¡El Persa!
Bizhan nació en Abadán, al sur de Irán, una ciudad reconocida por sus yacimientos petroleros, que llegó a albergar la segunda refinería más grande del mundo. El padre de Bizhan trabajaba como técnico en electricidad y profesaba la fe bahá’í, una religión monoteísta fundada en el siglo XIX por Bahá’u’lláh, quien propone la unidad de Dios, de la humanidad y de todas las religiones, con el propósito de construir un mundo justo y pacífico.
La vida de Bizhan y de su familia cambió en 1979, cuando estalló la Revolución Islámica. En ese contexto, ser bahá’í significaba cargar con un estigma. La nueva ortodoxia religiosa convirtió a los miembros de esta fe en ciudadanos de segunda. Despidieron a su padre del trabajo, y como a él, a muchos otros que no profesaban la religión oficial. De hecho, ni Bizhan ni su hermana tendrían la oportunidad de entrar a la universidad, puesto que el acceso a la educación era solo para musulmanes. El cambio social fue dramático: las mujeres comenzaron a cubrirse el cabello, a vestir camisas largas y pantalones que ocultaran su cuerpo. El horizonte familiar se volvió cada vez más estrecho.
Después de considerar la situación, la familia decidió salir del país. Pero no era sencillo. Estados Unidos cerró sus puertas; otros países tampoco otorgaron muchas visas. En ese momento, un pariente político lejano, que conocía México, les habló de ese país, para ellos remoto, pero que era tranquilo y libre. La embajada mexicana les entregó visas de turista en un solo día, y viajaron hacia nuestro continente. El 4 de noviembre de 1979 (quince días después de que salieron de Irán) un grupo de estudiantes islámicos irrumpió en la embajada de Estados Unidos en Teherán y tomó como rehenes a 52 diplomáticos y ciudadanos estadounidenses, quienes permanecieron cautivos durante 444 días. Este evento provocó que se endurecieran los controles migratorios y que se vigilaran de manera estricta las salidas del país, pues el nuevo régimen temía que sus opositores políticos, así como miembros de minorías religiosas, escaparan al extranjero para organizarse y denunciar las persecuciones que ya comenzaban a intensificarse dentro de Irán. Por suerte, la familia de Bizhan ya estaba en México.
Bizhan tenía doce años cuando llegó a nuestro país. Su familia comenzó su aventura en la Ciudad de México y fue inscrito en una secundaria cercana a su nuevo hogar. Sin embargo, Bizhan no entendía el español, pues su lengua materna era el persa. Así que tomaron una decisión: antes de entrar a la escuela, asistiría durante un año a un instituto de idiomas, donde aprendió español junto con otros estudiantes de distintas nacionalidades.
El tiempo pasó, y la hermana mayor de Bizhan debía elegir qué carrera estudiar. Ella quería estudiar Ingeniería en Sistemas, y en ese momento el ITESO era una de las pocas universidades que ofrecía dicho programa. Para apoyarla, su familia se mudó a Guadalajara. La ciudad les gustó y se asentaron aquí. Bizhan siguió los pasos de su hermana y estudió ese mismo programa educativo en el ITESO.
El tiempo pasó. En 1989, en su último año de estudios, Bizhan comenzó a trabajar en el ITESO, donde ha permanecido desde entonces. Le gustó mucho este país, y de hecho se casó con una mexicana y formó su propia familia. Tienen dos hijos: su hijo estudió la misma carrera que él, y su hija eligió el diseño de modas.
En 2019 Bizhan y su familia tuvieron la oportunidad de viajar a Irán: para él fue volver a la patria cuarenta años después. Decidió no ir a Abadán, su ciudad natal, porque durante la guerra entre Irán e Irak, fue destruida, y con la refinería arrasada, la gente desplazada y el éxodo forzado, la ciudad de su infancia ya no existía. Él confiesa: “Me sentiría extraño en mi ciudad, sin familiares ni amigos. Ahora me siento más mexicano y latino”.
En opinión de Bizhan, existen similitudes llamativas entre Irán y México: en ambos países es muy importante la familia, además de que comparten una riqueza culinaria extraordinaria, y las personas suelen ser muy cálidas. Por si fuera poco “tienen en común el petróleo, que es una riqueza que siempre es disputada por intereses extranjeros”, señala con una suave sonrisa irónica.
Bizhan dice que está muy agradecido con México: “tuvimos que salir de Irán por nuestra fe, y aquí incluso me invitan a dar pláticas en eventos y foros, donde puedo explicar el credo bahá’í y la gente muestra mucha disposición y apertura”. Sin embargo, en otros ámbitos de la vida social el país que lo adoptó ha cambiado mucho: “me duele la violencia, la inseguridad, la distancia de la gente respecto a lo espiritual; me lastiman las desapariciones, los asesinatos, el grave problema de las drogas. La gente tiene un corazón puro, pero se distrae con lo inmediato, con la prisa, con la confusión que nos rodea”. Por ello, como parte de las actividades organizadas por miembros de la febahá’í, trabaja por el mejoramiento del mundo a través de charlas y actividades con niños, adolescentes y adultos. “Ser con los demás me provoca mucha satisfacción. Los días de servicio son mis días perfectos”.
Gracias, amigo Bizhan.
