Doctora en Psicología, Estela Ruíz Milán (Mérida, Yucatán, 1933) comparte algunas reflexiones psicoanalíticas en su más reciente libro: Cuéntame tu vida (Trilce, 2025). El título atañe a una película de Alfred Hitchcock donde una psicoanalista, Ingrid Bergman, trata a un paciente con amnesia, Gregory Peck. El filme marcó a la autora cuando tenía once años y desde entonces supo que su vocación era el psicoanálisis, una forma de ayudar a los demás. Y es que también desde chica tuvo conciencia social, preocupación y dolor por el sufrimiento de los demás. El sueño se cumplió y Estela ha dedicado una vida, más de 50 años, a la práctica psicoanalítica.
Recuerdo que hace no mucho comenzó a proliferar en el medio literario y más allá, el impulso de escribir autobiografías. Aprovechando aquel boom surgieron agencias que, a través de las redes sociales, invitaban a los interesados a contar su vida para luego plasmarla en un libro. Por un momento, el título Cuéntame tu vida me remitió justo a esas convocatorias donde un escritor profesional ofrecía escuchar con atención al cliente y adentrarse en su vida para luego novelarla a la manera, digamos, de un García Márquez en Cien años de soledad. La promesa de estas “casas editoriales” tenía su atractivo. No pocos abrigan el deseo de narrar sus vidas para que alguien más las ordene y las publique. Toda proporción guardada, ese ejercicio podría equipararse al del psicoanalista que busca acceder al interior de una mente y descubrir la historia que yace en esas profundidades. Estela Ruíz Milán lo dice así: “En el psicoanálisis, el sentimiento y empatía facilita a la pareja analista-analizado comprender y estructurar la novela de una vida”. Su formación literaria e interés por las artes, la llevó a encontrar equivalencias entre creación y psicoanálisis: “El hilo con que se tejen los sueños que interpreta el psicoanálisis es el mismo que utiliza el escritor en la elaboración de un poema, una novela o una obra de teatro. Las técnicas para tramar la urdimbre son distintas, pero hay puntos nodales que las conectan. La literatura y el psicoanálisis son formas de conocimiento y, a su vez, de transformación, de cambio cualitativo y sustancial”. Estas redes entre arte y psicoanálisis que Estela Ruíz Milán ha sabido trenzar con docilidad y talento, confieren a sus reflexiones científicas un grado de sensibilidad que le permite conectar prácticamente con cualquier lector.
Platicamos el sábado 28 de junio al mediodía en la Casa Universitaria del Libro. Sentadas de cara a un ventanal que da a la calle de Orizaba, vimos desfilar a una multitud eufórica, envuelta en atuendos fastuosos y cuerpos pintados con los colores del arcoíris. Era la Marcha del Orgullo LGBTTTI. Mientras la procesión avanzaba, le pregunté a Estela cómo es que había decidido publicar este libro. Con los ojos chispeantes y una sonrisa, me contó que tenía una serie de artículos que había presentado en congresos de psicoanálisis y decidió juntarlos en este libro. “Es de divulgación —agregó—. “A veces digo que no es apto para psicoanalistas, pero sí para gente interesada en el psicoanálisis. Ojalá les interese, no tanto que les divierta, pero que les interese”.
Este conjunto de ensayos comienza por las marcas de identidad. ¿Cómo surgen tus intereses y cómo tendiste estas redes entre ciencia y arte?
Siempre me había gustado la literatura y pensé en estudiarla desde muy chica. Llegué a la Facultad de Filosofía y Letras a los 18 años, aún no había psicoanálisis en México. Se estaban formando grupos en Argentina y Estados Unidos para crear las sociedades psicoanalíticas que empezaron en los años cincuenta. Tengo una maestría en Lengua y Literatura Española que sigue siendo una de las pasiones de mi vida. Con mi mal ejemplo, mis dos hijos, Carmen y Juan Villoro, resultaron escritores. Como mi vocación ha sido el psicoanálisis, me lancé a estudiar psicología. Obtuve un doctorado y llevo más de 50 años en esto.
¿Cuáles son los vasos comunicantes entre el lenguaje de la psicología y el de las artes?
Son dos lenguajes que se concatenan porque hablan del espíritu humano, de la mente, la creatividad. Muchas veces vemos que los problemas neuróticos llevan a la creación. Decía Ingmar Bergman que él no se había psicoanalizado porque iba a perder a los fantasmas para crear su cine. Son los resabios más profundos que se forman desde la infancia. Creo que la novela y el psicoanálisis tienen mucho que ver con lo que hace el artista, con sus fantasmas internos.
Dices que la pareja de analista y analizado lo que están haciendo es escribir la novela de una vida.
Sí, rehacen la novela de su vida. A veces de la vida real o la imaginaria que hubieran querido vivir. A mí lo que me ha motivado, sobre todo, es ayudar a las personas, a quienes sufren. Es la base de mi vida desde pequeña.
Y esto tiene que ver con tu educación religiosa.
Sí, en la parte de la caridad cristiana, de entender el amor al prójimo y ayudar al que sufre.

August Strindberg e Ingmar Bergman son dos personajes que marcan tu trayectoria. En el caso de Strindberg, ¿qué es lo que te ha sorprendido?
La primera vez que tuve contacto con él fue cuando vi la puesta en escena de La señorita Julia. Me maravilló cómo en hora y media había tocado tantos temas: la vida, la muerte, el amor, el odio, la discriminación entre clases sociales. Entonces me dediqué a buscar sus obras, a estudiarlo, a aprender cómo había desarrollado estas pasiones. Luego hice mi tesis de doctorado sobre él, Strindberg: análisis del autor a través de sus personajes: un enfoque psicoanalítico. También publiqué Strindberg: una mirada psicoanalítica.
En el caso de Bergman, ¿hacia dónde te llevó la pasión por su cine, que le aportó a tu labor psicoanalítica?
Yo digo que soy sueca de Yucatán, porque me identifico mucho con estas pasiones ocultas que tienen los suecos. Parece que son fríos, pero tienen latente una pasión tremenda que de pronto surge terriblemente. Ese mundo de pasiones me fascina. Me habría gustado que Strindberg y Bergman fueran mis pacientes, pero no les hubiera quitado su locura porque es parte de su creación. Por un lado, sufrieron muchísimo desde niños, infancia es destino, y ese dolor los llevó a luchar, no en busca de una solución, pero a encontrar un alivio en su creación. Creo que el dolor mueve mucho a los artistas. También la soledad es importante para la creatividad.
En el capítulo “Depresión, tiempo y espacio” refieres lo que se vivía en México en 2020, ese momento apocalíptico cuando estalló la pandemia.
A propósito de eso escribí un articulo sobre una película de Bergman, El séptimo sello, donde hay un diálogo entre la muerte y un cruzado que viene de la guerra, del dolor. La muerte le plantea un juego de ajedrez para ver si el cruzado le gana y le da un poquito más tiempo de vida. Si el cruzado hace trampa, gana, aunque es trampa. Entonces, yo decía, tendremos que hacerle trampa a la muerte con la pandemia y la trampa era cuidarnos, posponer la muerte. No le tengo miedo a la muerte, pero me va a dar tristeza dejar la vida. He tenido una vida privilegiada y pienso en el otro mundo y en una liberación muy placentera al morir, pero ojalá me dejen un rato más, como al cruzado, un ratito más.
¿Sientes paz al pensar que hay una vida más allá, como lo plantea la religión católica?
Sí. Es un alivio sentir que la vida no se acaba del todo, que el espíritu perdura. Sé que no hay espacio ni tiempo ni forma de imaginarlo, pero es una sensación de placidez.

Al final del libro apuntas que cada época tiene una sintomatología mental, ¿cuál sería la de este momento?
El narcisismo. Un egoísmo total. Actualmente cada persona piensa en sí misma, no hay amor a la humanidad. Algunos grandes jefes son genocidas. Ahora lo que prevalece es la ambición de poder que destruye todo. Pero a pesar de eso hay gente muy valiosa.
¿Estás contenta con la publicación de tu libro?
Sí. Un poco asustada porque me parece atrevido presentarlo a la gente. Ojalá les interese, son reflexiones. Creo que hay interés por el psicoanálisis, aunque tal vez les parezca un poquito técnico, pero está hecho con mucha pasión.
AQ