En su libro Práctica de conjurar del reverendísimo fray Luis de la Concepción del año 1721 se relata un caso excepcional. El autor fue enviado a un pueblo, advertido de una posesión demoniaca y practicó un exorcismo peculiar en la iglesia de aquel lugar: “Gustó el Santo Tribunal mandarme, por justificados fines, e hiciese un conjuro general en cierta iglesia, donde había mucha gente. Tenía yo, en virtud de Cristo, echada la estola al cuello de una señora, en quien estaba Lucifer. Díjele al cura de dicha iglesia que en virtud de Cristo, en nombre de toda la iglesia Católica Nuestra Madre, del Sumo Pontífice, del Santo Tribunal, y en nombre suyo y nuestro, mandase a todos los demonios que asistían en cualesquier personas de las allí asistentes, se manifestasen sin daño de criatura alguna. Y el mandato fuese imponiéndoles y echándoles la maldición de parte del Santísimo Sacramento. Apenas lo pronunció el cura, cuando repentinamente más de 200 mujeres, las más doncellas, fueron levantadas en el aire, que casi tocaban la bóveda de dicha iglesia, girando por el aire y con tanta decencia asentadas como cuando lo estaban antes de dicho precepto y maldición. Dejo de referir el temor de muchos los golpes que con las manos de dichas mujeres daban los demonios en las gruesísimas paredes de la iglesia y sonaban tanto como si dicha iglesia fuera de tablas, los alaridos y las voces horrendas, como las de sus autores. Y no contento con esto Lucifer, que estaba en dicha señora atado con la estola, hablando en ella los demás espíritus, les mandó subiesen por el aire a lo alto de la iglesia todos los bancos y escaños grandísimos que había”.
Al final, el exorcista le ordena a Lucifer (muy a su disgusto) haga bajar todos los bancos y a las mujeres que hizo flotar en el aire.
Qué historia. Es un poema.
He leído muchos recuentos parecidos, pero éste me parece excelso. Las cosas que la gente juraba haber visto, imaginadas o forzadas, son de antología.
El tema aquí no es si existieron o no las brujas o si ocurrieron todas esas cosas increíbles que se anotaron durante siglos. No, lo importante es la construcción misma de tales fantasías, pues depende de la época, las condiciones sociales, las normas morales imperantes, las reglas y leyes de aquel entonces y, por supuesto, el nivel de ignorancia y analfabetismo, lo que, todo sumado, genera este cuadro de alucinaciones, visiones y espejismos. Y vaya que se tenía una gran capacidad imaginativa. Pienso entonces que el valor de tales recuentos es, por un lado, literario, y por el otro, sociológico. Yo me inclino más por el asunto de la ficción (al final en eso terminan casi todas estas declaraciones) y aunque el trasfondo científico es importantísimo e interesante, no supera los efectos de la ficción en la mente y en la gente.
La imaginación, durante siglos –y todavía– tenía la potencia de extrapolarse y plasmarse de manera brutal en el reino de la lógica, del sentido común y de las leyes de la ciencia. Porque el mundo lo vemos y lo entendemos no solo como es, sino como lo imaginamos, como lo queremos ver. Por eso es más divertido (o aterrador) percibirnos dentro de una realidad en donde mujeres poseídas por demonios son alzadas en el aire y hechas girar sobre sí mismas, solo para molestar a las autoridades eclesiásticas.
Viéndolo desde el punto de vista cinematográfico, no puedo esperar a que se haga una versión de este relato con inteligencia artificial; se puede lograr algo sorprendentemente dramático, intenso. Hemos visto incontables filmes con grandes efectos especiales, pero me parece que de tanto verlos en la pantalla han perdido un poco su efecto. Sigue la potencia imaginativa siendo el primer y mejor recurso para visualizar esta clase de relatos, pues nada como la química del cerebro para recrearlas.
A todo esto, ¿existen realmente las brujas? Coño, sí, aunque no existan. Es más divertido tenerlas entre nosotros. Además nunca vamos a terminar de imaginar cosas imposibles.