En algún punto del estado de Colima, en el corazón de la naturaleza, escondido entre montañas y silencios antiguos, existe un lugar que comienza a revelar sus secretos.
Se trata de El Coral, un sitio arqueológico recientemente registrado como Patrimonio Cultural de la Nación, que podría cambiar lo que sabemos sobre los orígenes más remotos del occidente mesoamericano.
“Vamos a un lugar que se ha mantenido celosamente oculto en la naturaleza, en la historia de Colima. Es un lugar que resguarda todavía muchos misterios”, relata el fotoperiodista Rafael Cruz, uno de los descubridores del sitio.

El sitio fue identificado por primera vez a mediados de junio de 2020, durante un sobrevuelo en helicóptero realizado por el fotógrafo, como parte de su trabajo.

Desde el aire, entre el follaje, se alcanzaban a distinguir vestigios que sugerían la presencia de una antigua ciudad prehispánica. Semanas después, junto con el fotógrafo Jonathan Villa, realizaron una expedición terrestre para corroborar lo observado.
“Caminando por la zona logramos percibir diferentes tipos de construcciones… lo que podemos ver como líneas de algunos 20 metros o incluso hasta 15, y paredes de hasta 1 o 2 metros de altura”, señala Villa. Las fotografías fueron enviadas al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en septiembre de ese mismo año, quienes confirmaron la relevancia del hallazgo.

El Coral, como fue nombrado el sitio por un árbol homónimo presente en la zona y por una piedra incrustada con fósiles marinos, se ubica en una región de difícil acceso.
Está rodeado de vegetación densa y protegido por su aislamiento. Para llegar es necesario atravesar varias parcelas ejidales, lo que ha favorecido su conservación natural.

El lugar, según los primeros análisis, pudo haber sido un centro ceremonial de gran importancia. Se han identificado lo que podrían ser altares, plazas, canales, captadores de agua, basamentos, e incluso posibles juegos de pelota.
Una piedra ubicada en una escalinata da la bienvenida al sitio y se especula que podría ser un marcador solar, usado para observar los pasos cenitales, los equinoccios y los solsticios.
“Hay muchas estructuras por aquí, como pueden apreciar en las imágenes… canales, filtros de agua… quizás hasta un juego de pelota”, comenta Cruz.

El Coral podría estar vinculado culturalmente con la antigua ciudad de La Campana, una de las más importantes del occidente mesoamericano, cuyo esplendor se sitúa en el Posclásico (1521 d.C.), con influencias culturales que incluyen, incluso, rasgos teotihuacanos, y cuyos orígenes se remontan hasta el Preclásico (hacia 1700 a.C.).
Algunas hipótesis incluso sugieren que podría tratarse de la mítica ciudad perdida de Almoloyan.
“Este hallazgo es distinto a otros. Hasta ahora, junto con mis amigos en un grupo multidisciplinario, llevamos 410 reportes relacionados con hallazgos arqueológicos en Colima, pero este contempla estructuras. Es algo mayor, que podría remontarse a los orígenes mismos de nuestra identidad cultural”, afirma Rafael Cruz.

Aunque las estructuras visibles son sólo una fracción de lo que podría encontrarse enterrado bajo tierra, el reporte oficial al INAH garantiza su protección.
El siguiente paso será realizar estudios arqueológicos en profundidad que permitan establecer una cronología precisa y entender con mayor claridad la función del sitio.
“Quizás con los estudios posteriores puedan hallar algún indicio que dé certeza de lo que pudo haber sido, y ubicarlo en algún periodo de tiempo… con evidencia cerámica, ósea o vestigios de la civilización que pudo haber existido aquí”, concluye Osvaldo Mendoza, historiador.

El Coral no solo representa un hallazgo arqueológico. Es también una puerta a la memoria, una oportunidad para reencontrarnos con las raíces de un territorio donde aún late el corazón de Mesoamérica.

HCM