¡El violonchelo!
Compás 4/4 (Moderato)
La tornamesa Fisher giraba en la sala recién alfombrada. El padre, tras escuchar por enésima vez que su hijo tenía una sensibilidad especial para la música, llevó a casa una colección de discos de música clásica. Terminaron de comer juntos y Gabriel, el niño, se acostó sobre aquella superficie mullida, inhalando el aroma dulzón, químico, de los petrolatos del nylon nuevo, esas fibras que desprendían un perfume volátil que entretejía lo sintético con lo doméstico.
El niño cerró los ojos. La sinfonía avanza y él experimenta una extraña muerte de cuarenta minutos: deja de existir para ser sonido, ausencia, elevación. En ese abandono, la conciencia infantil recibió una visión singular: comienza a soñar de manera recurrente con una comuna de hongos. No le dice a nadie. Esos hongos comienzan a crecer en la húmeda oscuridad de la imaginación de ese niño ya herido para siempre por la música.
Compás 6/8 (Andante, fluido)
Gabriel Pareyón aprendió por sí mismo alemán y ruso, guiado solo por libros viejos hallados en casa de sus tíos, por lo que su vida ha sido una travesía entre lenguajes, signos y sonidos. A los trece años, mientras otros adolescentes se preocupaban por Luis Miguel, Timbiriche, Menudo y Flans, él concibió la idea de escribir un Diccionario de Música en México, tarea que culminó algunos años después.
Luego de lanzarse a un singular periplo europeo en búsqueda de su maestro ideal, logró estudiar composición con Clarence Barlow en el Real Conservatorio de La Haya y después musicología en Helsinki con el legendario semiólogo Eero Tarasti. Su obra ha recibido reconocimientos en Moscú, Cracovia y Bangkok, y su ópera en náhuatl, Xochicuicatl cuecuechtli, obtuvo un premio de la UNESCO.
Pareyón fusiona música, matemáticas y semiótica en una exploración constante. Sus obras parten de modelos matemáticos que revelan patrones ocultos en el sonido: utiliza estructuras numéricas inspiradas en fractales y en la geometría natural, que se repiten y transforman (“autosimilares”), y las aplica en sus composiciones.
Gabriel entiende la música como un lenguaje compuesto de signos que pueden relacionarse con ideas abstractas o emociones concretas. Así desarrolla el concepto de “intersemiosis”, mediante el cual distintos sistemas simbólicos —como números, formas visuales o sonidos— dialogan, traduciendo información de un ámbito a otro y generando significados nuevos. De este modo, no solo compone música, sino que construye formas innovadoras de relacionarse con el sonido, invitando al oyente a descubrir estructuras y conexiones que antes permanecían ocultas.
Compás 3/4 (Adagio, introspectivo)
Gabriel es hijo único. Su padre era ingeniero —con algunos rasgos de lo que hoy consideramos en el espectro de la neurodivergencia— y su madre era una mujer trabajadora indígena, religiosa, hija de la Cristiada, de una familia de jornaleros, descendientes de generaciones de trabajadores de textileras que se asentaron en Tesistán. Aunque sus padres estuvieron separados por décadas de vida y por visiones del mundo, crearon en su hijo una convergencia.
A los siete años Gabriel acompaña a su padre al monte. A esa edad ya conoce el peso de una escopeta calibre 20; sabe cargarla, sostenerla, usarla. Lleva también un cuchillo para destazar conejos. Su padre lo deja solo en el monte (en realidad se oculta cerca, vigilándolo en secreto, pero quiere forjar el carácter del niño). Gabriel siente angustia, pero se sobrepone. Caza un conejo. Además, se le revela otra cosa: le aturde la belleza de la naturaleza, los colores y la ternura de las flores silvestres, la majestad de una Parota, la profundidad enigmática de las cañadas. Al final de su aventura, le pide a su papá que se lleven a “un amigo” a casa: se trata de un hongo enorme, que transportan hasta el cuarto del niño, quien lo pone a un lado de su cama.
Compás 5/4 (Lento, contemplativo)
Su padre ha muerto. Gabriel está a punto de partir hacia Europa. Aún no lo sabe, pero ese viaje se prolongará por muchos años. Una noche, mientras lee a Chesterton, encuentra con asombro una confesión que lo deja impactado: el escritor inglés también soñó con hongos. Gabriel siente entonces un estremecimiento, una especie de confirmación secreta. Comprenderá, con el paso del tiempo, que «los hongos son los oídos de la madre tierra».
Compás ∞/∞ (Micélico, expansivo)
Gabriel se observa a sí mismo de niño, acostado en la alfombra, experimentando cómo las frecuencias musicales germinan en excrecencias fúngicas. Ahí comienza la composición más larga de su vida: una partitura cuyos tiempos se ramifican, se diluyen y esparcen sin principio ni fin claros, expandiéndose como esporas destinadas a echar raíces en futuros que aún no han sido imaginados.
