Cultura

¿De qué sirve la gramática?

Hablar claro, poner las cosas claras, es cumplir con el trámite vital de hacerse respetar...


Yo también solía odiarla. Pocas entre sus reglas me aprendí de memoria y a la fecha hay algunos tecnicismos que no atino a nombrar o recordar siquiera, lo cual de cuando en cuando me avergüenza, si es que llega a notárseme. ¿Cómo es que día a día, sin embargo, cortejo a la gramática, tanto así que ahora mismo forcejeo con ella, decidido a obtener su difícil favor?

Básicamente lo hago por necesidad, como quienes aprenden un segundo idioma para sobrevivir en un país extraño. Claro que en este caso lo de verdad extraño son los seres humanos y la necesidad de entenderse con ellos. Corrijo: entenderse uno mismo para después poder entenderse con ellos. Más fácil lo segundo que lo primero, pero si ya resulta vergonzoso aceptar que no comprende uno lo que lee o escucha, peor parece el mal trago de confesar que no logra comprenderse a sí mismo. Y sin embargo es cierto: tarda uno en inteligirse, peor aún si le faltan las herramientas.

Era la India María, si no recuerdo mal, quien decía saber escribir, pero no leer. Y sucede a menudo, aunque nadie lo advierta porque sólo uno sabe lo que cree que leyó. Ahora bien, cuando ocurre que leemos mal lo que fue todavía peor escrito, estamos en las garras del azar. Cierto es que la escritura resulta todavía más intimidatoria que la gramática, puesto que nos expone a la opinión de personas quizá más informadas que nosotros, y muy probablemente igual de criticonas. De ahí que nunca falten los sujetos conchudos que de antemano avisan que la ortografía “nomás no se les da”.

A mí tampoco se me da la pesca, porque nunca fui un náufrago en una isla desierta. Quienes se desentienden de la gramática y aseguran que no les hace falta se parecen a los enemigos del baño: todo el mundo, excepto ellos, percibe cuánto bien les harían el agua y el jabón. Nadie nos va a multar por violentar las reglas de la gramática, como tampoco va uno a dar a la cárcel por apestar a carne descompuesta, pero incluso quien vive en una ermita necesita probarse un poco de respeto por sí mismo. Hablar claro, poner las cosas claras, es cumplir con el trámite vital de hacerse respetar.

Se entiende, por supuesto, que quienes no tuvieron la oportunidad de acceder a mejor educación sufran con la gramática y diariamente acopien pundonor para pelear con ella, pero quienes se dicen profesionales y han de expresar o interpretar ideas con alguna eficiencia elemental no pueden aducir que “la gramática ha caído en desuso” sin pintarse como desaprensivos y perezosos. Acepto que da hueva practicar –la gramática es práctica, más que teoría– o ponerle atención a lo que lees, pero no menos hueva da limpiar la casa y no por eso vive uno en un chiquero.

Nunca supe de un sólo alumno de primaria entusiasmado por aprender gramática. Tampoco por ponerse una vacuna, presentar un examen semestral, enseñarse a nadar o volver al colegio al final del verano, pero quiero pensar que estamos de acuerdo en que ninguna de esas es monserga evitable. ¿Me equivoco? En efecto: no faltan los gaznápiros que toman por bandera sus íntimas carencias para atacar, orondos, todas aquellas formas de conocimiento y disciplina personal que en su ignorancia encuentran suplementarias. Algo no muy distinto de esa visión idiota y criminal –todavía vigente en cantidad de tribus, urbanas o rurales– según la cual “las niñas no tienen que estudiar”.

Insisto, desconozco el instructivo. Pero llevo una vida aplicando esas reglas que absorbí poco a poco por necesidad, unas veces leyendo, otras redactando y casi todo el tiempo poseído por esta chocarrera sensación de que nunca podré dominarla del todo. Pero la necesito, si pretendo entenderme y que me entiendan. Y, cuando sea posible, que no se rían de mí sin que haya yo hecho un chiste.

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Xavier Velasco
  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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