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La última estatua de Porfirio Díaz se resiste al olvido en la ciudad que ayudó a transformar

El porfiriato dejó huella en Tampico. Fue un periodo de crecimiento y modernización, pero también de desigualdad y represión.

A más de un siglo de su muerte, Porfirio Díaz es hoy reflejo de controversia y memoria dividida. Su largo mandato encendió la mecha de un despertar: la Revolución Mexicana. Y Tampico, esa ciudad costera del sur tamaulipeco que él convirtió en capital petrolera, lleva la marca de su influencia. Aunque para muchos su figura es la de un villano cuyo nombre debe ser borrado de los libros, aquí la historia es distinta. A grado tal que en esta ciudad permanece en pie la que puede ser la última estatua que de él queda en México. Sin embargo, la figura de bronce se encuentra confinada en un balcón privado, como si también su legado necesitara resguardo ante la polarización del presente y el olvido.


En su época, el progreso del sur de Tamaulipas floreció entre rieles y chimeneas. Hay quien dice que la injerencia de su suegra, oriunda de esta tierra, fue clave para esa transformación. Otros lo adjudican más bien a una visión de liberalismo de mercado que entregó el país a inversionistas extranjeros, sembrando una desigualdad social que incendiaría a México años más tarde.

En la agenda de Díaz estuvo el desarrollo de Tampico como polo estratégico para el comercio y, más tarde, para la industria petrolera. Mejoró la entrada de barcos por el río Pánuco hacia el puerto y apoyó el tendido de vías férreas hacia San Luis Potosí y Monterrey, a través de concesiones al Ferrocarril Central Mexicano y al Ferrocarril del Golfo, ambas empresas de capital inglés.

Señalado en los libros escolares de historia como el villano dictador que se aferró al poder por 35 años (1876-1911), el general tuvo una relación especial con Tampico, marcada en tres momentos. El primero, en 1876, antes de asumir el gobierno, cuando, perseguido por rebelarse contra el presidente Sebastián Lerdo de Tejada, estuvo a punto de ser descubierto por el Ejército al ocultarse en un barco que estaba por atracar en el puerto. Se lanzó entonces al río Pánuco, siendo rescatado y protegido por amistades en la tripulación.

El segundo episodio, en 1881, al casarse con Carmelita Romero Rubio, cuya ascendencia materna está ligada a la familia Castelló de Tampico. Pero el tercer y más relevante capítulo surge cuando, ya en el poder, convirtió a la ciudad en símbolo de modernidad, con el faro de La Barra, las escolleras de playa Miramar (Madero era parte de Tampico en ese momento), el canal de navegación, el muelle fiscal, la aduana marítima y el canal de Chijol, infraestructura que abre paso al auge petrolero, pero también al resentimiento social de las clases bajas.


El 20 de noviembre de 1910, la Revolución se alza contra su régimen y Díaz renuncia a la Presidencia el 23 de mayo de 1911. Para ese momento, Tampico ya era el segundo productor de petróleo en el mundo. El general se exilia en París, donde muere el 2 de julio de 1915, muy lejos de la patria y del puerto que ayudó a transformar.

Así luce la estatua de Porfirio Díaz actualmente

Hoy en día, Porfirio Díaz observa silente el devenir de la ciudad desde un solitario balcón frente a la Plaza de la Libertad, en el Centro Histórico de Tampico. Su estatua de bronce, de 1.80 metros de altura, permanece en el edificio Mercedes —donde vivió su suegra— desde hace 19 años, tras construirse la figura por iniciativa del gobierno municipal de Fernando Azcárraga López, en 2006.

“La estatua se crea en agradecimiento por las obras que Porfirio Díaz realizó en nuestra ciudad. Se instala en ese edificio privado para evitar que fuera vandalizada, pero es hora de bajarla, se propuso desde el Consejo de la Crónica Municipal”, dice José Antonio Cruz Álvarez, ex secretario del Seminario de Cultura Mexicana y ex presidente de la Corresponsalía Tampico del mismo organismo.

Afirma que es una de las pocas estatuas suyas en México. Ve la ex aduana marítima de Tampico —la más moderna del país en su tiempo— como el sitio ideal para reubicarla, al ser su obra local más emblemática.

De este personaje con claroscuros, Cruz Álvarez subraya que Tampico fue uno de los más beneficiados del porfiriato, por lo que las nuevas generaciones, dice, deben conocer su obra en un museo temático que muestre cómo se movió el motor económico de la ciudad en aquellos años.

El porfiriato dejó huella en México
El porfiriato dejó huella en México

El investigador relata que las compañías petroleras hicieron de Tampico el epicentro del desarrollo económico de México a finales del siglo XIX y principios del XX, siendo incluso esta ciudad, en algún momento, más importante por su dinamismo que Monterrey, pues mientras esta despegaba, en la zona ya se movían importaciones y exportaciones de manera creciente.

Con la Revolución, a Díaz ya no le alcanzó el tiempo para concretar el proyecto de conectar a Tampico con la capital del país a través de la vía corta por Tuxpan, llegando solo hasta la legendaria estación Magozal, en los límites de Ozuluama y Chontla, al norte de Veracruz.

“Es tiempo de que podamos ver la historia sin buenos ni malos, con un enfoque general y sentirnos orgullosos de lo que fuimos y lo que somos. Debe reivindicarse al personaje, ya hemos pasado los años de las condenas, de los castigos y los prejuicios, ser historiadores con objetividad, no condenarlo al olvido, sino recuperar su memoria”, expresa Cruz Álvarez, especialista en Historia de México por la UNAM.

Antes de ser presidente, Díaz fue visto como héroe entre 1862 y 1867, durante la lucha contra el Imperio de Maximiliano y la Intervención Francesa. Fue admirado como militar y respetado en aquel tiempo, pero después su imagen cambió al permanecer 35 años en el poder. La historia imparcial dice que trajo orden y desarrollo al país, pero también represión y una marcada desigualdad social.

Sobre la posible injerencia de su suegra Agustina Castelló en lo hecho por el exmilitar en Tampico, el también integrante del Instituto de Investigaciones Históricas de la UAT refiere que “pudo haber cierta sugerencia al yerno”, sin ser excluyente, porque Veracruz también se vio muy favorecido.

Con las obras portuarias, los barcos de gran tonelaje pudieron recorrer 13 kilómetros desde la desembocadura del Pánuco hasta el muelle fiscal, donde había tramos para que pudieran atracar 13 buques al mismo tiempo, más seis muelles que se tenían en ambas márgenes del río, comenta José Antonio Cruz.

Barco actual en puerto de Tampico.
Barco actual en puerto de Tampico. | Archivo

Tiempo después llegan las primeras refinerías, como El Águila, La Corona y La Huasteca, y en un momento suman ya 17, propiedad de más de 30 compañías petroleras extranjeras.

“Tampico se convirtió en el segundo productor de petróleo para exportación y mercado interno, después de Nueva York”, aseveró el investigador.

El momento clave para el florecimiento de Tampico

El porfiriato fue clave para el desarrollo de Tampico a principios de 1900, afirma el promotor cultural Luis Fernando Castillo Hernández.

“Florecemos como ciudad en esta época. Porfirio Díaz fue un visionario que quiso un México industrializado y nos trajo el tendido del tren, ya teníamos el puerto que nos conectaba con el mundo, y el tren abre un camino hacia México más rápido, un camino que nos trae más progreso”.

Centro Histórico de Tampico.
Centro Histórico de Tampico. | Archivo

Gracias al binomio puerto y tren, añade, se elige a Tampico para ser la capital petrolera de México, lo que dio a la ciudad un auge muy importante.

“El primer pozo se descubre en 1904 en Ébano, San Luis Potosí, y después la Faja de Oro que es el norte de Veracruz; nosotros estábamos en medio y el general decide que aquí se administre la riqueza petrolera”.

Destaca que el Museo de Tampico recoge los momentos más importantes de los 200 años de vida de la ciudad, y no se puede dejar de lado la relación con Porfirio Díaz, cuya esposa además era tamaulipeca y su suegra vivió en esta tierra porteña.

“En aquella época llegaron edificios completos o en partes traídos por barco desde Europa como Casa Fernández, hoy nuestro Museo, y la Aduana, que una parte se trajo de Inglaterra y otra de Francia. Su gusto por Europa se ve reflejado, en nuestra ciudad tenemos estilos francés, inglés, catalán, español, de todo un poco, gracias a ese comercio internacional que nos beneficia”.

El también cronista gráfico considera que Díaz, como Antonio López de Santa Anna, son personajes que no se pueden juzgar a la distancia, sino reconocer su aporte a la ciudad.

“Como todos los personajes políticos y generales que pasaron por este país, han tenido sus puntos buenos y malos; él tuvo muchos a favor y no nada más con nosotros, también con Veracruz, con la Ciudad de México, con Oaxaca. Muchos lo consideran el mejor presidente y para otros es un villano”. Es parte, dice, de la polaridad que siempre ha existido.

Las razones del progreso

Como un mito califica el investigador Aurelio Regalado la versión de que Díaz modernizó Tampico porque se lo pidieron su esposa y su suegra. Afirma que todo fue calculado para facilitar el saqueo del petróleo.

“Lo que estuvo detrás fue el liberalismo económico, no la influencia de su mujer y la madre de ella. Ese es un mito, no hay tirano que trague lumbre, él no se dejaba llevar por un romanticismo trasnochado”.

Destaca que la infraestructura ferroviaria y portuaria que le dio nueva cara a Tampico “iba a coincidir sospechosamente con el inicio de la explotación de pozos petroleros de la región por capitalistas estadunidenses e ingleses, de los que llegó a ser socio el mismo Díaz, su esposa, suegro y otros miembros de la familia”.

Cuenta que mientras para el pueblo había injusticia y represión, los extranjeros se movían con impunidad “para saquear la riqueza nacional”, y el objetivo era claro cuando zarpaban del puerto enormes buques cargados de crudo hacia el vecino país del norte e Inglaterra.

“Ya se sabía de yacimientos petrolíferos en la huasteca tamaulipeca, potosina y veracruzana, y llegaron en pos de la explotación. Se planificó la infraestructura para cuando llegara el momento de la explotación de pozos y se crea el ferrocarril, se construyen las escolleras y se habilita la entrada al puerto para que pudieran entrar buques de gran calado”.

Alineado con ello, añade, se construye la aduana, la máxima representación porfiriana en la ciudad, “tan cantada por su belleza, pero no tuvo que ver lo que se ha dicho de manera romántica, que la pidió su esposa”.

“Tampico no le debe nada”, sostiene Regalado Hernández y agrega que “un tirano como él no andaba preguntando si se podía hacer tal o cuál cosa. Él imponía y puso en venta a su país”. Admite que la ciudad se benefició con infraestructura, pero la idea era entregar la riqueza a extranjeros con contratos leoninos contrarios a los intereses de la Nación.

Aduana de Tampico.
Aduana de Tampico actualmente. | Archivo

Critica la versión de Morelos Canseco González en el libro El Puerto, donde afirma que el puerto fluvial se construye en la margen izquierda del Pánuco (Tampico) porque la esposa hizo rabieta cuando supo que los técnicos aconsejaron hacerlo del lado de Veracruz, y que por eso se le debe a ella el desarrollo de la zona.

“Don Porfirio estaba muy enamorado, pero no al grado de autócrata irredento. En realidad, obedecía a intereses de mucho mayor peso específico que el de su corazón”, reitera el ex cronista municipal.

"Ni bueno ni malo"

“No fue absolutamente héroe, pero tampoco el malo de la historia”, estima el escritor Roberto Guzmán Quintero. Lo define como un hombre que sirvió a su patria como militar frente al invasor y que llegó al poder por las circunstancias de su momento, y ya después como “flamante dictador”.

Señala que, pensando que la movilidad de capitales al país sería el punto de partida hacia el progreso y la modernidad, puso en marcha una “inteligente y premeditada” apertura a la inversión extranjera, la cual pide, invariablemente, garantías al capital y seguridad.

“Inició la llamada pax porfiriana que tanto anhelaba la población, espectadora de continuos conflictos desde la Guerra de Reforma y la falta de seguridad al no haber un gobierno estable”.

Ofrece ganancias a los extranjeros, tratando de incluirlos al magno proyecto modernizador. A la vez, fortalece con armas al Ejército y contiene la belicosidad de indígenas y los levantamientos campesinos.


Mantuvo a raya a bandoleros, abigeos y contrabandistas, buscando la buena disposición del exterior, pero comete errores al no exigir a inversionistas condiciones que favorecieran a los trabajadores, ni lo que le correspondía al país de la riqueza extraída, acallando además protestas laborales.

Sin embargo, dice Guzmán Quintero, “no olfateó el viento de los cambios”, y sin asesores políticos a su lado, decide seguir en el poder hasta la celebración del Centenario de la Independencia en 1910.

“Su herencia en comunicaciones, puertos, seguridad y un superávit financiero cuyos recursos eran resguardados por el mago de las finanzas José Yves Limantour, desaparecieron en pocos meses al sobrevenir un exitoso pero efímero movimiento armado llamado Revolución, que no cambió nada y provocó otro caos”. Soltaron al tigre, había pronosticado Díaz.

Sobre la influencia de la familia política, recuerda que a un puente sobre el río Tamesí, para conectar con la aduana, el puerto y el ferrocarril, le pone el nombre del suegro, “Manuel Romero Rubio”, pero el nuevo régimen lo cambia a “Francisco I. Madero”.

Roberto Guzmán concluye que a veces los países requieren de un dictador progresista, pero que se retire a tiempo y con las manos limpias.

¿Y qué opina la gente?

“Porfirio Díaz fue uno de los mejores presidentes, no fue el villano que dicen en la historia, trajo mucho futuro para México, él mandó hacer la aduana para el puerto y su estatua debe ponerse ahí, fue quien le abrió los brazos al mundo”, dice José Andrés Trejo, habitante de Tampico.

“No sé si fue bueno o malo, cada criterio es diferente, pero a mi ver, está muy escondida la estatua, debe estar a la vista del público, ¿para qué la ponen allá?, allá (en el balcón) no se ve”, comenta Marcos Olvera.

“En el porfiriato Tampico era el primer puerto de México, había mucha exportación y ahora ya no llegan ni los barcos, y en Tampico no hay trabajo, miles han emigrado por una oportunidad laboral”, expresa Marcos García.

“Él impulsó la modernidad con el apoyo de su esposa, hicieron varios edificios en Tampico, pero mucha gente no lo conoció, las nuevas generaciones no saben cómo actuaba”, opina Hugo Eloy.

El porfiriato dejó huella en Tampico. Su legado está tejido con hilos de luz y sombra. Fue un periodo de crecimiento y modernización, pero también de desigualdad y represión.

JETL

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