Cultura

Zombis, cerebros y otras plagas culturales

Los paisajes invisibles

Del vudú caribeño al apocalipsis pandémico, el zombi ha mutado de criatura embrujada a metáfora del colapso social. Esta genealogía rastrea su trayecto, desde ‘White Zombie’ hasta ‘The Last of Us’.

Antes de que comenzara la zombiexplotation (cine de explotación del zombi), los guionistas se inspiraron en seres en estado catatónico debido a un embrujo o una poción que no solo les borraba el disco duro sino cualquier rastro de instinto humano. Eran una especie de cadáveres ambulantes, sí, con la diferencia de que existía la posibilidad de recuperarlos del embotamiento. White Zombie (Victor Halperin, 1932), con Bela Lugosi en el papel del médico brujo Legendre, que usa su sapiencia en hierbas y preparados para zombificar a una bella chica, o I Walked With A Zombie (Jacques Tourneur, 1943), en la que una enfermera recurre a un rito vudú para dezombificar a la mujer del capataz de una plantación. Esas películas fueron fábulas donde el monstruo era producto de la magia negra, pero sin capacidad de contagiar el mal del muerto ni devorar a sus víctimas y, mucho menos, formar una pandilla.

En 1954, Richard Matheson publicó I Am Legend, que rápidamente se convirtió en una novela de culto. Su protagonista, Robert Neville, sobrevive a una guerra bacteriológica que convierte a la gente en vampiros, pero no se trata únicamente de creaturas con colmillos y una insaciable sed de sangre sino de sanguijuelas que padecen todas las penurias del Conde Drácula: son vulnerables a la luz solar y no toleran ajos ni crucifijos, cosa rara porque Matheson plantea que el vampirismo proviene de un virus.

El libro de Matheson, tan exitoso que inspiró tres películas no muy fieles al original (El último hombre sobre la tierra, de 1964, con Vincent Price; El último hombre vivo, de 1971, con Charlton Heston, y Soy Leyenda, de 2007, con Will Smith), sembró, también, la semilla de la zombiexplotation, oficialmente inaugurada por George A. Romero con La noche de los muertos vivientes (1968), en que los anithéroes ya no son producto de un ensalmo sino de la radiación. A partir de entonces, del zombi no se salva nadie. Por contagio directo o por exposición a esporas o bichos invisibles, todos pueden zombificarse y masticar a seres sanos hasta los huesos. Como en la novela de Matheson, tienen la cualidad de resucitar y organizarse en tribus, lo que instituye una guerra entre la secta espectral y la escasa comunidad humana, especie que, paradójicamente, también pelea contra sí misma.

Ya son incontables las películas y series que explotan a los zombis sin consideración argumental, narrativa y estética, inclusive, pero con el éxito garantizado porque la fórmula es el enfoque de la supervivencia fincada en la ilusión de rehacer el mundo aunque no sea un sitio mejor. The Walking Dead o The Last of Us recurren esa moraleja, a partir de 28 Days Later (Danny Boyle, 2002), 28 Weeks Later (Juan Carlos Fresnadillo, 2007) y Guerra Mundial Z (Mark Forster, 2013), donde el inconveniente es casi nietzsecheano: lo humano, demasiado humano, es similar a lo monstruoso.

El zombi es el espantajo más atractivo para los fans del género distópico. Su condición de subhumanos, caníbales, posesos y depredadores los singulariza de otras quimeras, porque alguna vez fueron gente común, solo que la infección los hizo caminantes hambrientos de cerebros.

Del zombi nadie se salva. Ni Cervantes ni Jane Austen o García Lorca. Quien lo dude, que busque Quijote Z, firmado por un tal Hazael G. González, que cuenta la historia de un hidalgo obsesionado por las novelas de zombificados que contaban en las tierras donde habitaba y decidió hacerse nada menos que un perseguidor de no–muertos “a la manera que se explicaba en dichos libros”, o La casa de Bernarda Alba zombi, deformación de Federico García Lorca, que los conocedores atribuyen a Pepín Bello, y la más famosa, pues hasta película se hizo: Orgullo y prejuicio y zombis.

No obstante, para zombis no es necesario rebuscar en libros, series o películas. En este mundo hay muchas cosas más que también nos comen el cerebro.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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