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Oscilando hacia el regionalismo

El 2 de abril el presidente estadunidense Donald Trump tomó la decisión unilateral de acabar con el modelo económico que ha regido las relaciones internacionales desde la década de 1980. En un giro disruptivo, anunció medidas arancelarias contra prácticamente todos los países con los que Estados Unidos (EU) mantiene una relación comercial. En su discurso, argumentó que la relación comercial había sido injusta y que varios países, a su juicio, imponían aranceles sobre las importaciones de EU, por lo que decidió aplicar medidas que considera recíprocas.

A diferencia de su primer periodo presidencial (2016–2020), Trump hoy cuenta con un entorno ideológicamente afín y alineado con su visión. Su equipo de asesores, nutrido por el America First Policy Institute, comparte una convicción: el proteccionismo es la vía para restaurar la grandeza estadounidense frente a desafíos contemporáneos, internos y externos.

El diagnóstico es claro. Económicamente, EU enfrenta a un rival de peso: China. Tal como lo ha señalado el vicepresidente J.D. Vance, la globalización —impulsada en gran medida por EU— contribuyó al ascenso chino, que ahora representa una amenaza sistémica.

En lo político, el liderazgo global estadunidense es cuestionado por el surgimiento de bloques como la Unión Europea (UE) o la alianza formada por Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica (BRICS), que individualmente no rivalizan con EU, pero en conjunto plantean alternativas a su hegemonía.

Geopolíticamente, el orden unipolar que dominó tras la Guerra Fría se diluye, dando paso a uno multipolar, más fragmentado y competitivo. 

América Latina, tradicionalmente bajo la esfera de influencia de Washington, hoy es un terreno de disputa, con una presencia china cada vez más robusta. Pero la Casa Blanca parece decidida a replegarse momentáneamente para reforzar su posición regional.

La estrategia de Trump recuerda en parte a la de Ronald Reagan en los años 80: llevar al adversario a un desgaste insostenible. En esta ocasión el arma no es la carrera armamentista, sino económica: una guerra comercial destinada a debilitar a los contrincantes mediante la presión arancelaria. 

El mensaje subyacente es claro. El mundo es anárquico y en este nuevo escenario cada quien debe velar por sus intereses. Trump no solo cambia las reglas del juego; está redefiniendo el campo de batalla económico bajo un enfoque que mezcla proteccionismo, unilateralismo y presión estratégica.

Aunque la globalización fue impulsada por Estados Unidos, hoy es el único actor con la capacidad de modificar su estructura. La ventaja de ser una hegemonía es justamente esa: tener el poder de reescribir las normas.

Este giro ocurre en un contexto sin precedentes. A diferencia de épocas anteriores, hoy el mundo está profundamente interconectado a través de cadenas de suministro globales. Por ello, un viraje absoluto hacia el proteccionismo resulta inviable. Lo más probable es que estemos entrando en una fase híbrida: una forma de regionalismo económico, en la que se prioriza la apertura comercial solo con socios estratégicos o vecinos cercanos.

 

Leer entre líneas

En este marco, ¿dónde quedamos? Desde la firma del TLCAN y su renovación con el T-MEC, México profundizó su interdependencia económica con EU. Si bien existe un creciente interés en diversificar relaciones comerciales, hacerlo tomará décadas. En la práctica, México no ha evitado los aranceles por mérito propio, sino porque el T-MEC lo impide. Este acuerdo es hoy su salvavidas y su principal ventaja competitiva.

Las medidas arancelarias impuestas al sudeste asiático han tenido un impacto severo para países como Vietnam, Bangladesh o Indonesia, afectando sectores clave como el textil y provocando caídas en los mercados financieros de grandes firmas, como Nike. En contraste, México sigue siendo una alternativa viable, siempre que la inversión se mantenga dentro del marco regulatorio del T-MEC.

 No obstante Trump ha enviado señales ambiguas respecto al futuro del tratado. Ha sugerido la posibilidad de renegociarlo como de cancelarlo. En ambos escenarios, México deberá estar preparado. Una renegociación seguramente será más favorable a Washington, pero preservaría la integración regional. En cambio, si se opta por acuerdos bilaterales por separado, se abriría una etapa de mayor incertidumbre y fragmentación.

En suma, el mundo atraviesa una transformación estructural. El péndulo entre apertura y cierre económico se mueve una vez más, pero esta vez lo hace en un entorno mucho más interdependiente y con una hegemonía decidida a reconfigurar su rol. México debe leer con atención este momento de inflexión y prepararse no solo para adaptarse, sino para mantener su relevancia dentro del nuevo orden emergente.


Luis M. Morales
Luis M. Morales

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Yussef Farid Núñez
  • Yussef Farid Núñez
  • Analista de Riesgos Políticos y Política Internacional. Es maestro por la London School of Economics (LSE) e internacionalista por la Universidad Anáhuac México, institución donde es catedrático de la asignatura “Globalización Económica” en la Facultad de Estudios Globales. Asociado Comexi.
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