En medio de una creciente indignación en la comunidad científica, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y su secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr. presentaron un informe en el que aseguran que el uso de Tylenol o paracetamol, analgésico ampliamente recetado durante el embarazo, podría contribuir al desarrollo del autismo infantil.
Esto a pesar de que las investigaciones no han arrojado resultados concluyentes.

De acuerdo con los funcionarios, quienes desde hace años han depositado un particular interés en el tema, el acetaminofén (ingrediente activo del analgésico, mejor conocido como paracetamol), podría ser una de las causas del aumento de diagnósticos de autismo que ha experimentado Estados Unidos en los últimos 25 años, contradiciendo lo planteado por muchos expertos en el tema.
No es la primera vez que el gobierno encabezado por el empresario ignora la evidencia científica y vincula a algunos fármacos con el autismo: el secretario del departamento de Salud y Servicios Humanos ya había intentado relacionarlo con el uso de vacunas.

¿Por qué la supuesta relación entre el autismo y las vacunas sigue vigente?
Aunque los científicos siguen investigando los factores que influyen en el desarrollo de autismo y no han descartado que se trata de un proceso multifactorial, en el que entran en juego factores tanto internos como externos, no hay evidencia de que sea producto del uso de algún fármaco.
Sin embargo, la creencia existe y se ha mantenido desde hace 27 años gracias a un grupo de médicos dirigidos por Andrew Wakefafiel. Fue en 1998 que el grupo publicó en The Lancet, la revista más influyente del campo de la medicina, un artículo en el que aseguraban que la vacuna triple vírica (que protege contra el sarampión, las paperas y la rubéola) estaba vinculada con el posterior desarrollo de autismo.
El estudio se centró en el seguimiento de 12 niños de Reino Unido que supuestamente habían sido remitidos al departamento de gastroenterología pediátrica con “antecedentes de una enfermedad generalizada del trastorno del desarrollo de habilidades adquiridas y de función intestinal”.

Los autores informaron que los padres de ocho de los 12 niños habían reportado la pérdida de habilidades como el lenguaje después de la vacunación triple vírica. Finalmente concluyeron que la vacuna estaba asociada con la aparición tanto de la enfermedad gastrointestinal como de la regresión observada.
Los hallazgos fueron ampliamente difundidos en periódicos, televisión y radio. Incluso Tony Blair, entonces primer ministro de Reino Unido, fue cuestionado por la prensa respecto a si vacunaría a su hijo o no.
Con el paso del tiempo los resultados fueron desacreditados. El propio autor aceptó que había inventado la información y que lo que había escrito era falso. Dado el escándalo, las autoridades médicas le retiraron la licencia y el reporte fue desacreditado.
A la par, las constantes dudas derivaron en el desarrollo de diferentes investigaciones enfocadas, principalmente, en el timerosal, un ingrediente activo de los inmunológicos hecho a base de mercurio, no obstante, una revisión científica realizada en 2004 concluyó que no existía relación causal entre las vacunas y el autismo.
Las inquietudes se replicaron sobre otros ingredientes de los inmunológicos, pero los resultados fueron los mismos: su aplicación no tuvo asociación. Finalmente, en una declaración publicada el 2 de febrero de 2008, la revista británica también aceptó que varios elementos del artículo eran incorrectos.

Sin embargo, el mito se ha mantenido vigente. A lo largo de los años ha resultado mucho más sencillo esparcirlo que contenerlo: poco después de ser publicado, miles de padres de familia decidieron que no vacunarían a sus hijos. En Reino Unido las tasas de vacunación tardaron casi dos décadas en recuperarse. Para 2013 Australia fue escenario de treinta grupos de infección debido a la falta de inmunidad y actualmente diversos grupos antivacunas encuentran en esta historia una de sus principales bases.
El nuevo enemigo: el Tylenol
“Luchen con todas sus fuerzas para no tomarlo”, dijo el presidente de Estados Unidos el 22 de septiembre desde la Casa Blanca.
En medio de advertencias genéricas, Donald Trump instó a las mujeres embarazadas a no hacer uso del acetaminofén, el ingrediente utilizado para atender el dolor y la fiebre de forma segura durante la gestación.
En compañía de su controvertido secretario de Salud y el comisionado de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés), el empresario anunció que su administración destinará millones de dólares en la búsqueda de las causas fundamentales del autismo, centrando su atención en algunos fármacos, como el Tylenol.
Sus dichos parten de las sospechas de científicos y los resultados de un estudio publicado en agosto en la revista BMC Environmental Health, pero que, hasta hoy día, no se han podido esclarecer.
A pesar de caminar a tientas y sin evidencia concreta, la FDA inició un proceso para modificar la etiqueta del acetaminofén (Tylenol y productos similares) a fin de reflejar la evidencia que sugiere que su uso en mujeres embarazadas podría estar asociado con mayor incidencia de autismo y TDAH en niños.

En su propio comunicado, la FDA se mantuvo cauta, aclarando que “no se ha establecido una relación causal” entre el analgésico y el autismo, y añadiendo que los resultados siguen siendo tema de debate entre especialistas, pues también existen estudios que contradicen el vínculo entre el consumo de Tylenol y el trastorno del desarrollo.
Un estudio (el más amplio y completo hasta ahora) publicado en JAMA confirma que en las investigaciones enfocadas en niños sin hermanos se observó un ligero aumento de incidencia de autismo y TDAH después de que la madre tomara acetaminofén durante el embarazo.
Sin embargo, cuando incluyeron casos de hermanos en los estudios (uno expuesto al medicamento y otro no), no encontraron diferencias significativas lo que sugiere que otros factores familiares o genéticos podrían explicar el riesgo observado en el primer modelo.
Por ahora, diversos grupos de expertos ya han reaccionado a los polémicos dichos de la administración trumpista, entre ellos se encuentra el Dr. Steven Fleischman, presidente del Colegio Estadounidense de Obstetras y Ginecólogos quien calificó las recomendaciones de “irrespetuosas” y “dañinas”.
“Es sumamente inquietante que nuestras agencias federales de salud estén dispuestas a hacer un anuncio que afectará la salud y el bienestar de millones de personas sin el respaldo de datos fiables”, declaró.
¿Qué se explica la creciente lista de casos?
A pesar de que en la conferencia reciente Kennedy reafirmó que el autismo era una condición multifactorial, no perdió tiempo en revirar contra las vacunas como uno de los elementos que ha incentivado el aumento de la incidencia del autismo en niños.
Trump por su parte, acusó a las agencias sanitarias de administraciones anteriores de ignorar deliberadamente los riesgos de las vacunas.
Sin embargo, fuera de las paredes de la Casa Blanca, los CDC proponen otras razones por las que las tasas de autismo infantil se han quintuplicado desde el año 2000.
Por un lado, fue hasta ese año que se comenzaron a recopilar datos sobre la incidencia de esta afección en niños. Un informe reciente de los CDC atribuyó parte del aumento en la prevalencia del autismo a un mayor número de pruebas de detección.
Por su parte, los investigadores han señalado otros factores, como una mayor concienciación sobre las características del autismo, un mayor acceso a servicios, un mayor número de padres que tienen hijos a una edad más avanzada y definiciones más amplias del trastorno.
En general, a pesar de que el origen de la palabra se remonta a 1911, a principios de la década de 1960 su significado comenzó a experimentar un cambio radical. Cuando los psicólogos comenzaron a desafiar la idea de que el autismo se definía como la "vida interior" simbólica del sujeto.
Previo a llegar a un consenso médico, los cambios en lo que significa ser o no autistas para cada país repercutieron en los diagnósticos posteriores.
LHM