Un abandonado edificio histórico del Porfiriato y que valía su peso en plata volverá a la vida, gracias a la resucitación de la futura ruta ferroviaria de pasajeros México–Puebla–Veracruz.
Se trata de la estación Irolo, ubicada en el municipio de Tepeapulco, muy cerca de Ciudad Sahagún, Hidalgo. Entre finales del siglo XIX y finales del siglo XX, ésta fue una parada preferente para el transporte de aquel metal precioso y, también, para quienes buscaban alcanzar el sueño americano.
Vías olvidadas por la historia
El 1 de enero de 1873, bajo el mando de Porfirio Díaz, nació el Ferrocarril México–Veracruz, también llamado El Jarocho, un tren de pasajeros y carga que brindó servicio entre la Ciudad de México y Veracruz, pasando por Estado de México, Hidalgo, Tlaxcala y Puebla.
Desde 1937 fue operado por Ferrocarriles Nacionales de México, por decreto del entonces presidente Lázaro Cárdenas, hasta la descentralización de la red ferroviaria nacional, en 1995, y la subsecuente extinción de la paraestatal en 2001, cuando volvió a ser operado por la compañía extranjera Canadian Pacific Kansas City.
El último viaje de este coloso, que brilló durante la época de oro de Ferrocarriles Nacionales de México, salió del puerto de Veracruz y concluyó de regreso en la estación de Buenavista, en la Ciudad de México, el 18 de agosto de 1999.
Hasta hace cuatro años aún se podían admirar las edificaciones de este tren y el viejo letrero oxidado “Irolo” al frente de la estación, que cuenta con un solo andén para pasajeros y dos vías de circulación, ahora utilizadas para transporte de carga.
En la actualidad, bardas perimetrales resguardan el inmueble histórico, el cual cuenta con registro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) —número 130610120001— y clave de ubicación ferroviaria S-0078.

De acuerdo con la dependencia federal, se mantiene como parte de la ruta troncal con terminal del Valle–Veracruz. Entre las edificaciones complementarias a la estación figuran bodega, muelle de carga, escape, casas de sección y selectivo.
Incluso, la sede es considerada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) como patrimonio ferroviario de México.
De plata
Durante el siglo XIX, la producción de plata en Hidalgo —específicamente en la región de Pachuca–Real del Monte— representaba una parte significativa de la minería novohispana, aunque no era la zona más productiva a nivel nacional.
Guanajuato, por ejemplo, superaba ampliamente la producción de Pachuca; sin embargo, era importante la cantidad del preciado metal que salía de las minas hidalguenses.
Irolo fue construida sobre la línea del antiguo Ferrocarril de Hidalgo y Nordeste, de vía angosta, cuyos trabajos de construcción se iniciaron en Pachuca en 1878.
La estación tuvo gran importancia, pues se utilizó para entregar al ferrocarril mexicano barras de plata transportadas desde Pachuca para ser llevadas a la Ciudad de México.
…y migración
Para quienes vivieron en Tepeapulco en las décadas de 1990 y 2000, es fácil recordar el paso del tren “El Jarocho”, su tránsito por Irolo y la migración que generó en esos años.
“En la secundaria, a quienes venían de Irolo se les decía que venían de ‘Irolo Texas’, porque muchos migrantes pasaban por aquí en busca del sueño americano. Pero, cuando dejó de ser tren de pasajeros, bajó la presencia de migrantes; como pasaba ya solo para carga y, a lo mucho, una vez a la semana, decidieron irse mejor a Tula u otros lugares. Incluso algunos se quedaron un tiempo y pedían aventón para salir de aquí”, recuerda un hombre que supera los 45 años de edad.
En la comunidad se comenta que vecinos y habitantes recuerdan que la estación y sus inmuebles fueron utilizados por el Instituto Nacional de Migración (INM), bajo el permiso de la concesionaria Ferrosur, como base de operaciones y centro de concentración de migrantes indocumentados, quienes eran detenidos para su revisión médica y posterior traslado a Pachuca o a la Ciudad de México.

Hoy, la estación dista de su época de oro.
No es la única de El Jarocho que perdió el respaldo de los gobiernos y quedó en abandono, pero mantiene la posibilidad de recobrar algo de su gloria, de generar nuevos recuerdos para habitantes que difícilmente dejarán pasar el silbido de una locomotora, un viaje que los acerque a sus familias, a una playa o a un trabajo.
El Irolo, un legado que sigue vivo, al menos en la memoria de muchos vecinos que han edificado sus hogares a su lado, que no abandonan su comunidad y mantienen su paz y quietud.
La realidad y el abandono
Desde 1999, cuando cesó el servicio de transporte de pasajeros, la estación Irolo pasó a manos de Ferrosur, empresa dedicada al transporte de materiales en el centro y sureste de México.
Notivox acudió a la antigua estación para confirmar las condiciones en que se encuentra actualmente, pero elementos de la Policía Industrial Bancaria de Hidalgo (PIBEH) impidieron el paso, no solo al equipo de este medio, sino en general a cualquier persona.
Incluso los vecinos advierten a los visitantes que es imposible pasar.
Un portón verde, descuidado y gastado es la entrada a la historia. Cada golpe en su estructura metálica resuena en el recinto ferroviario. No hay respuesta.
A los pocos minutos, un automóvil rojo se aproxima; un joven al volante saluda de forma amistosa. No conoce la historia ni las condiciones de la estación:
“Yo solo vengo a traer y recoger personas a la estación. Es para lo que me pagan, no conozco nada más del lugar”, sentencia.
Ante unos cuantos toques de claxon, el portón verde se abre.
Tres elementos de la PIBEH se colocan en el espacio y permiten el paso del vehículo, dejando ver algo de las condiciones del recinto.
El edificio principal, la bodega, el muelle de carga y las casas de sección se encuentran en total abandono, utilizados por los guardias de seguridad.
Su labor es de resguardo; confirman que fueron contratados por Ferrosur y desconocen si el INAH realiza trabajos de conservación. Se limitan en sus comentarios, cierran nuevamente el acceso y el legado vuelve a quedar oculto.
Una persona con una carretilla sale de un pequeño inmueble edificado recientemente junto a la barda que impide ver la estación.
“Si quieren ver un poco más pueden seguir unos metros más, ahí donde acaba el camino de terracería están las vías; pueden cruzar del otro lado, como si fueran al panteón. Desde ahí se ve un poco más la estación, pero del otro lado también pusieron barda”, explica.
Irolo dista mucho de sus años de gloria. Lo que se puede apreciar está cercado con alambre de púas y vigilancia constante.
A sus espaldas se erige, a lo lejos, el panteón municipal; el camino que lleva a este camposanto permite ver algo de las vías y, en la distancia, los inmuebles.

Es lo único que pueden observar pobladores y visitantes. La historia sigue viva en la memoria: el silbido del tren de pasajeros que los llevaba a Veracruz, Puebla o Tlaxcala, “El Jarocho”.
Los muros de piedra de los edificios, dañados por el tiempo, fueron levantados en 1873. Sin decir una palabra, cuentan historias de miles de personas que viajaban en el tren México–Veracruz.
Hoy, cercada con una barda construida hace no más de cuatro años —según comentan vecinos— y resguardada por la PIBEH, la estación impide que pobladores, transeúntes y visitantes conozcan este legado ferroviario que en su momento fue un punto de conexión con el Estado de México y Veracruz, además de ser sede para migrantes que buscaban el sueño americano.

Conocido entre algunos como "Irolo Texas", debido a la fuerte afluencia de migrantes en este punto que buscaban llegar al sueño americano, cuando “El Jarocho” tenía la tarea de transportar a miles de personas, la comunidad de Irolo en Tepeapulco tiene pocos habitantes: poco más de mil 800, de acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) de 2020, pero mucha historia oculta.
El pueblo
A 15 a 20 minutos de Ciudad Sahagún se encuentra una pequeña desviación; un letrero oculto y poco llamativo enuncia en letras blancas “Irolo”.
Un camino de terracería lleva a esta comunidad hidalguense que permanece oculta entre montañas de concreto heredadas por fábricas de distintos rubros, siendo una papelera la más cercana a los hogares.
El tránsito es poco, casi inexistente. Camiones de volteo de alto tonelaje sortean las vialidades improvisadas de terracería, algunas lodosas por las recientes lluvias, mismas que contrastan con el verde de los campos de cultivo y pastoreo donde los locales llevan a sus borregos, vacas y otros animales de granja a pastar.

La actividad es menor, incluso la Hacienda Pulquera de Irolo, construida en 1870, ahora está invadida por tractocamiones que parecen usar el casco de la edificación como un patio de maniobras.
La industria superó a la historia y el borroso nombre “Irolo” apenas resalta del arco central donde se ve un vehículo estacionado.
En las entrañas de esta comunidad se oculta la antigua estación del tren de pasajeros México-Veracruz, el cual operó por 62 años, su silbido aún resuena, pero bajo la concesión de Ferrosur transporta materiales, no personas, como en su momento. Decenas de personas viven a su lado, pero pocos conocen su historia, su legado.
Un viaje en “El Jarocho”
Algunos habitantes de la comunidad del Irolo, Tepeapulco, rememoran los viajes en tren que los llevaban a Córdoba, Veracruz; otros recuerdan la presencia de migrantes en la zona; unos más apenas llegaron y edifican sus casas a un costado de la antigua estación ferroviaria, sin conocer el legado e historia de este sitio
Aunque vagos, algunas personas que viven en la comunidad mantienen recuerdos del paso de El Jarocho cerca de sus hogares; algunas de ellas incluso viajaron en este tren con rumbo a Córdoba, Veracruz, buscando pasar un rato especial, visitar a un familiar o simplemente viajar por negocios o placer, esto sin saber que la joya sería el viaje en un vagón que dejó de existir años más tarde.
El poblado es pequeño, no alcanzan los dos mil habitantes, se nota al llegar, silencio y tranquilidad definen a Irolo, ni la presencia de empresas papeleras, bodegas, fábricas de muebles de acero, entre otras industrias asentadas en ellas rompen esta paz.
Pero, esto conlleva un sentido de resguardo, protección e incluso desconfianza, pocas personas están abiertas al diálogo casual, hasta cierto es comprensible, a nadie le gusta que lo molesten en sus actividades.
Una joven madre, no más allá de los 40 años de edad, con un pequeño niño caminando frente a ella y una pequeña niña en una carriola la acompañan, accede a una conversación con MILENIO. Prefiere no dar su nombre, mucho menos permite una fotografía.
“Vivo en Irolo desde que recuerdo, desde que era pequeña”. Su chamarra delata su profesión, un bordado de una Urvan de transporte público con las palabras “CD. Sahagún”. Entra a un local con una puerta corrediza de cristal, una silla y un escritorio, sus únicos muebles.
“Sí recuerdo el tren. Mis papás viajaban mucho en él, a mí me tocó viajar en él. Era muy pequeña, no recuerdo mucho. Lo que recuerdo es que estaba bonito, pero era muy niña. Había un carro, un vagón, donde servían comida y refrescos. Llegamos a Córdoba, en Veracruz, tenemos familia allá. Pero de ahí podíamos ir más lejos en Veracruz, o tomar otra línea y llegar a otros lugares”, relata.
Lamenta no tener más que decir, más allá de recuerdos fugaces de lo que parece otra vida, otro tiempo.
Confirma el cierre de la estación, la edificación de la barda en 2021, cuatro años atrás, que impiden que ahora conozcan esa estación donde su familia viajó en más de una ocasión.
El silbido del tren resuena en el viento cuando cuenta su historia a este medio, su labor le impide extender la plática, pero no duda en voltear hacia la estación, como si el recuerdo de su niñez aflorara con el sonido, pero como el humo de una locomotora de vapor se pierde nuevamente en el recorrido.
Permite una última pregunta, sobre el posible rescate de la estación como parte del proyecto del gobierno federal del Tren México-Puebla-Veracruz, el cual será de pasajeros.
No oculta la sonrisa.
“Sería muy bueno para nosotros que tenemos familia allá; es complicado llegar a Veracruz, además de muy costoso, tenemos que viajar de aquí a Ciudad Sahagún, después a Puebla y de ahí a Veracruz. Ojalá que lo hagan, que recuperen esta estación, sería bonito poder viajar otra vez y que mis hijos conozcan esa sensación de viajar en tren”.