En el pensamiento de los antiguos mesoamericanos, documentado por Alfredo López Austin, el trabajo era una forma de estar en el mundo, no solo por necesidad sino como un deber, una manera de corresponder a la existencia. Aunque la doctora Margit Frenk (Hamburgo, 1925) no se formó en esa tradición, comparte la misma visión de la vida y ha trabajado sin pausa por casi ochenta años. Más de veinte libros y alrededor de doscientos artículos reúnen sus investigaciones sobre la lírica popular española, la lírica folclórica mexicana, la lectura en voz alta, el teatro en el Siglo de Oro y El Quijote. El más importante: El nuevo corpus de la antigua lírica popular hispánica (2003), en dos tomos y compuesto por 2208 páginas y 3790 canciones de los siglos XV, XVI y XVII. No obstante, cuando le pregunto la razón de tanto trabajo, responde: “Ha de ser una obsesión, algo de familia, qué sé yo”. Como si investigar, escribir, traducir, enseñar y cantar no fueran para ella un trabajo, sino una manera de habitar la vida.
Es un mediodía, ha llovido la noche anterior y hay pequeños charcos en las cunetas. La doctora Frenk vive en un departamento al sur de la Ciudad de México, tiene pocas cosas, pero está rodeada de lo que necesita: fotografías familiares, cuadros, el sillón ortopédico que le regalaron sus tres hijos en su pasado cumpleaños, un par de orquídeas, discos y en un rincón discreto, pero visible de la sala, sus libros.
“Es vanidosa —me dice su cuidadora—. Preguntó varias veces cómo se veía antes de que le abriera la puerta”. Margit Frenk está sonriente, me saluda extendiéndome la mano. Tiene una voz dulce, responde con timidez a mis primeras preguntas y cuando entra en confianza comienza a explayarse. Leal a su larga trayectoria de investigadora, sigue la duda cartesiana y antes de afirmar, aunque tenga la certeza, deja escapar un “no sé”, “creo” o “quizá”.
Usted nació en Hamburgo en 1925. ¿Conserva recuerdos de sus primeros años?
Quizá sepa usted que llegamos a México en 1930, cuando tenía cinco años, por lo tanto, tengo pocos recuerdos de Alemania. El único es cuando iba feliz de la vida cantando en la calle “Ahora vamos a Róterdam, Róterdam, Róterdam”… Estábamos a días de tomar un barco holandés hacia Veracruz.
Entonces cantar fue algo que tuvo presente desde sus primeros años.
No le puedo contestar porque no lo sé. Recuerdos musicales de mis primeros años no tengo más que ese.
Aprende español en México. ¿Fue complicado o como era niña lo vio como algo natural?
No fue algo natural, por supuesto, fue un gran cambio. Me acuerdo de los primeros días en México. No sé cómo se las arreglaron mis papás porque tenían que buscar casa, consultorio para mi papá, que era médico, y tenían que ocuparse de dos niños. Lo que sí recuerdo fue que la primera casa en la que vivimos estaba en la calzada Tacubaya número 10.
¿Cuánto tiempo vivieron ahí?
Creo que estuvimos los primeros seis años. Era una privada. Vivíamos en una de las dos casas delanteras. Mi mamá hablaba español, no sé si hizo algo para enseñarnos, aunque sea a decir “sí” o “no”. El hecho es que al rato ya teníamos amigos; mi hermano y yo hablábamos entre nosotros en español, no en alemán. Esos primeros años fueron muy importantes, los tengo muy grabados. Como que por esa calle llevaban a los animales al rastro. Un día un animal de esos se echó al suelo y no había manera de levantarlo. Tacubaya era el comienzo de la calzada y desde ahí uno veía la entrada a Chapultepec, adonde iba con mi mamá. Nos sentábamos muy modositas en una banca, cada una con un libro.
¿Cree que no hablar español como lengua materna hizo que analizara de manera diferente el idioma?
No sé decir cómo fue el proceso. Lo que mis padres dijeron, y no sé si exageraron, es que mi hermano y yo —él dos años mayor— hablamos español al mes de llegar a México. Eso se me hace difícil. Lo que sí recuerdo es que me sentaba en las escaleras de la casa a ver y oír a los niños, cómo jugaban y qué cantaban.
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Los años pasan frente a los ojos de Margit Frenk. Nada nos interrumpe, ni siquiera las voces infantiles de la primaria de enfrente, que inundan cada rincón del departamento. Recuerdan al pulular de las aves, tantas veces presente en las coplas del Cancionero folklórico de México y que Margit Frenk evocó en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua el 22 de noviembre de 1993.
Sorprende su agilidad mental, está a semanas de cumplir un siglo y se mantiene firme, con la lucidez de quien nunca ha dejado de hacerse preguntas. A pesar de ello, cuando quiero saber por su día a día, me responde seriamente “Estoy de ociosa. Para qué le digo, hago esto o lo otro, mejor le digo la verdad: no hago nada”.
Usted quería ser psicóloga, ¿no?
Me interesaba la psicología y yo veía ese como mi futuro. La tragedia fue que en la preparatoria no podías prepararte para esa carrera, así que ni modo, seguí los pasos de mi mamá. Ya que mi hermano Silvestre había seguido los de su papá y se convirtió en médico, yo me fui por las letras, como ella.
¿Qué le llamaba la atención de la psicología?
Leía bastante sobre el tema en alemán, pero una vez me dije: “Margit, vas a entrar a la Facultad de Filosofía y Letras, el idioma que vas a estudiar es el español, así que hazme el favor de empezar a leer en español”. Creo que nunca se lo he contado a nadie, pero mi vocación por estudiar letras españolas fue de muy última hora.
La Facultad de Filosofía y Letras acaba de celebrar su primer centenario. ¿Cómo ve?
Pienso que la he acompañado toda mi vida. Empecé como alumna durante sus primeros años, luego fui maestra por décadas. Lo interesante es que yo más que letras pensaba en estudiar psicología o filosofía. Así es la vida.
¿Su vocación fue casi como seguir un destino?
¿Qué es eso de destino?
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Una de las características de la doctora Frenk es su inmensa curiosidad. Una de sus facetas más interesantes es la de cantante. Como dice Fernando Fernández, “Nadie que sepa quiénes son Antonio Alatorre y Margit Frenk desconoce la existencia del Grupo Alatorre”, cuarteto vocal de música antigua española, que en la década de 1950 conformaron junto a Enrique y Yolanda Alatorre. La aventura que comenzó en tertulias sabatinas llegó a ser todo un espectáculo con funciones en el teatro El Caballito. No solo se ocupaban del repertorio sino de la puesta en escena, como lo evidencia una famosa fotografía en la que se ve a Margit Frenk con un vestido largo de mangas y falda amplia, con motivos florales bordados, una toca sobre la cabeza y un corpiño de escote cuadrado.
El grupo lanzó en 1966 el disco vinil Canciones españolas del Renacimiento, con 500 ejemplares que rápidamente se agotaron. Se reditó en 2016 en un aniversario del Colegio de México.
¿Cómo conoció a Antonio Alatorre?
Nos conocimos en el Colegio de México, ahí estudiábamos y trabajábamos.
¿Y cómo fue que se les ocurrió formar el Grupo Alatorre?
Es un recuerdo íntimo. Yo estudié música, mi esposo también, y en un paseo que dábamos por la colonia Roma de pronto nos pusimos a cantar a dos voces. Nos dimos cuenta de que cantábamos la misma música y nos dijimos: por qué no hacemos un grupo de polifonía.
¿Por qué el interés por la música española antigua?
Yo me atrevo a decir que fue por mi profesión; es decir, los dos estudiábamos literatura española de los siglos XVI y XVII.
Sé que inicialmente habían invitado a otras personas al grupo, ¿qué pasó?
Invitamos a Tomás Segovia y Carlos Blanco. Cuando supieron que cantábamos, les interesó e iban a venir un sábado en la tarde, pero estuvimos esperando y esperando, y nunca llegaron. En cambio, esa noche apareció un hermano de Antonio con su mujer. Les preguntamos si les gustaba cantar y dijeron que lo hacían juntos a dos voces. Así quedó el Grupo Alatorre, formado por dos hermanos Alatorre y sus mujeres.
¿Por qué si fue un proyecto tan icónico solo grabaron un disco?
¿Cómo que solo un disco? ¡Fue el disco!
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Margit Frenk comenzó su línea de investigación en 1946 cuando presentó la tesis de licenciatura “La lírica popular en los Siglos de Oro” para titularse en Letras Españolas por la UNAM. Más tarde ganó una beca para hacer la maestría en Berkeley. En 1949, a su regreso a México, se integró al Colegio de México para hacer el doctorado. Allí colaboró en la Nueva Revista de Filología Hispánica que dirigía Alfonso Reyes, quien le consiguió una beca para irse, junto con Antonio Alatorre, a estudiar durante un año a Madrid y París, donde desarrolló la base de su gran corpus académico sobre la antigua lírica popular. Su obra es tan abundante que a ratos hay que hacer pausas por épocas, aunque estas a veces se entrecrucen, pues hubo periodos en los que daba clases en la universidad y trabajaba en institutos de investigación, dirigía tesis, daba conferencias, cursos como profesora invitada en universidades del extranjero y era madre de tres hijos.
Si bien Margit Frenk tomó clases con figuras como Julio Torri, Alfonso Reyes, Raimundo Lida, Marcel Bataillon y Ferdinand Braudel, para ella su gran maestro será siempre José F. Montesinos, exiliado español y especialista en Lope de Vega y Pérez Galdós a quien conoció en su paso por Berkeley. “Mi mamá fue alumna de Montesinos en Hamburgo y le escribió. Parece que tuvo cierta importancia para que me recibiera como alumna”.
Su gusto por la poesía y las canciones populares la llevó a embarcarse en su primer gran proyecto: liderar al grupo de investigadores que entre 1975 y 1985 publicó, en cinco tomos, el Cancionero folklórico de México, antecedente de su obra cúspide: Nuevo corpus de la antigua lírica popular hispánica, “que nació fruto de mi trabajo profesional, de mi proyecto de juntar canciones medievales y del siglo XVI y hasta comienzos del XVII, que tuvieran el aire de haber sido populares, cantadas por la gente”.
A pesar de que se convirtió en una de las figuras más importantes de la filología hispánica en el mundo, le fue negado el ingreso a El Colegio Nacional. “Antonio estaba ya en el Colegio y no se permitían matrimonios en un mismo lugar. Cuando quisieron que ingresara me negaron la entrada. Son cosas chocantes y bastante injustas. Qué tenía que ver que él fuera mi esposo. Era mi carrera, yo la había hecho”.
No era solo eso, sino el contexto. Ella era mujer y eso pesó en la decisión de sus colegas. Fue hasta 1993 que la Academia Mexicana de la Lengua la recibió. Fue la tercera mujer en ser parte de ese cuerpo colegiado conformado por 36 miembros.

¿Qué siente haber sido de las primeras mujeres en ingresar a la Academia Mexicana de la Lengua?
Fue muy importante porque normalmente eran hombres a quienes admitían, no a las mujeres, que también hacíamos trabajos destacados. Así que nunca lo niego, soy académica.
Desde hace una década ha habido un notorio ingreso de mujeres a esas instituciones. ¿Qué le parece?
Es magnífico que ahora entren más mujeres, en mi época no era muy común. Originalmente estábamos María del Carmen Millán, Clementina Díaz y de Ovando y yo, luego se integró Margo Glantz.
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Frenk ha insistido en que la literatura no nace solo en los libros, sino en la colectividad. Su trabajo ha reivindicado el valor de lo anónimo, lo oral y lo tradicional, colocándolo al mismo nivel que las grandes obras canónicas, y ha sido reconocido con la Beca Guggenheim, el Premio Nacional de Ciencias y Artes, el Universidad Nacional y el Internacional Menéndez Pelayo, incluyendo tres doctorados honoris causa: de la Sorbona, la Universidad de Sevilla y la propia UNAM. Pero nada de eso parece importarle. Cuando le menciono sus premios, responde con una sonrisa: “Yo no tengo conciencia de ello, no me digo: soy Margit Frenk. Me parecería lógico sentirme orgullosa, pero no. Y ni modo”.
¿Cuál cree que sea el legado de Margit Frenk?
Mis libros. Ese es el resumen de toda mi labor, son míos, allí están las colecciones de lírica, los ensayos. Más que a la literatura, creo que le he dado más al folclor.
Está a punto de cumplir 100 años de vida. ¿Cómo se siente?
Primero me impresiona que lo sepa todo el mundo, luego me parece fantástico porque pocas personas llegan a estos avanzados años que tengo y no se me notan. ¿Qué va a pasar después? No sé, por ahora me encanta vivir.
¿Ya pensó cómo va a celebrar?
No lo he pensado. Si mis tres hijos se encargan de organizar una celebración en la casa, con quienes quieran, yo estoy encantada. Sé también que habrá un homenaje en la Facultad, y cuando sea por supuesto que voy a ir y estaré muy elegantemente vestida. Estoy a todo dar.
AQ