I
Viernes 27 de junio, 2025. Salgo de mi casa regañándome porque creo que hoy es el último día para ver en el Museo del Palacio de Bellas Artes La revolución impresionista: de Monet a Matisse del Museo de Arte de Dallas.
Por alguna extraña razón se alinean los planetas y el Metro me lleva temprano y sin mayores sobresaltos a Bellas Artes. Me sorprende que a las diez y media de la mañana no haya fila para entrar al Museo, y entonces caigo en cuenta de que la exposición finaliza sí, el día 27, pero no de junio sino de julio. Una bendita letra de diferencia que hace posible un recorrido tranquilo, con poca gente compitiendo por ver 45 espléndidas pinturas.
II
Para estar a la altura de la exposición, en Bellas Artes me guío por la primera impresión que me provoca cada cuadro, luego leo quién lo pintó y cuál es el título, aunque algunas obras “gritan” el nombre del autor.
Uno podría ver los dos primeros lienzos de la muestra y regresar satisfecho a casa: El Puente Nuevo (Claude Monet, 1871) y La Plaza del Teatro Francés: efecto de niebla (Camille Pissarro, 1897). Eso sería como una visita relámpago al París del siglo diecinueve, pero también es posible viajar a los pueblos circunvecinos de la Ciudad Luz, al campo francés y al mar de la mano de Alfred Sisley, Berthe Morisot (la única mujer en el arranque del movimiento impresionista), Boudin, Renoir, Signac.
Los conservadores críticos de la época decían muy ufanos que estos artistas sólo hacían bocetos y nunca terminaban los cuadros. Se resistían a ver la modernidad que había en esos trazos vibrantes que capturaban la luz, el movimiento y la esencia tanto de la naturaleza como de los seres humanos y sus objetos cotidianos.
Los ahora renombrados artistas influyeron en otros destacados pintores como Gaugin, Van Gogh y Munch, quienes también están presentes en Bellas Artes. Gauguin con su tradicional estilo “isleño”, Van Gogh con sus amarillas “Gavillas de trigo” y Munch con un colorido aunque tétrico bosque donde se percibe la mano destructora del hombre (una especie de “Grito” de la naturaleza).
Frente al cuadro de las “Gavillas de trigo”, dos hermanitos tirados en el suelo intentan copiar la imagen que ven, mientras uno de ellos se queja: “A mí me gusta más dibujar personas”.
La presencia de niños en la exposición resulta encantadora. Por el contrario, también es factible toparse con alguna señora muy diva a quien le molesta que uno consulte las fichas in situ y no, como ella, en su celular.
Un video de media hora, de la curadora Nicole Myers, servirá mucho más que estas líneas que solo son una invitación a no dejar esta cita para el último día o para nunca.
III
Ya encarrerado, recorro en Metrobús un tramo de Paseo de la Reforma y me bajo en la estación Auditorio para ver la exposición callejera Cien años siendo el rey, con la que se festeja un siglo de la Liga Mexicana de Béisbol.
El viaje al pasado inicia, por supuesto, con fotografías en blanco y negro que remiten a figuras como Alfred Pinkston, El Gigante de Ébano, quien posee el mejor porcentaje de bateo en la historia de la Liga: .372 (para ese récord sólo se considera a peloteros con más de tres mil veces al bat). El nacido en Alabama llegó a nuestro país ya con 40 años de edad y estuvo dos temporadas con los Diablos Rojos del México y cinco en el El Águila de Veracruz. (Para la trivia: Pinkston fue el padre biológico del exportero de futbol Adrián Chávez, quien se considera a sí mismo “enano” con sus 1.85 metros de estatura, en comparación con los dos metros de su papá).
La exposición incluye imágenes de leyendas como Martín Dihigo, Joshua Gibson, Lázaro Salazar y, por supuesto, del cronista Pedro Mago Septién, a quien visité tres o cuatro veces en su casa para oírle decir frases como ésta: “El béisbol es un ballet sin música, un drama sin palabras, un carnaval sin colombinas”.
Fernando Valenzuela aparece en una fotografía en blanco y negro, de cuando jugó para los Leones de Yucatán al inicio de su carrera (novato del año en 1979 con ese equipo). Mientras observo la imagen, un señor joven que viste con una impecable franela y gorra de los Yanquis de Nueva York me pide que con su celular le tome una foto junto al Toro de Etchohuaquila. Luego me dice que nació en Yucatán y trabaja en la Ciudad de México.
La plática beisbolera con Manuel Reyes Padilla se pone buena cuando me dice que tiene franelas y gorras de todos los equipos de Grandes Ligas. Me muestra un video en el que aparecen todas las prendas deportivas que tiene en su casa; de los Dodgers de Los Ángeles posee cuatro o cinco modelos y confiesa que ese es realmente su equipo favorito, aunque en esta ocasión ande vestido de yanqui.
IV
La exposición fotográfica de la LMB en Paseo de la Reforma adquiere un tono más artístico cuando se llega a la sección en color. Hermosas vistas aéreas de diversos parques y espectaculares atrapadas hacen volar la imaginación, misma que aterriza con barridas en segunda, tercera y home. Cierra hasta septiembre.
Archivos como el de MILENIO y varios más iluminan la pupila tanto del aficionado que se da cita para recorrer parte de la historia de su deporte favorito como de quien pasa casualmente y ve a grandes figuras sin saber quiénes fueron Héctor Espino, Ángel Castro, Beto Ávila, Celerino Sánchez, Ramón Arano, Alfredo Ortiz, Salomé Barojas, Nelson Barrera, José Luis Borrego Sandoval, Pancho Ponches y un largo etcétera que llega hasta el fondo de la memoria de los fanáticos.
AQ