solo 6, y que se tenían que considerar como “hechos aislados”, recordándonos el clásico del marinismo, con Mario Montero y Valentín Meneses, quienes se apropiaron de esa narrativa cuando pasaron también por una mala racha en el último tramo de aquel penoso sexenio.
Regresando al presente, se trata de actos que roban nuestra tranquilidad como ciudadanos, quienes hemos visto esta realidad en otros puntos del país como Tamaulipas, Sinaloa, Guerrero, Chiapas, Veracruz, Morelos y otros más, donde los grupos criminales han tomado el control de la ingobernabilidad, con autoridades evidentemente sobrepasadas y hasta cómplices.
Nos genera incertidumbre saber si los municipios donde han ocurrido estos hechos graves están tan preocupados como nosotros y si están atendiendo y trabajando en solucionarlo.
En otras palabras, la duda es si están trabajando por reforzar la seguridad o están tan distraídos con la recta final de su administración.
Si están “mapeando” los focos rojos que se tienen o solo enfocados en que cuadren sus cuentas para evitar la persecución de los gobiernos que llegan. Si están delineando una estrategia de contrainteligencia para hacer frente a los grupos delincuenciales o están concentrados en el Año de Hidalgo.
Y es que existen analistas que hablan de un fenómeno donde las células criminales suelen reagruparse y usan el periodo entre el término de las elecciones y la entrada de los nuevos gobiernos para reajustar su estrategia de operación delincuencial e instalarse en territorios que les faltan por conquistar o bien, “pelearse la plaza”, aprovechando la distracción de los que se van y que los que van a llegar, no llegan aún.
Abusados ahí.