Cultura

Mujeres al timón

Hace falta ser hombre de verdad para acatar las órdenes de una mujer. J. Carballo
Hace falta ser hombre de verdad para acatar las órdenes de una mujer. J. Carballo

El Doméstico, apodaba mi padre al vecino de la casa de al lado. Solía vérsele podando el jardín, barnizando los muebles o escombrando el cuarto de los cachivaches, entre otras constructivas actividades que entretenían sus fines de semana. La idea de mi papá era que a ese señor tan hacendoso lo había domesticado su mujer: una señora recia y caciquil que, según se decía, fundó sola el negocio que en unos pocos años rebasó los ingresos del marido y acabó por sacarlos de la clase media. Reírnos del vecino por su mansedumbre era también un modo de subrayar que en mi casa mandaba mi papá.

No podía imaginar quien se decía jefe de mi casa, y se veía a sí mismo como un hombrón indómito, que de un día para otro perdería por completo nuestro patrimonio y sería mi mamá, armada de un aplomo de otro mundo, quien al fin nos salvara de terminar de caer en desgracia. Supe así que mi madre era no solamente más fuerte que mi padre, sino asimismo lo superaba en una larga lista de destrezas, amén de ser confiable como ninguno de mis aviesos tíos. Puesto a encontrarle fallas a mi progenitora, diría que la única en verdad lamentable fue nunca haber logrado domesticar a su impetuoso esposo.

Una de las más grandes taras de este país tiene que ver con el complejo de inferioridad que muchos exponentes del sexo masculino delatan en su trato con las mujeres. Recuerdo que, de niño, era costumbre oír a los señores pitorrearse de aquellos caballeros que viajaban en el asiento del copiloto, mientras una mujer iba al volante. “¡Mira a ese pobre idiota!”, señalaban los tíos de marras a quien no compartía sus inseguridades, insinuando que no era lo bastante hombre para llevar las riendas del corcel. Ya se entiende que los hermanos de mi padre nunca habrían concebido, y menos aceptado, la posibilidad de un día trabajar bajo las órdenes de una mujer, y de no ser ya huéspedes del camposanto, de seguro estarían maldiciendo la suerte endemoniada de haber vivido para ser gobernados por una presidenta. “¡Hazme el favor!”, dirían.

¿Cómo, sino con sólo dos candidatas viables, habría ocurrido semejante anomalía en el Reino Sagrado de Falotitlán? No ganó, ciertamente, mi candidata, y como disidente no estoy en posición de aplaudir un proyecto que hasta hoy no comparto, sólo porque es mujer quien lo encabezará. Sin embargo, una parte de mí se deleita imaginando el hondo desconcierto de legiones de machos afrentados por el inmenso vuelco que esto le significa a su fragilidad. Puesto que si ya entrado el siglo XXI menudean aún los neandertales que abominan de las mujeres al volante, ¿cuánto renegarán de ver a una al frente del timón?

Contra lo que podrían esperar los hinchas estruendosos del oficialismo, anhelo que el gobierno por el que no voté logre la suficiente cantidad de éxitos para hacerme quedar en un sano ridículo. Ver, por ejemplo, a una presidenta mexicana poniendo en su lugar a tiranos y palurdos como Daniel Ortega y Donald Trump me invitaría al gesto caballeresco de quitarme el sombrero delante de una dama. Y algo no muy distinto esperaría de ella frente a una eventual tentativa de maximato, puesto que lo contrario daría un simulacro de razón a millones de machos acomplejados, valga la redundancia, cuyo esfínter se siente menos amenazado cuando es un hombre quien conduce el barco.

Varios años después de mudarnos de ahí, supimos que el Doméstico se había fugado con la mejor amiga de su esposa: una mujer guapa y acaudalada que lo sacó de rico para hacerlo magnate. Es decir que fue todo cosa de las señoras. El fugitivo apenas cumplió órdenes, y acaso su talento consistió en saber a cuál en su momento obedecer. Un empeño, por cierto, muy difícil para quienes fuimos criados en falocracia y aprendimos, a golpe de fracaso, que hace falta ser hombre de verdad para acatar las órdenes de una mujer. _


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Xavier Velasco
  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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