
Jorge recuerda que, cuando era niño, su papá bebía y bebía, su mamá lloraba y lloraba, y él sufría y sufría. Cuando estaba alcoholizado, su padre podía ser violento, y entonces pegaba y pegaba. Su familia soportaba porque era lo único que conocía; Jorge no veía salida a la situación, por lo que resistía y resistía, día tras día. Una de las noches en que su papá perdió los estribos, Jorge se subió a su azotea para no escuchar los gritos. Dice que se puso a mirar el cielo, y vio a la luna muy hermosa, por lo que pasó buena parte de la noche hable que hable con ella. En un punto de su conversación, Jorge le pidió un deseo: salir de esa situación y tener una vida distinta. A cambio del milagro, él juró con todo su corazón que nunca sería como su padre. La luna brillaba y brillaba, y él se sintió contento.
Hay que decir que no todo era malo en la relación entre Jorge y su papá. Él recuerda, por ejemplo, que cuando era niño iban en familia a visitar a sus abuelos los domingos, y su papá lo subía en una carretilla de carga que empujaba de ida y de regreso. Jorge dice que se sentía como una nube arrastrada por el viento. Al llegar a su destino, jugaba todo el día con sus primos, con quienes además salía a divertirse a la calle. Dice que corrían, saltaban y hacían travesuras. A veces no había pelota para jugar fútbol, que era lo que más les gustaba hacer; en esos casos, utilizaban lo que encontraban para entretenerse: palos, monedas, canicas, lo que fuera. Para Jorge, esos domingos eran lo mejor de la vida.
Uno de sus recuerdos más felices fue un fin de semana en que, al regresar a casa, estaba tan cansado de jugar que se quedó dormido. Su papá lo subió a la carretilla con cuidado y lo condujo por el barrio, en Santa Tere; unas cuadras antes de llegar a su destino, Jorge recuerda que se despertó, pero decidió hacerse el dormido. No olvida que su papá lo cargó con cuidado, le acarició la frente, lo tapó con una cobija y le susurró cosas bonitas, creyendo que no lo escuchaba. Para Jorge fue recibir un amor puro, sin preguntas ni regaños, solo la ternura del cuidado absoluto. Dice que hacerse el dormido fue su forma de pedir amor sin palabras para quedarse un poco más en ese mundo donde todo está bien porque alguien te protege.
El tiempo pasó. Jorge dice que el alcoholismo de su papá se fue agravando. Comenzó a pasar que se perdía por días, y tenían que buscarlo por todos lados. Lo llegaron a encontrar en la calle, tirado de borracho. Llegó el punto en que se acostumbraron a simplemente esperar a que apareciera de vuelta. Para sostener su necesidad de embriagarse, su papá pedía prestado o empeñaba cosas propias y ajenas, por lo que terminó en malos términos con sus amigos y familia. A pesar de eso, la mamá de Jorge seguía con su marido, sin importar los constantes maltratos y las humillaciones que tenía que soportar. Jorge dice que, cada vez que hablaba con ella sobre que dejara a su padre, parecía que “ahora sí” sería la última vez que lo aguantaba, pero con el tiempo descubrió que esas conversaciones eran más un desahogo de su mamá que el deseo de realmente separarse de su marido. Por dicha situación, Jorge se fugó de su casa a los dieciséis años y comenzó su propia historia.
Al principio vivió solo y se dedicó a trabajar de lo que se ofrecía, como ayudante en una carnicería, luego en una pollería, después aprendió a colocar pisos y pintar casas. Dice que un tiempo estuvo muy bien y sano, y que incluso no le gustaba ni fumar, e iba todos los días a correr en las mañanas a un deportivo cercano. Sin embargo, “las malas compañías” no tardaron en aparecer y comenzó una etapa en la que podía pasar varios días de fiesta. Aun así, nunca faltó a un compromiso de trabajo, algo de lo que se siente muy orgulloso: “podía llegar en vivo, pero llegaba”, me cuenta con una sonrisa.
Hace cinco años conoció a alguien especial. Se llama María del Carmen y trabajaba como cajera en una farmacia. Dice que, desde que se vieron por primera vez, sintió una conexión perfecta. Me confiesa: “siempre quise ver mi sangre correr en alguien más”, por lo que decidió que tendría hijos con ella. Su sueño se cumplió y es padre de dos niños. Tristemente, la bebida volvió a tener un papel importante en su existencia: Jorge pasaba mucho tiempo tomando con sus amigos, al punto en que descuidó a su familia. Su esposa no lo aguantó demasiado, y luego de un par de veces en que él no llegó a dormir a la casa, lo abandonó, llevándose consigo a sus hijos.
Este evento hizo que Jorge bebiera más. Dice que nunca le ha pegado a su familia ni los ha maltratado como su padre, y que, sin embargo, él sí se quedó solo. Ve a sus hijos una vez cada quince días, y sabe que María del Carmen tiene novio desde hace un par de meses. Me confiesa, mirando el cielo nocturno, que ahora se da cuenta de que ni la luna ni él cumplieron su promesa.