Una lluvia de pizcas y pedazos quiere acabar con el liberalismo. En respuesta, se esparce un granizo liberal que quiere sobrevivir al embate.
Se trata de un pleito en todos los países y todas las lenguas occidentales; abundan libros valiosos de un lado y de otro. Para entrar en el debate, recomiendo el fórum organizado por Harper's. Francis Fukuyama y Deirdre McCloskey dan la pelea en favor del liberalismo. Por supuesto, hay muchos más. Entre ellos, Helena Rosenblatt, que ha intentado extraer el liberalismo de su genealogía reconocida y señalarlo a lo largo de la historia.

Como si tantos quisieran ver una nueva ideología, o una refundación ideológica que viniera a sustituir, o a modernizar al liberalismo. No la hay y no puede haberla: el liberalismo depende de unos cuantos argumentos que habitan más del lado de la geometría que de las pasiones humanas. Es decir: valen sin que importe quién los enuncie. Ni Agamenón ni su porquero. Con eso se forman razones, pero no sirve para la felicidad. No hay promesa.
Sin embargo, muchos, incluso liberales, insisten en construirlo como si el liberalismo fuera otra ideología. No lo es, porque ni siquiera le alcanza para generar imágenes narrativas, ni morales, ni religiosas.
Es una sola línea: "el poder debe ser limitado". Demasiado pobre: no da para mucho. Y si bien todo autor tiene alguna ideología, ésta pertenece a un estado derivado del liberalismo y no a su axioma de origen. Por eso caben conservadores y progresistas, la izquierda, la derecha y mil versiones de colores. En el fondo, reside solamente ese apotegma: "el poder debe ser limitado". Y hay que leerlo en sus dos modos: es una descripción y es un imperativo. Para que tenga sentido es necesario auscultar sus entrañas. Asume que el individuo tiene tres características: es libre, racional y responsable.
Es una exigencia indestructible, pero rodeada de debilidades. Dos clarísimas. Una, el interlocutor: por más escueta que sea la idea de individuo, en la práctica resulta un optimismo casi candoroso. Y hay allí un lugar rarísimo: el individuo libre, racional y responsable ha sido siempre la suposición más básica de la transmisión de las ideas. Todos los libros están escritos para ese interlocutor. Pero, siendo ése el único lector posible, en la realidad cotidiana se trata del ser más raro y escaso. Dos, que el liberalismo no hace masa, no aglutina. Siembra soledad y convierte los vínculos más importantes de la vida humana en contratos. Es una grey inestable: al interior es un taller de disensos, y no hace manada. En este punto convergen muchos adversarios: el liberalismo no sirve para conservar la tradición, la religión ni la comunidad, y mucho menos sirve para preservar identidades nacionales y religiosas, comunidades locales y valores tradicionales (Alain De Benoist, aunque él mismo critica las identidades), porque impone ideas uniformizantes que erosionan la diversidad cultural (Ryszard Legutko), destruye las comunidades locales y valores tradicionales (Patrick J. Deneen), que son esenciales para la cohesión social (Yoram Hazony). Por supuesto, tienen toda la razón. Pero no se dan cuenta de que piden peras al olmo.
La individualidad tiene el valor de la autonomía y el costo de la soledad. El liberalismo es inútil para la vida afectiva. Y sufre un embate actual: el liberalismo no es buen habitante de la virtualidad porque ha de obedecer puntualmente la diferencia entre público y privado. Y ese distingo ha dependido hasta hoy de una espacialidad real. Las redes sociales son cosa pública, pero irrumpen en la intimidad y la exhiben. El liberalismo enfrenta desafíos como la manipulación persuasiva (fake news, etc.) y la necesidad de una coerción mínima (que queda como tarea pendiente todavía). Y resulta terriblemente complicado dar con una oferta que pueda disolver, o contrarrestar la promesa aglutinante, la falsa idea de comunidad, que recorre por dentro las redes. El establecimiento del fair play está básicamente roto.
No es la primera vez que el liberalismo ha de lidiar con el embate de la falsedad deliberada, y ni siquiera con cargas ideológicas que precarizan o carcomien la suposición original, pero no es necesario defender al liberalismo: el poder debe ser limitado, y el individuo que ahí está supuesto (libre, racional, responsable) es el lugar de la dignidad humana básica, aquel para quien se han escrito todos los libros, a favor y en contra.
AQ