Cultura

El tiempo profundo: los cristales de Naica

Ciencia

La geología no solo estudia rocas y fallas, también desmantela las ilusiones humanas sobre el tiempo. En Naica, un cristal que tardó un millón de años en crecer encarna esa eternidad.

El hallazgo más asombroso de la geología no es, como muchos piensan, el origen de los sismos, la observación de la expansión del fondo oceánico, la deriva continental o la tectónica de placas; tampoco lo es la superposición de estratos o la comprensión detallada de la química que se despliega en la formación de las rocas. El descubrimiento más importante de la geología es el “tiempo profundo”: la concepción del tiempo que se prolonga y su relación con los objetos naturales que nos rodean. La idea del efecto que miles de millones de años tienen en la formación del paisaje. La marca paulatina de los segundos que alcanza, pacientemente, la eternidad de los siglos y los milenios. Esa es la más importante y profunda de las ideas que esta ciencia nos ha legado.

El tiempo profundo es ese concepto estremecedor e inasible que acabó teniendo una influencia descomunal en todas las áreas del conocimiento. Es el alma y la esencia de la geología, y es también la imaginación desbordada intentando entender el tiempo infinito.

Antes de 1788 se pensaba que la Tierra tenía seis mil años, pero las observaciones de la formación de rocas llevaron a James Hutton a proponer una edad de 4,550 millones de años. De acuerdo con esto, ese sería el periodo en que una serie de procesos complejos llevaron a nuestro planeta a ser lo que es. El salto en la concepción del tiempo que nos llevó de los miles a los miles de millones de años es también un salto cognitivo y abstracto de proporciones gigantescas.

James Hutton es considerado por muchos el padre de la geología moderna, pero es más que eso: el descubridor del “tiempo profundo”:

“Es tan difícil comprender el tiempo profundo, está tan fuera de nuestra experiencia ordinaria, que sigue siendo un escollo para nuestro entendimiento.”

El tiempo profundo, que parece preservarse en los objetos y el paisaje, representa lo inconcebible que lo mismo descansa en una roca, se manifiesta en una estalactita o es observable en un cristal.

El pasado que conocemos, el que vemos hoy, es solo una delgada capa: la arcilla que se acumula en el estuario, la fina mancha de limo en los arroyos. La huella sin espesor que deja un aluvión de tiempo. Pero esa dimensión del tenue y esbelto sedimento está muy lejos de la formidable profundidad del mar.

El tiempo es hondo como un abismo, y los cristales de Naica son una muestra de lo que eso significa.

Naica es una población ubicada al sur de la capital de Chihuahua, en el norte de México. Es una localidad minera con algunos de los más grandes depósitos de plomo, zinc y plata del mundo. En lengua tarahumara, Naica significa “lugar sombreado”.

La cueva alberga los cristales de selenita pura más grandes del mundo. Se encuentra a 1,330 metros sobre el nivel del mar y para llegar hasta ellos es necesario descender 300 metros en un ambiente húmedo a 50 grados Celsius. Estas condiciones hacen imposible permanecer en la gruta por más de diez minutos.

En 2011 se publicó en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) una investigación asombrosa realizada por un equipo de científicos que, equipados con un microscopio especial, lograron medir la velocidad con que esos cristales crecieron. Encontraron que la velocidad era de 0.000014 nanómetros por segundo. Esto equivale al grosor de un cabello cada cien años.

Con esta tasa de crecimiento, el cristal más grande debió demorar un millón de años para alcanzar su tamaño. De manera que los arreglos atómicos son testimonio del paso del tiempo en una escala que podemos decir, escribir y comunicar, pero que no podemos concebir.

Un metro es una distancia visible que contiene mil milímetros; de manera que, como siempre lo hacemos, recurrimos al espacio para hablar del tiempo. Mil milímetros subtienden un metro y mil millones de años equivalen a mil veces la edad de ese cuidadoso arreglo geométrico en una cueva al norte de México. Mil veces la edad de un cristal es ya casi una décima parte de la edad del universo.

El tiempo que necesitó para formarse el cristal más grande de Naica representa unas diez mil milésimas del tiempo que le tomó al universo ser lo que hoy vemos y, no obstante, ese cristal representa la eternidad para nosotros.

Siempre pensamos en Aristarco de Samos, el astrónomo griego, o en Nicolás Copérnico, el sabio polaco, como los pensadores que destruyeron las pretensiones humanas de un origen y un destino central en el espacio. Pero poco pensamos en un geólogo como James Hutton, quien nos ha dado apenas un instante desdeñable ante la vastedad imponente del tiempo.

El gran ultraje de la ciencia a la humanidad fue el desplazamiento de nuestro planeta del centro del universo al espacio infinito y sin posición especial. Pero el agravio no terminó ahí. Cuando ya no ocupábamos el centro del universo, la geología redujo al ser humano a un momento delgado e insignificante, a una presencia fútil que se esfuma en la inmensidad del tiempo. Porque el tiempo del ser humano en este universo no es nada ante el precipicio que representa la perpetuidad cósmica.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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