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La ironía del Golem, Homúnculo y Leviatán

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  • La ironía del Golem, Homúnculo y Leviatán
  • Alan Ruíz Galicia

Alan Ruiz Galicia
Alan Ruiz Galicia

Los griegos inventaron el término hybris para referirse a una grave transgresión que se comete contra el orden fundamental del mundo. La hybris o desmesura tiene lugar cuando, cegados por la arrogancia, atropellamos una ley divina o terrenal de la máxima importancia.

La humanidad incurre constantemente en la hybris, por lo que podemos encontrar ejemplos en todas las culturas. Traigamos a la memoria la historia del Golem, un personaje recurrente en la mitología hebraica medieval: un rabino modela una figura humana con arcilla y agua, luego escribe la palabra Hemet —cuyo significado es verdad— en la frente del muñeco y este despierta a la vida.

El Golem se crea para facilitar las tareas del rabino y defender el gueto de Praga de los ataques contra los judíos; tenía una fuerza física sobrenatural, pero no podía hablar: su obediencia era ciega porque carecía de alma. Esta característica tuvo consecuencias, ya que el Golem se puso en contra de sus creadores: secó un río y mató a algunos aldeanos, lo que puso en riesgo a toda la comunidad. El rabino lo enfrentó y borró la primera letra escrita en la cara del autómata (alef, la “He” de Hemet), de modo que sólo quedó escrito “muerte” (Met), y así el Golem murió. Este mito se cuenta para recordar la jerarquía del ser humano en el cosmos, pues crear vida es prerrogativa divina. Romper esa ley es hybris.

El homúnculo es otro ejemplo de este mal. Fue llamado así por el médico y alquimista Teofrasto Paracelso, un personaje histórico de contrastes deliciosos, que fue tan moderno que apostó por la innovación médica y la investigación química metódica, pero al mismo tiempo era tan místico que practicó la alquimia y el esoterismo. En La naturaleza de las cosas, su tratado más famoso, escribió acerca de la posibilidad de crear un “homúnculo”, un “hombre pequeño” que podía fabricarse mediante un bizarro proceso, el cual describió en los siguientes términos:

“Encierre durante cuarenta días en un alambique licor espermático del hombre, que allí se pudra y continúe a componerse en un recipiente lleno de estiércol de caballo, hasta que comience a vivir y moverse, lo cual es fácil de reconocer. Después de ese tiempo aparecerá una forma parecida a la de un hombre, pero transparente y casi sin sustancia. Si, luego de esto, se alimenta todos los días este joven producto, prudente y cuidadosamente (...) y se lo conserva durante cuarenta semanas a un calor constante (...) este producto viene a ser un verdadero y viviente niño, con todos sus miembros como el nacido de la mujer, pero solo más pequeño y al que llamamos un homúnculo. Es necesario educarlo con gran esmero y cuidados hasta que crezca y comience a manifestar la inteligencia”.

Paracelso reconoce en su libro que es posible que el homúnculo conspire contra el ser humano después de haber sido creado. Como en el caso del Golem, la hybris pronto encuentra su sanción. Ambos ejemplos expresan el efecto búmeran al transgredir los principios de la naturaleza. Sin embargo, existe una tercera figura que, como veremos, es la más desmesurada de todas: el Leviatán.

Para el inglés Thomas Hobbes el Estado es un Leviatán, un monstruo bíblico que este filósofo reinterpreta e imagina como “un hombre artificial de gran estatura y robustez”, cuya función es proteger a quienes conviven en sociedad. Su idea queda sintetizada en la portada de la primera edición de su libro homónimo, El Leviatán, que vio la luz en 1651. En esta obra se muestra a un príncipe gigante que se eleva por encima de una ciudad, a la que domina y resguarda. El cuerpo de este gigante está conformado por cientos de rostros humanos; aparece con un báculo que representa el poder espiritual, con una corona, que simboliza el poder del Estado, y con una espada, que significa al poder político. La imagen es grandilocuente y resume la noción del filósofo inglés de que el Estado es la renuncia de la facultad de cada persona a gobernarse a sí misma, de modo que cuando los individuos de un cuerpo social en conjunto delegan este derecho, conforman una sola entidad, un dios mortal —el Estado— que es responsable de la paz y la defensa de la sociedad.

Hobbes explica que en La Biblia, en los últimos versículos del libro de El Libro de Job, Dios define al Leviatán como “el rey de la arrogancia”, y añade que “nada existe sobre la tierra que pueda compararse con él. El Leviatán fue creado para no sentir miedo, menosprecia todas las cosas altas y es rey de todas las criaturas soberbias”.

El Leviatán o Estado absoluto es la hybris moderna en estado puro. Si la intención de Hobbes es rescatar al ser humano del estado de naturaleza, que identifica con una “permanente guerra de todos contra todos”, trágicamente acaba sometiéndolo a la voluntad de un poder supremo ante el cual solo se puede actuar como un súbdito servil. Hobbes niega incluso el derecho a protestar frente a los excesos del poder soberano, pues oponerse a su voluntad, en cualquier caso particular, es discutir la fuente misma de todas las leyes. El Leviatán ofrecía paz y protección, pero también terminó en contra de sus creadores. La hybris moderna es irónica en la medida en que aquello que ha sido modelado en un inicio para servir a los fines de seguridad y de control del ser humano, acaba siendo su mayor amenaza.

¿Por qué estos artificios se vengan de sus creadores, tanto en la mitología como en la literatura y en la política? La razón me parece simple y demoledora: desconocemos los efectos de nuestras acciones. Seguros de nuestras ciencias, nos embriagamos en sus capacidades e ignoramos las consecuencias últimas de todas nuestras tentativas.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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