Esperanza Hernández Vargas acomoda sus trenzas para iniciar la labor diaria dentro del Pabellón Artesanal, que se ubica dentro de las instalaciones de la Feria San Francisco Pachuca 2019, donde se exponen diferentes artesanías realizadas dentro y fuera de Hidalgo, y mientras enreda con delicadeza el hilo que proviene del maguey –después de un proceso de limpiado– observa cada una de sus prendas, rebosos, bolsas, chalinas y faldas que han creado sus manos.
Por momentos su mente se pierde en los paisajes del Valle del Mezquital, donde nació y donde sus padres realizaban esta labor todos los días, la cual aprendió desde los seis años, cuando aprovechaba para tomar algunos pedazos de este hilo de maguey –ixtle–, para realizar pequeñas creaciones mientras pastoreaba a sus ovejas en un lugar de este hermoso valle.
“Mis papás eran pulqueros y también trabajaban el ixtle, y de ahí me gustó mucho cómo se veían y cómo trabajaban ellos, así como el telar de cintura, todo eso me encantó desde pequeña y hasta me llevaba cachitos que se les caían a mis papás y yo hacía mis creaciones mientras pastoreaba, y así aprendí, hasta que mis papás se dieron cuenta de mi gusto, y me enseñaron, pero había necesidades en casa y no teníamos ni qué ponernos, así que me fui a los ocho años a ayudar a pastorear a una señora, lejos de casa, por poquito dinero o un taco”.
“Ya después me fui a la Ciudad de México y no seguí con el hilado, porque no era comercial hace 35 años, ya después nos pagaban a 2 pesos por pieza hecha y en aquel momento eso era un dineral, pero lo que me hizo trabajar en esto como hasta ahora fue que mi esposo se me puso bien malo, ya se me estaba muriendo y busqué la manera para cubrir los gastos de la enfermedad, la diabetes”, expresa Esperanza, mientras con sus manos se acurruca el pecho como si aún doliera esa situación.
Después de que se casó y tuvo hijos, vendía cremas humectantes, que sostenían a ella y a su familia, pero vivió otro momento de angustia, cuando uno de sus hijos, que en aquel momento tenía 12 años, estaba preso por robo a casa habitación.
“Se me estaba descarrilando y mejor decidí regresar a mi casa para poner orden y regresé a Santiago de Anaya, y ahí una señora me recordó que sabía hilar y que podía sacar provecho de esta actividad al vender por piezas mis productos, así que me puse a tallar mi penca del ximbó, solita, y lo lavé, lo peiné e hice 12 piezas, y ¡bendito sea dios que me pagaron tres pesos por cada producto!, así que empecé a trabajar con el ixtle, fui haciendo mis productos y me convertí en lo que soy ahora, y pude sacar a mi hijo del mal camino, ahora es herrero”.
“¡Mire mi trabajo! Hago faldas, blusas, bolsas, de todo, y sí me va mejor cuando voy a ferias o donde van puros extranjeros, porque ellos sí saben apreciar el trabajo y no me regatean. Una vez me preguntaron por un trabajo que realicé por tres meses y lo di en 2 mil 500 pesos, y así llegó un extranjero y mire, billete tras billete, yo no lo podía creer”, expresa con sus ojos abiertos y una sonrisa que muestra el orgullo de que su trabajo vale y lo pagan por la belleza que tiene.
Entre sus productos muestra un reboso que ha realizado a base de un hilado especial, y ha tardado dos meses en su realización, para que quede fino, delicado y con el detalle artesanal de Esperanza.
“Y así, muchos de mis productos dilato mucho en hacerlo, porque solo para hacer una bola de ixtle, me tardo dos días, por lo que hay un trabajo arduo por hacer”.
“Como les digo a mis hijos y se los inculqué, somos pobres pero honrados, no nos morimos de hambre y solo sé que yo he trabajado para sacar adelante a mi familia, a mi esposo quien, a 35 años de que estaba muy mal y casi se me muere, ahora vive tranquilamente conmigo, él me ayuda a tallar las pencas y yo a vender, porque esta es mi vida, mis sueños y lo que haré siempre, esperando que a la gente le agrade y que continúe apoyando con mis artesanías, mi orgullo y el de mis raíces, los otomíes y el Valle del Mezquital que me ha hecho crear toda esta belleza”.