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  • Andrea Camilleri: léxico familiar

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Andrea Camilleri, 1925-2019. (EFE)

En el centenario de Andrea Camilleri, recordamos los momentos clave que forjaron al autor italiano: su infancia en Sicilia, el encuentro con Pirandello, su paso por la RAI y la creación del "vigatese".

Érase una vez, muchas veces, Andrea Camilleri. Si lo piensas, la historia del escritor de Montalbano (y de todo lo demás) se asemeja a una fábula. Contiene la estructura narrativa, los pasajes obligados. Y las apariciones prodigiosas: una tarde muy calurosa de junio de 1935, Luigi Pirandello, recién galardonado con el Premio Nobel de Literatura, toca a la puerta de casa Camilleri en Porto Empedocle (la Vigàta de sus novelas). El niño Andrea le abre y se queda boquiabierto ante ese espectáculo que le ofrece el visitante. Pirandello va vestido como todo un almirante: peluca, capa, espada, alamares, “oro bordado a más no poder por todos lados”.

¿Fue una especie de prefiguración? ¿Una investidura? ¿Un traspaso de poderes entre el Pirandello de 67 años, en la cúspide de la gloria, y un niño de diez años con la boca todavía oliéndole a leche? De cualquier manera, ese encuentro pertenece a la categoría de los encuentros reveladores, como aquel en el que John Fitzgerald Kennedy, presidente de Estados Unidos, le estrecha la mano a un jovencísimo Bill Clinton, su futuro sucesor.

Hubo un ulterior, y no menos fabuloso, desarrollo. Una tarde de muchos años después (estamos ya en el nuevo milenio, el tiempo vuela en las fábulas), Clinton, invitado en calidad de expresidente a una recepción en la Casa Blanca, se acerca al primer ministro italiano, que en ese entonces era Matteo Renzi, para solicitarle que fuera el portador de sus saludos a Andrea Camilleri, el autor de El cervecero de Preston, una novela que lo había hecho reír hasta las lágrimas.

Todo se conecta en las fábulas. Todo se conecta en la vida (y en las obras) de Camilleri. Pero, vayámonos en orden para plantear la pregunta del millón: ¿cuándo un escritor se convierte en escritor? ¿Cuándo Camilleri se volvió Camilleri?

La respuesta es múltiple, como en los exámenes de los concursos públicos.

Respuesta a): La aparición de Pirandello portando el uniforme de académico italiano en Porto Empedocle podría ser perfectamente la respuesta a la pregunta, pero Camilleri la consideraría una exageración y exigiría una investigación más profunda.

Respuesta b): Andrea, muy pequeño, escucha con fascinación por la abuela Elvira que le cuenta y recuenta, de memoria, sin necesidad de mirar el libro, Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas. ¿Es esa su impronta? Es allí dónde debemos buscar las raíces de la oralidad, del estilo hablado que caracteriza su escritura.

En el microscópico estudio de Camilleri, en via Asiago en Roma, se destacaba una hermosísima pintura, un antiguo póster que representaba a un antiguo contador de historias, regalo de Elvira Sellerio, amiga y editora, principal responsable de la saga de Montalbano. La pintura estaba allí como un tótem, el altar del culto literario del que Camilleri siempre fue devoto, el de los narradores callejeros. ¿Camilleri aprobaría esta respuesta? ¿Encendería el botón como hacen los participantes de los concursos de televisión?

Respuesta c): Camilleri comenzó a ser el escritor en el que se convertiría cuando, siendo todavía un niño, un niño lleno de osadía, tomó pluma y papel y le escribió una carta al jefe de gobierno y líder del fascismo Benito Mussolini, ofreciéndose como voluntario para la guerra en África. Mussolini rechazó la propuesta; y así la patria no tuvo que perder a un joven héroe en el frente y ganó a un gran escritor.

Respuesta d): Camilleri devino escritor con un gesto, sin necesidad de escribir ni siquiera una palabra: cuando lanzó un huevo sobre el crucifijo que reinaba sobre la pared de la escuela-prisión donde había sido encerrado a causa de su escaso rendimiento escolar y de donde quería ser expulsado a toda costa. Y logró su cometido. A veces los escritores nacen así, con el olor de la condena.

Un día, una amiga fue a visitar a Camilleri, ya anciano, ya casi ciego, y lo encontró sentado bajo la pintura, con la barba tan crecida como la de un náufrago, acaso un poco achispado (más de dolor que de cerveza), con los ojos enrojecidos por el llanto y en la mano un ejemplar de Crimen y castigo de Fiódor Dostoyevski. Un sombrío pensamiento lo acababa de derrotar, precipitándolo en una desesperación sin posibilidad de salvación: él nunca sería capaz de escribir una obra maestra como aquella en la que era protagonista Rodión Románovich Raskólnikov, el culpable por antonomasia en la historia de la literatura. Hay momentos como este en la vida de un escritor, incluso de uno tan afortunado como Camilleri, momentos así, redde rationem. Es el precio del talento. Como dijo Truman Capote: “Cuando Dios te concede un don, también te entrega un látigo; y este látigo está destinado únicamente a la autoflagelación”.

Respuesta e): ¿Y si un escritor nace cuando aprende a no escribir? ¿Cuando entiende el peso del silencio y el valor del pudor? Camilleri acaso habría respondido con una historia, con una metáfora, que era su manera de desenredar los nudos más intricados, o de apretarlos todavía más como se hace cuando se procede a la sutura de una herida. Camilleri pertenece, no olvidémoslo, a la generación que tuvo como libro del corazón Ferito a morte (Herido de muerte) de Raffaele La Capria (aunque Andrea compartía más rasgos en común con Pelos, el hermano hedonista de La Capria, un súper héroe de la vida).

La historia con la que habría respondido es de naturaleza autobiográfica. Me la contó una vez durante una entrevista. Y parece una película.

Sicilia, verano de 1943. Camilleri, un desertor de 18 años, está regresando, a pie o con medios improvisados, a Porto Empedocle, donde lo espera su padre, que desde hace tiempo no sabe nada de él. En un cierto punto del camino, tiene que cruzar un campo de batalla. De uno de los tanques italianos, latas de sardinas destrozadas por los poderosos Sherman estadunidenses, Andrea ve que cuelga un cuerpo. La guerrera de su uniforme cuelga sobre la cabeza del desventurado soldado, el contenido de los bolsillos yace desparramado por tierra. Hay unas cartas. Andrea las recoge y retoma su camino. Llegando a casa las lee. Han sido escritas por la esposa del soldado muerto, en ellas le confiesa que lo ha traicionado con un amigo de él, un soldado compañero suyo que estaba de licencia, al que le había encargado que le llevara saludos a su esposa.

“Una historia terrible que nunca quise escribir”, dijo Camilleri al final de su narración.

“¿Por qué?”, le pregunté.

Respondió: “Porque yo, de casualidad, entré en la vida secreta de un muerto. ¿Tenía que andar revelando sus desgracias matrimoniales? Me dio vergüenza hacerlo. Habría sido una historia maravillosa para escribirla, pero habría sido un acto de total y absoluta indiscreción”.

Un escritor también deviene escritor así: sin escribir una palabra, tragándose las palabras que debió escribir, al igual que un espía se traga un mensaje en clave. Alguien tan bueno como Camilleri sabía que también se escribe con el silencio.

Respuesta f): Es cuando comienza a trabajar en la RAI (donde habían pasado por alto que era un comunista peligroso), en calidad de director, guionista y productor, que Camilleri deviene escritor desde el punto de vista puramente técnico. Sucedió el día en que el dramaturgo Diego Fabbri le reveló la receta de los guiones: comprar diez ejemplares de una novela de Simenon (los dos estaban ocupados adaptando a la televisión las investigaciones de Maigret), arrancar las páginas una a una y volverlas a montar de acuerdo al suspenso televisivo y no a la lógica narrativa.

Observando a Fabbri mezclar y distribuir como un crupier las cartas de Simenon, aprendió que narrar es un juego (de azar). Ese día, sin que el propio Camilleri lo supiera, vino al mundo el comisario Montalbano, el Jules Maigret de los italianos.

Me faltaba todavía la última lección. La decisiva.

Respuesta g): Finales de los años sesenta. Camilleri es ya un profesional consolidado. Columna vertebral de la RAI. Docente en el Centro Experimental de Cinematografía. Director teatral. Extremadamente ocupado, tal como lo describe su hija Andreina en una tarea escolar. Tema: Mi padre. Desarrollo: “Cuando mi padre regresa a casa se encierra en su estudio y lee guiones. Sale en la tarde y ya no vuelve a regresar. Cuando me despierto, a veces no está, este es mi padre. Algunas veces pone a funcionar la lavadora”.

Sin embargo, un gusano anidado en un antiguo mueble sigue escarbando impertérrito, generando un murmullo estremecedor. Es el susurro de la novela que no logra escribir. Entonces se decide a intentar escribirla en serio. Il corso delle cose (El curso de las cosas) es el título. Pero no le gusta cómo quedó. Se siente insatisfecho.

Mientras tanto, su padre ha llegado a Roma para internarse en una clínica. Tiene una enfermedad terminal. El hijo deja todos sus compromisos de lado para estar de tiempo completo junto a la cama de su padre. Una noche, le narra a su padre la historia que no logra escribir y le sale natural hablar utilizando el léxico familiar, la lengua con la cual siempre se han hablado, un coctel de italiano y siciliano. Cuando Andrea termina su historia, el padre le dice que le ha gustado y luego le da un consejo: “Scrivila come me l’hai cuntata” (“Escríbela como me la has contado”). Así fue como nació el vigatese, la lengua de las obras maestras que años después lo llevarían al éxito mundial. La lengua nacional de Camillerolandia, el País de las Maravillas. Boleto de entrada: La forma del agua (1994), el primer caso del comisario Montalbano.

¿Cuál es, entonces, la respuesta correcta a la pregunta?: ¿cuándo es que Camilleri deviene Camilleri?

¿La a? ¿La b? ¿La c? ¿La d? ¿La e? ¿La f? ¿O la g? Todas, todas son correctas.


Traducción de María Teresa Meneses.
Texto tomado de Il Corriere della Sera, 28 de julio de 2025.

Del pasado siciliano al ‘thriller’ policiaco

Nacido el 6 de septiembre de 1925 en Porto Empedocle, un pequeñísimo pueblo pesquero de Sicilia, Andrea Camilleri pertenece a esa estirpe de escritores cuyo reconocimiento lo tomó por sorpresa muy tardíamente. Estaba por cumplir 70 años cuando publicó ‘La forma del agua’, una novela ambientada en el imaginario escenario de Vigàta y con la cual presentó al comisario Salvo Montalbano, quien resolvía acertijos criminales valiéndose de métodos impensables para un policía común. Con ‘La forma del agua’ llegó no solo el éxito financiero sino un largo andar para el comisario Montalbano (33 novelas aderezadas con exquisitos apuntes gastronómicos y una penetrante sensibilidad social).

Camilleri ya había andado un largo camino montando a Pirandello, Ionesco, Beckett; como guionista de una serie dedicada a Jules Maigret, el inspector, aficionado a la cerveza inglesa, creado por Georges Simenon; y publicado crónicas y novelas históricas ambientadas en la Sicilia del siglo XIX. Se había afiliado al Partido Comunista Italiano poco antes de terminar la Segunda Guerra Mundial y ganado un sitio en la vida pública, sobre todo como un miembro incómodo de la izquierda italiana.

Andrea Camilleri, quien decía fumar ochenta cigarros al día, murió en Roma, el 17 de julio de 2019, dejando en manos de sus editores otro caso del comisario Montalbano.      

AQ
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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