Cultura

Suplementos

En la tele, un anuncio insiste en que necesito un suplemento alimenticio. Tiene vitaminas, minerales y no sé qué tanta mamada más. Yo no me siento mal, ni desganado, no veo borroso, ni estoy pálido ni tengo disfunción eréctil.

Existe una creencia generalizada y más o menos inconsciente de que necesitamos cosas que no sólo son innecesarias, sino hasta dañinas. Y nos lo han hecho creer así porque son productos que se venden y si se venden requieren de una campaña publicitaria y el mecanismo detrás de esa campaña no repara en ética, cuestionamientos morales ni consecuencias: la consigna es vender, lo que sea y a costa de cualquier cosa. Ahí el problema.

Los procesos que usa la mercadotecnia para convencer a su clientela de comprar un objeto o servicio van directo al inconsciente, ya sea alborotando sexualmente, generando ansiedad o deseos profundos y hasta temor. ¿No me cree? Vea los anuncios de muchas compañías farmacéuticas en los EU: le advierten que usted puede padecer una enfermedad o síndrome que en su puta vida había escuchado y le recomiendan acudir a su médico para que él evalúe si tal o cual medicamento es el correcto para usted.

Es un tema estadístico; la mercadotecnia no se fija en casos individuales, sólo en los grandes números, porque ahí es donde están dos cosas: el dinero y la capacidad de manipular y controlar. Y de esta combinación deriva el poder.

Estamos sometidos a un bombardeo constante y masivo de campañas que abarcan prácticamente todos los órdenes de actividad e interés humanos.

Somos una sociedad de personas confundidas y engañadas; nos dicen qué comprar no porque tales o cuales productos sean buenos: ya hemos visto incontables ejemplos de productos que son nocivos y que, a pesar de que su difusión ha sido limitada, se siguen vendiendo. Las tendencias que se generan a partir de este bombardeo publicitario pueden no tener siempre el mejor efecto, especialmente cuando hablamos de comida. El asalto de la industria alimentaria ha inundado el mercado de productos que tienen un exceso de tres cosas particularmente peligrosas: sal, azúcar y grasas. En países como el nuestro, con un serio problema de desnutrición, obesidad, hambre y problemas clínicos asociados a la alimentación desbalanceada, resulta imperativo crear una cultura gastronómica y nutricional de prevención y corrección de estos hábitos perniciosos.

¿Cómo controlar este flujo desproporcionado de información? No se puede. Lo que sí es factible —espero— es que las personas alcancen a ser lo suficientemente educadas y sensibles para lograr discernir lo que les conviene. ¿Por qué debería de consumir tal o cual producto? ¿Qué efecto tendrá su consumo prolongado en mi salud, en mi forma de vida? Estas y un montón de preguntas más deben formularse constantemente para alcanzar un estado de conciencia que le dé batalla a esta fuerza implacable que todos los días nos presiona a vivir de una manera que no elegimos pero que hemos ido progresivamente aceptando y que a la larga nos parece normal. Pero no lo es. No: no necesitamos suplementos alimenticios, vitaminas, bebidas energéticas, lecturas motivacionales, cigarros, bebidas y frituras light, leche deslactosada y adicionada con calcio, comida sin gluten, verduras orgánicas, soya reducida en sodio, chamanes que quiten maleficios, confesionarios ni indulgencias, cuarzos, inciensos, aceites místicos y drogas mágicas que curan a los hipocondríacos: necesitamos preguntarnos cómo querríamos vivir. Creo que la mayoría de las personas ya perdieron la capacidad y el interés para responder a esa pregunta.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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